Enfado general

Lo que comenz¨® como una fiesta, a punto estuvo de acabar como el rosario de la aurora. Los toreros, enfadados y diciendo palabrotas para s¨ª por la invalidez y soser¨ªa de los toros; el p¨²blico lanz¨® almohadillas al ruedo porque se sent¨ªa estafado, y hasta el presidente se supone que terminar¨ªa con mala cara por la cantidad de improperios que recibi¨® por su negativa a devolver el cuarto de la tarde.El p¨²blico granadino es tan alegre y bullicioso que confunde a taurinos y toreros. Para empezar, paga toros de primera y lo que ve son novillos de tercera; los toreros tambi¨¦n se confunden: exigen toros chicos y c¨®modos y se esfuerzan poco en la creencia de que es f¨¢cil cortar las orejas.

Al final, los toros, que no enga?an a nadie, se muestran como son, y los toreros s¨¦ enfadan a modo de justificaci¨®n. Los ¨²nicos que tienen raz¨®n son los espectadores. No son muy exigentes, pero no admiten el fraude. Comen y beben de lo lindo a mitad de la corrida, pero vociferan como un solo hombre cuando la autoridad se empecina en no devolver al inv¨¢lido cuarto. Pero el presidente aguanta y se lo toma como un asunto personal.

Regalar, pero no enga?ar

La plaza se llen¨® para ver a tres j¨®venes figuras. Estaba dispuesta a regalar las orejas.... pero no se dej¨® enga?ar una vez m¨¢s.Lo mejor y lo ¨²nico que hizo Joselito, adem¨¢s de enfadarse, fue el estoconazo que propin¨® al primero de la tarde. Perdi¨® la muleta en el envite, pero dict¨® una lecci¨®n de c¨®mo deben matar los toreros. Por lo dem¨¢s, en ese toro, corto y soso, estuvo pesado y aburrido. En el cuarto, s¨®lo pudo evidenciar su mal humor.

Litri tuvo mala suerte. Le toc¨® el mejor lote de la corrida y, en su caso, eso no es buena fortuna. De hecho, desaprovech¨® el mejor toro de la tarde, y arranc¨® una oreja del segundo a base de molinetes de rodilla. Pero torear, lo que se dice torear, muy poco. A pesar de que le trataron como a un ¨ªdolo, no emocion¨® en su primero hasta que mir¨® a los tendidos y hac¨ªa como que toreaba. Se le fue el quinto, bravo en el caballo y encastado en la muleta, ante el que no supo qu¨¦ hacer. Temeroso, dubitativo y descentrado, lo pitaron en distintas fases de su insulsa labor.

Enrique Ponce cort¨® una oreja a medio gas y se enfad¨® ante el deslucido sexto. En su primero, tore¨® con garbo a la ver¨®nica y, sin sudar la camiseta, emocion¨® con su personal estilo, aunque su faena careci¨® de quietud y profundidad.