Una victoria y una derrota
Cuatro a?os.Han pasado cuatro a?os y todav¨ªa estoy aqu¨ª. Es curioso c¨®mo esto se siente simult¨¢neamente como una victoria y como una derrota.
?Por qu¨¦ una victoria?
Porque cuando, el 14 de febrero de 1989, o¨ª la noticia procedente de Teher¨¢n, mi reacci¨®n instant¨¢nea fue: soy hombre muerto. Recordaba un poema de mi amigo, el escritor estadounidense Raymond Carver, sobre cuando su m¨¦dico le dijo que ten¨ªa un c¨¢ncer de pulm¨®n.
Dijo: "?Es usted un hombre religioso? ?Se arrodilla en boscosas arboledas y pide ayuda...?".
Dije que no, pero tengo el prop¨®sito de empezar a hacerlo hoy.
Pero yo no soy un hombre religioso, yo no me arrodill¨¦. Fui a que me hicieran una entrevista en televisi¨®n y en ella dije que hubiera querido escribir un libro m¨¢s cr¨ªtico. ?Por qu¨¦ dije esto? Porque cuando el jefe de un Estado terrorista acaba de anunciar su intenci¨®n de asesinar en nombre de Dios, uno puede o bien bramar o bien farfullar. Yo no quer¨ªa hacer esto ¨²ltimo. Y porque cuando se ordena asesinar en nombre de Dios, uno empieza a pensar menos bien del nombre de Dios.
Despu¨¦s pens¨¦ esto:
Si existe un Dios, no creo que est¨¦ muy preocupado por Los versos sat¨¢nicos; no tendr¨ªa mucho de Dios si pod¨ªa verse sacudido en su trono por un libro. Por otra parte, si no existe un Dios, tampoco se sentir¨ªa muy sacudido por Los versos sat¨¢nicos. De manera que la querella no se da entre yo y Dios, sino entre yo y aquellos que -como nos recordaba en una ocasi¨®n Bob Dylan- piensan que pueden hacer cualquier maldita cosa porque tienen a Dios de su parte.
La polic¨ªa vino a verme y me dijo que no me moviera de donde estaba, que no fuera a ninguna parte, que se estaban haciendo planes. Peque?as patrullas de funcionarios de la polic¨ªa me velaron esa noche. Permanec¨ª en la cama despierto y atento a o¨ªr al ¨¢ngel de la muerte. Una de mis pel¨ªculas favoritas era y es El ¨¢ngel exterminador, de Luis Bu?uel. Es una pel¨ªcula sobre gentes que no pueden salir de una habitaci¨®n.
A la tarde siguiente -cuando la televisi¨®n rug¨ªa de odio y ansia de sangre- se me ofreci¨® la protecci¨®n de la Rama Especial. Los funcionarios que vinieron a casa dijeron que deb¨ªa irme a alguna parte durante unos d¨ªas mientras los pol¨ªticos arreglaban las cosas.
?Se acuerdan? Hace cuatro a?os todos pens¨¢bamos que la crisis ser¨ªa resuelta en cuesti¨®n de d¨ªas. Que a finales del siglo XX un, hombre se vea amenazado de muerte por escribir un libro..., que el jefe de un Estado religioso-fascista amenace a un ciudadano libre de un pa¨ªs libre tan alejado del suyo..., era demasiado disparatado. Se le impedir¨ªa.
La polic¨ªa lo cre¨ªa as¨ª. Ustedes lo cre¨ªan as¨ª. Yo tambi¨¦n lo cre¨ªa as¨ª.De manera que me fui fuera, no a una casa segura profundamente escondida, sino a un hotel en el campo. En la habitaci¨®n contigua a la m¨ªa estaba un periodista de The Daily Mirror que se hab¨ªa registrado junto con una se?ora que no era su esposa. Me mantuve apartado de su camino, no queriendo ponerle en evidencia. Y esa noche, cuando todos los periodistas del pa¨ªs trataban de averiguar ad¨®nde me hab¨ªa ido yo, ese caballero -?c¨®mo lo dir¨¦?- perdi¨® su exclusiva.
Esto iba a acabarse en unos cuantos d¨ªas.
Cuatro a?os despu¨¦s, esto sigue todav¨ªa. Y se me dice que el nivel de amenaza contra mi vida no ha disminuido en absoluto. Se me dice que no hay nadie entre las personas protegidas por la Rama Especial cuya vida est¨¦ en m¨¢s peligro que la m¨ªa.
Una victoria y una derrota: una victoria, porque estoy vivo a pesar de ser descrito por un amigo como un hombre muerto que est¨¢ de permiso. Una derrota, porque todav¨ªa estoy en esta c¨¢rcel.
"Muros de piedra no hacen una c¨¢rcel, ni barras de hierro una jaula".
