Un hombre de la tierra
Waldemar Pawlak, de 33 a?os, es el primer ministro m¨¢s joven de Europa. Es el cuarto jefe del Gobierno polaco desde la victoria de Solidaridad en las elecciones de junio de 1989, pero tambi¨¦n el primero que no ha salido de ese movimiento. El Sjem (C¨¢mara alta) aprob¨® su investidura. por amplia mayor¨ªa tras una jornada dram¨¢tica que sin duda marcar¨¢ la memoria de los polacos.Todo empez¨® la ma?ana del jueves 4 de junio. El primer ministro en funciones, Jan Olszewski, se dirigi¨® de repente a la naci¨®n. Antes de enfrentarse a una moci¨®n de censura en la C¨¢mara quiere instruir a los polacos acerca' de las verdaderas razones de la amenaza que se cierne sobre su Gobierno. Olszewski, gran estrella de la abogac¨ªa y hasta hace poco defensor eficaz de los militantes de Solidaridad, se arropa en la toga de fiscal. Afirma que est¨¢n intentando derrocarle porque est¨¢ en la l¨ªnea del frente de la lucha por la descomunistizaci¨®n, y est¨¢ dispuesto a desenmascarar a todos los que hab¨ªan colaborado con la polic¨ªa pol¨ªtica. Seg¨²n ¨¦l, estos hombres, ahora dirigentes, "siguen siendo esclavos de su pasado" y constituyen un peligro para la Polonia libre. Evidentemente, Olszewski est¨¢ intentando intimidar a los diputados: los que voten la moci¨®n de censura se incluir¨ªan en la cohorte de esos "esclavos del pasado".
La maniobra tiene un efecto bumer¨¢n. En una C¨¢mara ya bastante agitada, el discurso del primer ministro va a hacer saltar la chispa porque todo el mundo sabe que el Gobierno est¨¢ desde hace tiempo en mala posici¨®n y que sus desgracias son muy anteriores a su proyecto de descomunistizaci¨®n. ?ste no fue votado hasta el 28 de mayo, por sorpresa, ante un hemiciclo medio vac¨ªo, y a petici¨®n de un ultraliberal, Korwid-Mikke, para quien hasta George Bush es un simpatizante comunista. Unos d¨ªas m¨¢s tarde, los jefes de todos los grupos parlamentarios se encuentran con la sorpresa de recibir unos sobres cerrados que contienen los nombres de los ministros, diputados y senadores sospechosos de haber mantenido relaciones con los servicios de seguridad entre 1945 y 1990. El art¨ªfice de esta fulminante operaci¨®n es el ministro del Interior, Antoni Macierewicz, un cat¨®lico de derechas, principal estratega del partido cristiano-nacional, en el poder. "Es un hombre lleno de odio", me dijo uno de sus antiguos profesores, que, sin dejar de reconocer su gran capacidad intelectual, desconf¨ªa, no obstante, de ¨¦l. Pero esta vez, Macierewicz se super¨®: antes incluso de abrir los sobres, los diputados se enteran por una buena fuente que en la calle Rakowiecka, en el Ministerio del Interior, se han recopilado informes de 170.000 personas, y entre ellas se encuentran casi todos los dirigentes de Solidaridad y la mayor¨ªa de los intelectuales. Es f¨¢cil imaginar la atm¨®sfera que reina en el Sejm.
El primer incidente estalla cuando el diputado de Silesia Kazimierz Switon revela que "en las listas de los agentes de Solidaridad figura el nombre de Lech Walesa". El presidente de la sesi¨®n le corta el micr¨®fono y pide que la frase sea suprimida del acta del debate: "Atenta contra el honor del jefe de Estado". Pero es en los pasillos donde se descubren las cosas m¨¢s alucin¨¢ntes: seg¨²n los descomunistizadores, Mazowiecki habr¨ªa firmado su primer Gobierno poscomunistaSiguiendo los dictados de la Embajada de la URSS en Varsovia; Geremek, l¨ªder hist¨®rico de Solidaridad, es acusado de los peores apa?os con, precisamente, los mismos contra quienes luch¨® ante los ojos del mundo entero. La espada de la venganza no perdona a la derecha patri¨®tica: su l¨ªder, Moczulski, figura tambi¨¦n en la lista de sospechosos. No es sorprendente que su grupo, la Confederaci¨®n de Polonia Independiente, vote contra Olszewski "por repugnancia moral". El antiguo primer ministro es derrotado y abandona la escena sin gloria.
