Las otras campanadas
50 fachadas de Madrid alojan otros tantos relojes con historia ensombrecida por el de Sol
Los relojes que desde los edificios marcan el ritmo de los quehaceres cobran protagonismo cada 31 de diciembre o cada 1 de enero. El de la Puerta del Sol -instalado en 1866- ha indicado desde 1916 el final de cada a?o y el comienzo del nuevo. Su marcada presencia en tales fechas ha ensombrecido el conocimiento por parte del p¨²blico del resto de los relojes de torre o fachada que se reparten por la ciudad. Son cerca de 50 los diseminados por Madrid. En su mayor¨ªa presentan un estado de mantenimiento correcto; tan s¨®lo unos pocos ofrecen una imagen lamentable de abandono.
La mayor¨ªa de los relojes que se observan son el¨¦ctricos y funcionan gracias a las ¨®rdenes que env¨ªa otro reloj patr¨®n o central el¨¦ctrica, instalados en el interior del edificio. Probablemente, los relojes m¨¢s antiguos de la ciudad son los pertenecientes al Patrimonio Nacional. Del instalado en la fachada sur del Palacio Real -dentro de la plaza de la Armer¨ªa- se desconoce la fecha de instalaci¨®n, pero su maquinaria el¨¦ctrica puede ser del siglo XIX. Tiene la particularidad de marcar s¨®lo las horas -dispone de una aguja- al estilo de los relojes de los siglos XV y XVI, ¨¦pocas donde las necesidades de la poblaci¨®n no eran tan exigentes como ahora. El concepto del minuto no exist¨ªa. M¨¢s viejo que el del palacio es el de la iglesia del Palacio Real de El Pardo, tambi¨¦n perteneciente al Patrimonio. En el convento de la Encarnaci¨®n, junto al Senado, existe otro reloj situado en un patio interior que puede verse desde las viviendas m¨¢s altas del entorno y sirve de referencia horaria a los vecinos. Es un reloj que durante un tiempo se averiaba y, seg¨²n el jefe de la secci¨®n de conservaci¨®n de relojes y aut¨®matas del Patrimonio, Jos¨¦ Ram¨®n Col¨®n de Carvajal, eran los propios vecinos quienes se preocupaban de su mantenimiento avisando al Palacio Real para su reparaci¨®n.El reloj del Banco de Espa?a, en la plaza de Cibeles, es otro de los primeros en instalarse en la capital. Lo fabric¨® en 1890 la empresa inglesa Glasgow, que lo instal¨® al a?o siguiente en su actual emplazamiento. Es de los pocos que conserva su primitiva maquinaria -hecha en bronce de ca?¨®n-, con una cuerda de 6 metros de larga y un p¨¦ndulo de 100 kilos de peso. Adem¨¢s, es el ¨²nico reloj que cuenta con una soner¨ªa que se?ala en cada cuarto la hora correspondiente. Su conservador, Jes¨²s Laporta -relojero de la entidad-, cuenta una an¨¦cdota: "La maquinaria lleg¨® averiada de Inglaterra y, cuando fue trasladada de nuevo al fabricante para su reparaci¨®n, nadie quiso hacerse cargo de los gastos de transporte y durante un tiempo hubo un intercambio de cartas para aclarar qui¨¦n deb¨ªa abonar la factura". Durante la guerra estuvo protegido por sacos de arena para preservarlo del impacto de las bombas.
El banco de los relojes
Adem¨¢s del reloj del Banco de Espa?a, en la misma calle de Alcal¨¢ se pueden apreciar otros dos ejemplos de relojer¨ªa contempor¨¢nea. El primero, en el edificio central del Banco de Espa?ol de Cr¨¦dito. Es un reloj electromec¨¢nico con carill¨®n y esfera iluminada. La misma entidad dispone de otro de un metro de di¨¢metro en un inmueble restaurado de la glorieta de Bilbao. El segundo de los relojes pertenece al edificio principal del Banco Central Hispano, en la esquina con Barquillo; es el¨¦ctrico, con carill¨®n, y anuncia las horas al ritmo de la Verbena de la Paloma o D¨®nde vas con mant¨®n de Manila. Cuando se ajust¨® la soner¨ªa del anterior -el actual data de 1989- hubo que descompasar el sonido de las campanas para que no coincidieran con las se?ales horarias de los relojes del Banco de Espa?a y Correos.Posiblemente, de todos los pertenecientes a organismos p¨²blicos o semip¨²blicos, el m¨¢s popular sea el del edificio de Telef¨®nica, en Gran V¨ªa, 32, instalado a mediados de los a?os sesenta,. Sus cuatro enormes ojos rojos, situados a casi 90 metros de altura, se pueden observar por la noche desde cualquier punto alto de la ciudad. El de Correos, en la plaza de Cibeles, es algo m¨¢s antiguo. Se coloc¨® a finales de los a?os cincuenta y le cost¨® al entonces Ministerio de Gobernaci¨®n 300.000 pesetas de las de aquella ¨¦poca. La Uni¨®n Relojera Suiza, adjudicataria del concurso, tuvo que depositar una fianza de 6.000 pesetas. De id¨¦nticas caracter¨ªsticas al del Palacio de Comunicaciones es el de la Bolsa, en la plaza de la Lealtad.
Algunas compa?¨ªas de seguros disponen de relojes en edificios que en su d¨ªa fueron la sede central de la empresa. ?ste es el caso de la compa?¨ªa La Adri¨¢tica, propietaria del edificio de Gran V¨ªa, 39, esquina a la plaza del Callao. En lo m¨¢s alto puede verse un reloj el¨¦ctrico mudo -sin soner¨ªa- de esfera circular blanca. La compa?¨ªa Mare Nostrum tambi¨¦n dispone de un bonito reloj de tres esferas en su edificio del n¨²mero 1 del paseo de la Castellana. En la plaza de C¨¢novas del Castillo, junto al hotel Palace, se encuentra el reloj de la compa?¨ªa La Sudam¨¦rica, peculiar por ser el ¨²nico de esfera negra, y en el n¨²mero, 67 de la calle de Santa Engracia -sede de la Mutua Pelayo- puede observarse un reloj el¨¦ctrico luminoso de visualizaci¨®n num¨¦rica de hora, temperatura y nombre de la empresa, similar al de la marca relojera Baume-Mercier situado en la confluencia de Gran V¨ªa con Caballero de Gracia.
La hora de los adioses
Si en alg¨²n edificio ha sido necesaria la presencia de relojes, ¨¦stos han sido en las estaciones de ferrocarril. El m¨¢s antiguo de todos no se encuentra, curiosamente, en una estaci¨®n, sino en un edificio administrativo que tiene la compa?¨ªa Renfe en el n¨²mero 4 de la avenida de la Ciudad de Barcelona. Es el famoso "reloj de Atocha", fabricado el siglo pasado por el maestro Paul Garnier y ¨²nico dentro de su g¨¦nero por disponer de soner¨ªa, rareza en los relojes de estaci¨®n. Si el viejo de Atocha es el m¨¢s antiguo, el de la nueva estaci¨®n, l¨®gicamente, es el m¨¢s moderno y el m¨¢s grande. Sus 6,5 metros de esfera le hacen ser el m¨¢s grande de Espa?a. La estaci¨®n de Chamart¨ªn, en cambio, carece de ¨¦l.
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