Esta c¨¢rcel va conmigo all¨ª donde yo voy. No tiene muros, ni techo, ni esposas, pero yo no he encontrado una salida en cuatro a?os.
Cuando se hizo evidente que el problema llevaba camino de tardar m¨¢s en resolverse de lo que primero hab¨ªamos pensado, me met¨ª bajo tierra a mayor profundidad en ese mundo que ahora habito y cuya utilidad continuada depende de que no sea descrito.
Estaba sometido a una presi¨®n pol¨ªtica. No creo que se conozca generalmente cu¨¢n fuerte era esa presi¨®n. La cuesti¨®n de los rehenes brit¨¢nicos segu¨ªa aflorando. Se me pidi¨® que hiciera una especie de declaraci¨®n contrita; de no hacerla, algo podr¨ªa sucederle a un reh¨¦n brit¨¢nico, y eso, se me insinu¨®, ser¨ªa culpa m¨ªa.
La declaraci¨®n que acept¨¦ hacer ni siquiera estaba escrita por m¨ª, sino por el difunto John Lyttle, el hombre del arzobispo de Canterbury en el caso de los rehenes, y por otros pr¨®ceres y eminencias. Yo cambi¨¦ dos palabras, e incluso ese cambio requiri¨® una peque?a batalla.
No hizo bien a nadie. Fue hecha para ayudar a los rehenes; su fracaso fue descrito como mi primer fracaso para salvar mi maldito pellejo.
Jomeini confirm¨® su fatwa. Se ofrecieron recompensas de muchos millones de d¨®lares.
Entonces se ejercieron sobre m¨ª presiones oficiales simplemente para que desapareciera. El argumento era que ya he causado suficientes molestias. No deb¨ªa hablar sobre el tema, no deb¨ªa defenderme. Exist¨ªa un problema de orden p¨²blico bastante importante y dado que las autoridades estaban haciendo tanto para protegerme, yo no deb¨ª hacerles la vida m¨¢s dif¨ªcil; no vaya a ninguna parte, no vea a nadie, no diga nada. Sea una no-persona y agradezca que est¨¢ vivo. Oiga las denigraciones, las desfiguraciones, los discursos asesinos, los apaciguamientos, y c¨¢llese.
"Muros de piedra no hacen una c¨¢rcel...".
Durante casi a?o y medio no tuve el menor contacto con ning¨²n miembro del Gobierno brit¨¢nico ni con ning¨²n funcionario, ni del Ministerio del Interior ni del Foreign Office (Ministerio de Asuntos Exteriores). Yo estaba en el limbo.
Se me ha dicho que el Ministerio del Interior prohibi¨® todo encuentro conmigo, porque, supuestamente, ser¨ªa malo para las relaciones raciales.
Al final, telefone¨¦ a William Waldegrave, entonces ministro de Asuntos Exteriores, y le pregunt¨¦ si no pod¨ªa ser una buena idea que nos vi¨¦ramos.
No le era posible -no le era permitido, pienso- encontrarse conmigo. Pero finalmente tuve una reuni¨®n con un diplom¨¢tico del Foreign Office, y en una ocasi¨®n con el propio Douglas Hurd. Estas reuniones se celebraron sobre la base de que deb¨ªan mantenerse enteramente en secreto, "de forma que los rehenes no sufran".
Incidentalmente, yo no re cuerdo que ni Teher¨¢n ni los que hab¨ªan capturado a los rehenes en L¨ªbano hicieran alguna vez esta vinculaci¨®n. Pero pudiera ser que yo est¨¦ equivocado sobre este punto. Si revelo ahora estos detalles es porque no hay peligro en hacerlo as¨ª Hasta el d¨ªa en que fue liberado Terry Waite, yo era una especie de reh¨¦n para los rehenes. Acept¨¦ que sus casos ten¨ªan que ser resueltos primero; que, hasta cierto punto, mis derechos ten¨ªan que ser dejados de lado por el bien de los suyos.
Solamente esperaba que una vez que ellos fueran liberados, me tocar¨ªa a m¨ª; que el Gobierno brit¨¢nico y la comunidad mundial procurar¨ªan tambi¨¦n el final de esta crisis.
Tuve una larga espera, con muchos momentos curiosos durante ella.
Una pel¨ªcula paquistan¨ª me retrataba como un torturador, un asesino y un borracho vestido con una asombrosa variedad de trajes de safari en tecnicolor, al que en Gran Breta?a se le negaba un certificado (?de residencia?). Vi un v¨ªdeo de la pel¨ªcula; era espantoso. Acababa con mi ejecuci¨®n por el poder de Dios. La fealdad de aquellas im¨¢genes permaneci¨® en m¨ª durante alg¨²n tiempo.