Informes manipulados
Walesa se va antes de la votaci¨®n final. Afirma que los informes han sido manipulados por Macierewicz, "probablemente con la ayuda de agentes extranjeros". La v¨ªspera hab¨ªa hecho saber que confiar¨ªa la formaci¨®n del nuevo Gobiemo a Waldemar Pawlak. Harto de sus antiguos compa?eros de Solidaridad, se volvi¨® hacia el joven l¨ªder del Partido Campesino.Coincid¨ª con Waldemar Pawlak unos d¨ªas antes. Me lo present¨® Rvszard Bugai, l¨ªder de Solidaridad del Trabajo, movimiento de la izquierda sindical que fue de los primeros en critcar la pol¨ªtica econ¨®mica liberal de los dos primeros Gobiernos posc¨®munistas.
?Qui¨¦n es este joven l¨ªder, buen mozo, de lenguaje muy directo? Es un campesino, es cierto, pero concluy¨® sus estudios en la Escuela Polit¨¦cnica de Varsovia, una de las mejores del pa¨ªs, antes de regresar a su granja de 17 hect¨¢reas cerca de Plock. Militante desde 1985 del Partido Campesino, que entonces colaboraba con el comunista, fue elegido diputado en 1989, y despu¨¦s se lanz¨® a la renovaci¨®n de su movimiento. Tarea dif¨ªcil porque, por una parte, Solidaridad Rural reivindicaba la representaci¨®n del mundo campesino, y por otra, un gran n¨²mero de afiliados al Partido Campesino de antes de la guerra hab¨ªan vuelto de la emigraci¨®n y esperaban reconstruir su antiguo movinfiento.
?C¨®mo es posible que, a pesar de esos obst¨¢culos, Pawlak haya conseguido, primero, el 29 de junio de 1991, hacerse con la direcci¨®n del PSL, y despu¨¦s, en las legislativas de octubre de 1991, llevarse la mayor¨ªa de los esca?os (48) de las circunscripciones rurales? La respuesta es sencilla: es un hombre de la tierra y conoce mejor que nadie los problemas del campesino polaco, que, en nornbre del liberalismo, se ha enfrentado a la competencia del mercado libre con productores extranjeros que se benefician de la ayuda de sus Estados. Y lo que es m¨¢s, el precio de los productos industriales, indispensables para la agricultura, ha subido y el cr¨¦dito se ha vuelto prohibitivo. "Un campesino no necesita ser fil¨®sofo para preferir mi partido, que predica el sentido com¨²n -precios garantizados de los productos agr¨ªcolas, cr¨¦ditos baratos-, a los doctrinarios del liberalismo", me explica.
A diferencia de Bugaj y sus an¨ª?gos, que se disponen a fundar un partido de izquierdas pero rechazan toda, cooperaci¨®n con los antiguos comunistas, Pawlak no excluye a nadie. Pragm¨¢tico, en el mes de diciembre vot¨® pqr el Gobiemo de Jan Olszewski. Este propon¨ªa un przelom, una ruptura radical con la pol¨ªtica de sus dos predecesores, a los que acusaba incluso de haber fomentado la corrupci¨®n y el enriquecimiento de una minor¨ªa. Las promesas no se han cumplido. Pero lo que Pawlak reprocha sobre todo a Olszewski es su guerra contra Walesa y su absoluta falta de respeto por la autoridad del Estado. No s¨®lo se neg¨® a acompa?ar al presidente a Mosc¨² para la firma del tratado de buena voluntad con Rusia, sino que, con sus maniobras en Varsovia, intent¨® hacerlo fracasar. El ministro de Defensa, Jan Parys, que no estaba de acuerdo con el Consejo de Seguridad del presidente, hab¨ªa llegado a acusar a ¨¦ste de promover un golpe de Estado. Destituido por una votaci¨®n del Parlamento, fue defendido por Olszewski, que se empe?aba en darle la raz¨®n contra Walesa y contra la opini¨®n del Sej¨ªn. Seg¨²n Pawlak, todo esto ha empa?ado la imagen de Polonia en el mundo y ha contribuido a minar la confianza de los polacos en sus instituciones: "La gente est¨¢ harta".
