Soborno
El otro d¨ªa compr¨¦ un ejemplar de L'Autre Journal, trimestral franc¨¦s de temas culturales sin una p¨¢gina de publicidad que sobrevive desde hace a?os a trancas y barrancas, y el, quiosquero me mir¨® como si estuviera loco. Probablemente hay que estarlo para dejarse 600 pesetas en letra impresa cuando, por menos dinero, puede uno llevarse a casa, en vueltos junto con una revista que no hay ni por qu¨¦ abrir, discos compactos, cintas de v¨ªdeo, frascos de laca de u?as, abanicos, piezas de bisuter¨ªa, destornilladores y, a este paso, martillos pilones y una sierra el¨¦ctrica como la del mism¨ªsimo Leatherface de La matanza de Texas. Hoy por hoy, un quiosco ya no es un quiosco, sino algo a medias entre un zoco magreb¨ª high tech y El Corte Ingl¨¦s. Realmente, leer por leer debe de ser muy duro.?C¨®mo, que edita usted un manual de jardiner¨ªa y no regala ni tijeras de podar ni un miserable bons¨¢i? ?Pone usted a la venta una enciclopedia del mundo animal sin obsequiar con un koala al lector? ?Pretende editar una colecci¨®n de textos fundamentales de la literatura con tempor¨¢nea sin regalar una estante r¨ªa de caoba? ?Pues at¨¦ngase a las consecuencias!
Seguramente, todo este disparate no es m¨¢s que el primer paso de algo m¨¢s serio. A fin de cuentas, discos, cintas de v¨ªdeo y abanicos son elementos prescindibles en esta ¨¦poca de crisis. Lo normal es que, si todo empeora, los editores empiecen a regalar con cada ejemplar de su revista 100 gramos de jam¨®n (los rumbosos) o de mortadela (los ro?icas). Quien edite revistas y diarios puede situar el embutido en la revista y el panecillo en el diario. El lector lo agradecer¨¢: alimentarse de cultura est¨¢ bien, pero hacerlo de comida es mejor. De este modo, la prensa volver¨¢,. por fin, a su funci¨®n de siempre: en volver el bocadillo.
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