Producid, producid, malditos
En Hollywood, las grandes pel¨ªculas vienen precedidas por el nombre del productor. Es la tradici¨®n de una industria que ha dado mitos como Darryl F. Zanuck, David O. SeIznick e, incluso, Steven Spielberg, el fen¨®meno m¨¢s reciente y m¨¢s evidente de una tendencia a creer en el talento de una figura que re¨²ne en torno a su pel¨ªcula un crisol de profesionales para la direcci¨®n, el gui¨®n, el montaje, la interpretaci¨®n, la fotograf¨ªa... Cada proyecto es una arriesgada inversi¨®n en la que el productor o el estudio se juegan su fortuna y su prestigio.En nuestra raqu¨ªtica industria, el productoir se dedica a la intensa -y a menudo fruct¨ªfera- caza y captura de ayudas a la creaci¨®n: la mayor¨ªa de las pel¨ªculas espa?olas siempre reciben una subvenci¨®n del Ministerio de Cultura, otra de la Generalitat de Catalu?a o cualquier otro organismo auton¨®mico, su correspondiente adelanto de taquilla por parte de la distribuidora, un pellizco por el v¨ªdeo, los derechos de antena por su estreno en Canal + y la posterior venta de esos derechos a una cadena generalista, ya sea TVE, Antena 3, Tele 5 o la FORTA. El riesgo del productor es m¨ªnino, incluso logra beneficios antes de rodar. La pel¨ªcula es lo de menos, el negocio es producirla.
Gracias a este sistema, las carteleras ven c¨®mo se estrenan pel¨ªculas espa?olas que carecen del m¨ªnimo atractivo comercial: sin guiones ni argumentos elaborados, sin repartos nuevos, sin pizca de riesgo, sin imaginaci¨®n ni talento... Pero si es espa?ol, tiene que estrenarse.
No todo el cine espa?ol fracasa en taquilla. Ah¨ª est¨¢n ?Por qu¨¦ lo llaman amor cuando quieren decir sexo?, Belle ¨¦poque y Kika para confirmarlo, pero ese ¨¦xito lo decide el espectador al acudir al cine, no se hace a golpe de decreto. En ning¨²n art¨ªculo de dicho decreto-ley se se?ala o ampara la calidad del producto cinematogr¨¢fico comunitario. La obsesi¨®n del Ejecutivo es acotar el terreno ganado (o perdido, habr¨ªa que puntualizar) por el cine espa?ol en absurdas operaciones que asemejan las rebajas de los grandes almacenes: dos licencias de doblaje por cada pel¨ªcula comunitaria estrenada (por cierto, no se obliga al estreno en versi¨®n original subtitulada de las pel¨ªculas europeas no espa?olas), un d¨ªa de cine comunitario por cada dos de cine de terceros pa¨ªses (doblado)...
Lo grave de este proteccionismo obstruccionista es que condena a terceros, en este caso a las televisiones p¨²blicas y privadas, a coproducir en un porcentaje que se sit¨²a en el 5% de la programaci¨®n cinematogr¨¢fica. Una cosa es defenderse de la invasi¨®n del cine americano y otra, muy distinta, obligar a otros a producir, programar y ver todo el cine espa?ol. La ayuda a nuestra industria no puede venir de fuera, debe proceder de su propia calidad. Como en cualquier otro negocio, el propio mercado determina lo que quiere consumir. Queremos ser libres para elegir nuestro cine.
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