Escrib¨ª a la Oficina Brit¨¢nica de Clasificaci¨®n de Pel¨ªculas prometi¨¦ndoles que no emprender¨ªa ninguna acci¨®n legal contra ellos ni contra la pel¨ªcula, y pidi¨¦ndoles que autorizaran su proyecci¨®n. Les dije que no deseaba la dudosa protecci¨®n de la censura. La pel¨ªcula fue autorizada y pronto desapareci¨® de las pantallas.
Un intento de proyectarla en Bradford fue acogido por filas enteras de asientos vac¨ªos. Fue una perfecta ilustraci¨®n del alegato a favor de la libertad de expresi¨®n: la gente puede realmente formar sus propias mentes.
Sin embargo, fue algo extra?o sentirse contento con la proyecci¨®n de una pel¨ªcula cuyo tema era mi muerte.
A veces me alojaba en casas confortables. A veces no ten¨ªa m¨¢s que una peque?a habitaci¨®n en la que no pod¨ªa acercarme a la ventana por miedo a ser visto desde abajo.
A veces pude salir un poco. Otras veces tuve problemas al hacerlo.
Intent¨¦ visitar Estados Unidos y Francia, y los Gobiernos de esos pa¨ªses me hicieron imposible la entrada en ellos.
Una vez que tuve que ir a un hospital para que me sacaran las muelas del juicio, supe despu¨¦s que la polic¨ªa hab¨ªa hecho planes de emergencia para mi traslado. Habr¨ªa sido anestesiado y trasladado dentro de un saco, en un coche f¨²nebre.
Llegu¨¦ a tener amistad con mi equipo de protecci¨®n y aprend¨ª mucho sobre los trabajos internos de la Rama. Aprend¨ª c¨®mo descubrir si se est¨¢ siendo seguido en una autopista, y me acostumbr¨¦ a los dispositivos que siempre hay alrededor; y aprend¨ª la jerga de la fuerza de polic¨ªa -los conductores, por ejemplo, son conocidos como los OFD, que son las siglas de "only fucking drivers" ("s¨®lo jodidos conductores"). La Polic¨ªa de Tr¨¢fico son los "black rats" ("ratas negras"). Mi propio nombre nunca era utilizado. Aprend¨ª a responder a otros nombres. Yo era "el principal".
Llegu¨¦ a familiarizarme con muchas cosas que me eran incre¨ªblemente extra?as hace cuatro a?os pero a las que nunca he llegado a habituarme. Sab¨ªa desde el principio que esa habituaci¨®n ser¨ªa una rendic¨ª¨®n. Lo que a mi vida le ha sucedido es algo grotesco. Es un crimen. Nunca aceptar¨¦ que esto haya llegado a ser mi condici¨®n normal.
"?Qu¨¦ es una cosa rubia, con grandes tetas y que vive en Tasmania?". "Salman Rushdie". Recibo cartas, a veces todav¨ªa recibo cartas, que dicen: r¨ªndase, cambie su nombre, op¨¦rese, empiece una nueva vida. ?sta es la ¨²nica opci¨®n que nunca he considerado. Ser¨ªa peor que la muerte. No quiero una vida de otra persona. Quiero mi propia vida.
Los funcionarios que me protegen me han demostrado una gran comprensi¨®n y me han ayudado a pasar los peores momentos. Siempre les estar¨¦ agradecido por esto. Son hombres valientes. Est¨¢n poniendo sus vidas en juego por m¨ª. Nunca nadie hizo esto por m¨ª.
Es algo que necesito decir.
Sospecho que porque no he sido asesinado mucha gente piensa que no hay nadie intentando asesinarme. Mucha gente piensa probablemente que todo es un poco te¨®rico.
No lo es.
En los primeros meses, un terrorista ¨¢rabe vol¨® por los aires en un hotel de Paddington. M¨¢s tarde, una periodista que hab¨ªa visitado los reductos de Hezbol¨¢ en el valle de la Bekaa, en L¨ªbano, me dijo que ella hab¨ªa visto la fotograf¨ªa de ese hombre en un muro de los m¨¢rtires de una oficina, con una leyenda en la que se dec¨ªa que su blanco hab¨ªa sido yo.
En los momentos de la guerra del Golfo o¨ª que el Gobierno iran¨ª hab¨ªa pagado dinero por un asesinato mediante contrato. Despu¨¦s de meses de extrema cautela, se me dijo que los asesinos hab¨ªan sido -por usar el lenguaje eufem¨ªstico de los servicios de espionaje- "frustrados". Pens¨¦ que lo mejor era no investigar las causas de su frustraci¨®n.
(La segunda parte de este art¨ªculo se publicar¨¢ ma?ana)
Copyright Salman Rushdie, 1993.
Traducci¨®n de M? Carmen Ruiz de Elvira.
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