Crecer sin crear empleo
La recuperaci¨®n econ¨®mica de EE UU no se ha traducido en una clara ca¨ªda del paro
Las recuperaciones econ¨®micas tras un periodo de recesi¨®n ya no son como explicaban los libros de texto. Estados Unidos est¨¢ demostrando que se puede crecer durante varios a?os al 2% y al 3% anual sin que disminuya sustancialmente el n¨²mero de parados. Seg¨²n el nuevo ministro norteamericano de Trabajo, Robert Reich, el crecimiento econ¨®mico registrado en Estados Unidos desde abril de 1991 deber¨ªa haber creado 3,5 millones de nuevos puestos fijos: en realidad s¨®lo ha sido capaz de crear medio mill¨®n.
Se trata, seg¨²n los especialistas, de recuperaciones d¨¦biles, at¨ªpicas de acuerdo con los precedentes hist¨®ricos. El presidente Bill Clinton y sus asesores creen que exigen una vigorosa intervenci¨®n de los Gobiernos para conseguir una mayor repercusi¨®n positiva en el mercado del trabajo, y se han aplicado a la tarea."Muchos indicadores se?alan que la recuperaci¨®n es sustancial, pero queremos asegurarnos de que se mantiene as¨ª", afirma Laura d'Andrea Tyson, presidenta del Consejo Econ¨®mico Asesor y una de las mejores especialistas del pa¨ªs en c¨®mo los Gobiernos pueden, y deben, apoyar determinadas industrias.
La econom¨ªa norteamericana creci¨® un sorprendente 4,8% en el ¨²ltimo trimestre de 1992 y, aunque los economistas no creen que se pueda mantener esa tasa durante todo el a?o 1993, s¨ª estiman que se alcanzar¨¢ c¨®modamente el 3%. "Francia creci¨® a esa tasa durante los ¨²ltimos a?os ochenta y, sin embargo, el empleo s¨®lo creci¨® un 0,4%. En Estados Unidos hemos pasado de un ¨ªndice de paro del 7,7% en junio de 1992 a un 7,1% en enero de l993", explica Reich. Un crecimiento del empleo que en febrero mejor¨® una sola d¨¦cima m¨¢s y que Business Week califica de "rniserable".
Los republicanos, todav¨ªa defensores de la teor¨ªa del laissez faire y contrarios a la intervenci¨®n del Gobierno, se oponen al paquete de 16.300 millones de d¨®lares que Clinton quiere inyectar inmediatamente para asegurar la recuperaci¨®n y mejorar los mecanismos de protecci¨®n social. "La econom¨ªa se est¨¢ recuperando por s¨ª sola y no necesita incentivos, que ¨²nicamente ayudar¨¢n a ampliar el d¨¦ficit", asegura el influyente senador Robert Dole.
Relaci¨®n rota
"No estamos frente a una recuperaci¨®n cl¨¢sica, como lo demuestra el que los puestos de trabajo desaparecidos no vuelven a crearse, al menos no al ritmo necesario", proclaman desde todos los medios de comunicaci¨®n Tyson y Reich. "Se ha roto la hist¨®rica relaci¨®n entre crecimiento econ¨®mico y creaci¨®n de puestos de trabajo".Revistas como Business Week apoyan esta teor¨ªa. "Incluso aunque se mantuviera un crecimiento del 4% es poco probable que se produjera un crecimiento notable de los puestos de trabajo", aseguraba a finales de febrero.
Las cifras revelan hechos sorprendentes: los norte¨¢mericanos que tienen empleo trabajan mas horas que nunca. En el sector manufacturero, por ejemplo, donde se han perdido 180.000 puestos fijos, la jornada laboral es de 41 horas semanales, la m¨¢s larga desde hace 26 a?os. Todo parece indicar que, ante el miedo a la crisis y al paro, las empresas norteamericanas han conseguido dos cosas: endurecer las condiciones de trabajo y aprender a sacar el m¨¢ximo rendimiento de los equipos inform¨¢ticos, hasta hace poco infrautilizados, incluso en un pa¨ªs como EE UU.
En efecto, la recesi¨®n y la crisis han coincidido con un factor nuevo: los precios de las computadoras se han abaratado enormemente y la mayor¨ªa de las empresas ha conseguido mejorar su aprovechamiento. No es extra?o as¨ª que los peri¨®dicos den cuenta de la pr¨®xima apertura en Tennessee de una f¨¢brica que cerr¨® en 1987. La diferencia fundamental es que entonces ten¨ªa 500 empleados y ahora, con los mismos cometidos, s¨®lo tendr¨¢ 80.
Una recuperaci¨®n econ¨®mica que no suponga la aparici¨®n de nuevos puestos de trabajo ayudar¨¢ a mejorar los salarios de quienes ya tienen empleo, pero profundizar¨¢ el abismo entre quienes trabajan y los parados, denuncian los principales sindicatos norteamericanos.
Esta misma semana se ha hecho p¨²blico que el 10,4% de los norteamericanos, es decir, m¨¢s de 26 millones de personas, est¨¢ acogido a un peculiar sistema de seguridad social que se conoce como cupones de comida: es la primera vez en la historia que este dispositivo social federal, creado en 1964, acoge a uno de cada 10 estadounidenses.
"Est¨¢ claro que la recuperaci¨®n no alcanza a los sectores con menos recursos", afirma Robert Greenstein, director de un grupo de estudios sociales y antiguo responsable del programa de los cupones. "Debe tenerse en cuenta, adem¨¢s, que para recibir esta ayuda hay que demostrar no que se est¨¢ en paro, sino que se tienen ingresos inferiores a las 900.000 pesetas anuales. Quiere decirse que est¨¢n solicitando cupones personas que tienen trabajo, pero parcial".
Futura estrella
Tal vez uno de los fen¨®menos m¨¢s sorprendentes de la etapa Clinton es la aparici¨®n de un notable secretario de Trabajo, Robert Reich, un abogado amigo del presidente, que est¨¢ dispuesto a revolucionar su departamento y ser el primer ministro de Trabajo de la historia norteamericana que se hace o¨ªr a la hora de discutir la pol¨ªtica econ¨®mica.Cierto es que el presidente ha dado los principales puestos econ¨®micos del Gabinete a personalidades cl¨¢sicas del Partido Dem¨®crata, como el congresista con Panetta (responsable del presupuesto) o el senador Lloyd Bentsen (secretario del Tesoro). La cartera de Trabajo no es, sin duda, una de las m¨¢s ambicionadas, pero Reich lleva camino de convertirse en una estrella.
Para se?alar el camino, Robert Reich, nada m¨¢s tomar posesi¨®n de su cargo, se reuni¨® a puerta cerrada con los representantes de los sindicatos m¨¢s importantes del pa¨ªs (AFL-CIO) y les dijo, seg¨²n inform¨® el New York Times, que el Gobierno contaba con ellos para favorecer un crecimiento econ¨®mico m¨¢s fuerte y que 1a Administraci¨®n har¨¢ lo que pueda para que las unions recuperen la fuerza que perdieron en la d¨¦cada conservadora". Seg¨²n datos oficiales, a finales de 1992, el 15,8% de los trabajadores norteamericanos estaba afiliado a alg¨²n sindicato, frente al 21,9% en 1980.
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