El pol¨ªtico demediado
El inminente desenlace de la minicrisis desatada en torno a Jos¨¦ Mar¨ªa Mohedano, elegido secretario del Grupo Parlamentario Socialista hace pocas semanas, servir¨¢ probablemente para que los hombres y mujeres de poca fe puedan recuperar su confianza en las promesas de Felipe Gonz¨¢lez sin necesidad de mancharse los dedos explorando llagas. Despu¨¦s de resistirse como gato panza arriba a asumir sus responsabilidades, Mohedano se dispone hoy a presentar la dimisi¨®n, un tard¨ªo gesto de dignidad solicitado o sugerido (t¨¢chese lo que no convenga) desde unas inciertas alturas. Como presidente del grupo parlamentario, Solchaga expuso anteayer claramente la soluci¨®n del problema creado al PSOE por las estrafalarias costumbres de su viceportavoz: la conducta de un pol¨ªtico debe ser juzgada seg¨²n criterios tambi¨¦n pol¨ªticos.Desde el arranque del caso Guerra, a comienzos de 1990, hasta la comparecencia de Felipe Gonz¨¢lez en la Universidad Aut¨®noma hace cuatro meses, la doctrina oficial del PSOE sobre esc¨¢ndalos pol¨ªticos hab¨ªa descansado sobre dos insostenibles supuestos. De un lado, los militantes y cargos p¨²blicos deber¨ªan responder ante la opini¨®n por sus actos irregulares s¨®lo si infring¨ªan el C¨®digo Penal; de otro, el principio constitucional de la presunci¨®n de inocencia exig¨ªa que los medios de comunicaci¨®n suspendieran cualquier opini¨®n o informaci¨®n sobre las denuncias de corrupci¨®n hasta que el Poder Judicial dictase sentencia firme. Si la primera barrera protectora irresponsabilizaba a los pol¨ªticos de cualquier conducta impropia no definida como delito (desde el uso despilfarrador de bienes p¨²blicos hasta el tr¨¢fico de influencias no perseguible penalmente), la segunda muralla garantizaba a cualquier denunciado el largu¨ªsimo periodo de impunidad que proporcionan a los procesados los retrasos de la Administraci¨®n de justicia y las apelaciones al Supremo o al Constitucional.
En la conferencia de prensa de ayer, Mohedano defendi¨® ante los periodistas el car¨¢cter correcto de su comportamiento y alarde¨® de su biograf¨ªa mod¨¦lica. Cada cual es muy libre de arrojar flores sobre su carn¨¦ de identidad o de estar enamorado de su historial pol¨ªtico-profesional; s¨®lo el sentido del rid¨ªculo y el respeto a la verg¨¹enza ajena aconsejan moderaci¨®n a esas autoalabanzas. Siempre se corre el riesgo, sin embargo, de que algunos espectadores no compartan esos entusiasmos e incluso vean l¨ªneas de sombra, motivaciones ambiguas y virajes interesados en ese embellecido despliegue de virtudes, generosidades y hero¨ªsmos. Algunos malpensados podr¨ªan interpretar que el uso por un abogado del lujoso autom¨®vil cedido por un cliente (corriendo el usufructuario con el seguro, las multas y las reparaciones) constituye una forma de pago encubierta para eludir impuestos. Y ni siquiera el vizconde demediado de Italo Calvino servir¨¢ como modelo para lograr separar al abogado del diputado socialista en las visitas giradas por Mohedano -pol¨ªtico y letrado por partes iguales- a un alcalde del PSOE con el fin de interesarse por los negocios de un cliente de su bufete.
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