R¨¦quiem por un muerto hecho a medida
Las torres KIO ya tienen due?o, qu¨¦ alivio. Daba no s¨¦ qu¨¦ pasar por all¨ª y mirar esos dos cad¨¢veres, con el rostro m¨¢s agujereado que una calavera, a punto de caerse el uno sobre el otro, como dos esqueletos borrachos que vinieran de correrse una juerga en Colmenar. Las han comprado por dos duros porque los muertos en Madrid no valen nada, est¨¢n por los suelos, vamos: es lo que sucede cuando la oferta excede a la capacidad de la demanda, que se desploman los precios. Hay tantos muertos que ya no sabemos ni de qui¨¦nes son; el otro d¨ªa una familia enterr¨® una difunta ajena, mientras que la de su propiedad era velada por extra?os. Y eso tampoco es; los muertos deben hacerse cargo de sus muertos.A las torres KIO, por ejemplo, se las han llevado a casa sus acreedores. Cajamadrid amortajar¨¢, o amortizar¨¢, no s¨¦, la de la izquierda, y Construcciones y Contratas, la de la derecha, o al rev¨¦s, ya veremos; la cuesti¨®n es que en este caso no cab¨ªa posibilidad de confusi¨®n respecto a sus verdaderos propietarios porque la talla de los muertos se correspond¨ªa con la de los vivos. Si usted quiere llorar a un difunto, lo primero que tiene que saber es la talla de su dolor. Dentro de poco, en lugar de velar a nuestros muertos verdaderos, que es una pasada, llegaremos al tanatorio y le diremos al aprendiz:
.He perdido a mi esposa y desear¨ªa velar un cad¨¢ver.
-?Y cu¨¢l es su talla de difunto?
-Pues no s¨¦, hace mucho que no velo.
-?Cu¨¢nto gana?
-Lo m¨ªnimo.
Con esos datos, el aprendiz de muerto revisar¨¢ unos estantes como los de las zapater¨ªas, s¨®lo que con ata¨²des en lugar de cajas de cart¨®n, y le servir¨¢ enseguida un cad¨¢ver zarrapastroso sobre el que descargar su pena.
Lo importante es acertar con la talla. En Madrid, por ejemplo, llevamos una semana llorando la muerte de Jes¨²s S¨¢nchez Rodr¨ªguez, porque es un muerto que encaja a la perfecci¨®n con nuestra estatura: viv¨ªa del trapicheo y fumaba porros en los bancos de las plazas para evadirse. Adem¨¢s, lo transformaron en cad¨¢ver de un modo violento, caracter¨ªstico tambi¨¦n de nuestra identidad. O sea, que es un difunto hecho a medida; la verdad es que nos viene como anillo al dedo. En ¨¦l podemos llorar lo que somos, lo que venimos siendo: el Ayuntamiento deber¨ªa haber decretado tres d¨ªas de luto oficial, por que si hay un muerto que sea tan nuestro como la Cibeles, la calle de Alcal¨¢ o el Retiro, ¨¦se es Jes¨²s S¨¢nchez. Pienso en su muerte e imagino que, gracias a los vapores del hach¨ªs, cuando le fracturaron el cr¨¢neo sinti¨® la grandeza de una catedral a la que se le derrumbara, de s¨²bito, la b¨®veda sobre el altar mayor. Quiero imaginar que, mientras Jes¨²s percib¨ªa esa lluvia de cascotes ¨®seos sobre la cruz de su existencia, tuvo un momento de felicidad al intuir que ya no necesitar¨ªa reba?ar los bolsillos de su vieja para pillar el costo con el que se olvidaba un rato de qui¨¦n era.
En cuanto a sus agresores, no os dej¨¦is enga?ar: hay muchos cabezas rapadas que ocultan su verdadera condici¨®n bajo una abundante melena. Cualquier d¨ªa de estos se quitan la peluca y comprendemos de golpe que ten¨ªan detr¨¢s de s¨ª un ej¨¦rcito. Pasa lo mis mo con los cad¨¢veres: ahora estamos sobrecogidos por el de Jes¨²s porque, adem¨¢s de ser muy evidente, nos viene como un guante, pero si miras a los que se cruzan contigo por la calle ver¨¢s que muchos de ellos, debajo de una vida aparente, ocultan ya un difunto. El propio Jes¨²s, quiz¨¢, estaba muerto antes de que lo mataran. Descanse en paz.
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