El papel de la Iglesia
Desde la oposici¨®n, me confiesa que hay una cuesti¨®n que le ha resultado dif¨ªcil a la hora de enfrentarse con el equipo cristiano-nacional en el poder: la del papel de la Iglesia en la sociedad. Porque entre las bases del Partido Campesino los devotos son legi¨®n, y no le seguir¨ªan si se opusiera a la prohibici¨®n del aborto o a la introducci¨®n obligatoria de la ense?anza del catecismo en la escuela. No es el ¨²nico que se siente impotente ante la clerical¨ªzaci¨®n solapada del pa¨ªs: el debate en tomo al aborto no hab¨ªa comenzado a¨²n en el Sejm cuando la orden de los m¨¦dicos lo prohibi¨® en nombre de "la ¨¦tica m¨¦dica". Pero Pawlak espera que las cosas se vayan calmando poco a poco tras la partida de Olszewski y los suyos."Nuestro principal problema es la pol¨ªtica econ¨®mica, que no puede seguir bas¨¢ndose en el laissez-faire, sin un sistema fiscal riguroso que proporcione al Estado los medios para reactivar la producci¨®n y defender a los sectores menos favorecidos", sigue diciendo, cuando se une a nosostros Zbigniew Bujak, diputado independiente que ha sido uno de los l¨ªderes obreros de Solidaridad, y que hab¨ªa destacado en la clandestinidad. "En agosto de 1980, Solidaridad era como el Titanic. Hoy en d¨ªa no es m¨¢s que un barco pesquero que ya no puede con el mar", explica Bujac; piensa que hay que pasar esta p¨¢gina polaca. Pero unos d¨ªas m¨¢s tarde, cuando estalla el asunto de la descomunistizaci¨®n, echar¨¢ todo su peso en la balanza, junto con Wladyslaw Frayniuk, otro perseguido por Jaruzelski, para advertir al pa¨ªs -y a sus camaradas que se hab¨ªan pasado a Olszewski- que no debe dejarse enga?ar por una operaci¨®n pol¨ªtica que no tiene nada que ver con la b¨²squeda de los verdaderos culpables.
Este llamamiento tuvo una gran repercusi¨®n, por provenir de dirigentes a los que ni siquiera Macierewicz se atrevi¨® a incluir en su lista de sopechosos y que tienen muchas cuentas pendientes con la antigua polic¨ªa pol¨ªtica. Si, como el Gobierno de Olwski se dispoma a hacer, se hubiera procedido a una purga a partir de informes dudosos, se habr¨ªa vulnerado hasta sus fundamentos la credibilidad del Estado.
Pawlak obtuvo, pues, la mivestidura. Antes que nada nombr¨¦ a los nuevos ministros de Interior y Defensa (dos ancianos del equipo de Mazowiecki) e impidi¨® a los ministros salientes el acceso a sus ministerios. Pero la coalici¨®n que lo apoya es muy heterog¨¦nea: va desde la izquierda democr¨¢tica (el antiguo partido comunista) hasta la derecha patri¨®tica de Moczulski, pasando por el grueso de las tropas de los dos primeros ministros poscomunistas, Mazowiecki y Bielecki. Formular un programa que los satisfaga a todos parece imposible. No obstante, creo que Pawlak tiene posibilidades de durar, y puede incluso marcar la evoluci¨®n de Polonia.
Durante mi estancia en Varsovia, The Washington Post public¨® un editorial que levant¨® un gran revuelo: "Polonia decepciona a Occidente". Mis conversaciones con los responsables del Sej¨ªn me convencieron de que el sentimiento es rec¨ªpoco. Es cierto que no renuncian a un acercamiento con Europa, pero se dan cuenta de que la ayuda occidental no es desinteresada y de que, muy a menudo, no corresponde a sus necesidades reales. El mito del mercado que todo lo resuelve, muy extendido en 1989, empieza a esfumarse. Hay ya demasiadas desigualdades, demasiado paro (el 12,2% de la poblaci¨®n activa), demasiados recortes en el presupuesto de educaci¨®n y sanidad, como para que ese est¨ªmulo siga funcionando. Por consiguiente, todo el mundo est¨¢ de acuerdo en considerar llegado el momento de replantearse el modelo de econom¨ªa mixta, el ¨²nico posible en Polonia, y de reducir los costes sociales de la modernizaci¨®n del pa¨ªs. Me ha parecido que Waldemar Pawlak est¨¢ convencido de ello. Seguramente, los dem¨¢s pa¨ªses del Este seguir¨¢n de cerca su experiencia.
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