"My fair lady" busca empleo
Hemos transitado la larga marcha del tuteo, que tuvo or¨ªgenes totalitarios y arraig¨® con fuerza en los madriles. Con los vocablos y expresiones vale, t¨ªo y t¨ªa; el oye, t¨², vuelve ma?ana, cuando t¨² quieras o vete a hacer pu?etas se conforman las bases del trato social.Percibo, sin embargo, un t¨ªmido regreso a viejas f¨®rmulas renacidas, precisamente, en tiempo de crisis, crisol de toda relaci¨®n humana. Excelente referencia del pulso comunal son los anuncios por palabras, pat¨¦tico escaparate, a veces, del mercado de las personas. ?Qu¨¦ mar de fondo se estremece en esas seis o diez palabras! Las recientes exigencias acerca de la remuneraci¨®n, el tiempo libre, las vacaciones, han desaparecido y apenas viene insinuada, por razones de desplazamiento, la sugerencia: "Preferible zona de Fuencarral o cercan¨ªas de Portazgo, Vallecas o Pac¨ªfico". Menudean los animosos "con ganas de trabajar, bien dispuestos, garantizado cumplimiento", manera de sacar del arca los valores en arriendo.
Gran ¨¦xito tienen las publicaciones que acogen gratuitamente las ofertas del esfuerzo, el conocimiento, la voluntad, tanto los que se venden en ediciones trisemanales como los que encontramos los vecinos en el buz¨®n de cada distrito. En tanto discuten en otros foros f¨®rmulas de combatir el desempleo, los desempleados proclaman su condici¨®n en un par de l¨ªneas, contrato en blanco a rellenar sin intermediarios. Mientras se liquida o sobrevive el Inem o funcionen con garant¨ªas y fluidez las agencias de empleo, estos reclamos gratuitos traen recuerdo de las plazas manchegas, extreme?as, andaluzas, cuando, los capataces evaluaban en un vistazo el vigor, y capacidad de los braceros.
El anuncio gratuito abre un resquicio a la esperanza. Y ah¨ª asoma con timidez el perdido tratamiento, la tarjeta de presentaci¨®n, el recurso intransitivo de la propia dignidad como valor a?adido. La distinguida se?ora, se?orita, myfair lady, quiere, necesita trabajar. Su Pigmali¨®n ha sido un BUP superficial, nociones de ofim¨¢tica, una zambullida en los sistemas de la informatizaci¨®n, alusiones puntuales a conocimientos precisos.
Recorrido y punteado uno de estos heraldos que pormenorizan el mercado libre del trabajo, encontramos las proscritas denominaciones de las que s¨®lo vamos a dar cabida a las femeninas: 68 postulantes administrativas, 30 chicas -de 18 a 22 a?os- para tareas de oficina y 65 en el servicio dom¨¦stico, 44 secretarias tituladas, 11 dependientas de comercio, dos friegaplatos ?con experiencia!, cinco canguros eficientes, siete camareras, etc¨¦tera.
As¨ª llegamos a la letra 21 del alfabeto, que comienza con la antigua palabra: se?ora. Pretenden 141 una plaza en demanda oblicua: "Se?ora 42 a?os se ofrece como encargada, dependienta en boutique. Tambi¨¦n para limpieza de oficinas y domicilios". Otra, que cumple las normas comunitarias de libre Circulaci¨®n de personas y servicios: "Se?ora extranjera, informada, buen car¨¢cter, 53 a?os, no fumadora, ofr¨¦cese acompa?ar persona mayor, tambi¨¦n en veraneos. A cambio de cama, comida, tal vez salario...". ?Qu¨¦ universo de frustraciones, trashumancia, renuncias a seguir mir¨¢ndole la cara a la miseria!
Siguen las se?oritas, desde los 18 hasta esa edad en que ha recurrido a san Pancracio y a santa Rita disimulando la fecha de caducidad para cualquier tarea.
Por enrevesadas convulsiones econ¨®micas, en tiempos de penuria se alargan las faldas de las mujeres. Los escoceses no siguen las tendencias y el pasear de minis por la pasarela puede ser otra maniobra para maquillar la crisis. Esta otra vuelta a las corteses denominaciones significa el socorro y la salvaci¨®n de ciertos valores en saldo.
Alg¨²n veterano recordar¨¢ los prodigiosos tiempos de la radio cuando -lo dijo de su pa¨ªs Curzio Malaparte- lo que no estaba prohibido era obligatorio. No s¨¦ bien si el imaginativo concurso a micr¨®fono abierto lo conduc¨ªa Boby Deglan¨¦, el inmarchitable Joaqu¨ªn Prat u otro de aquellos taumat¨²rgicos maestros de la ficci¨®n. En el escueto escenario de la emisora se recib¨ªa a las concursantes con un protocolario: "?Se?ora o se?orita?". A trav¨¦s de los solemnes receptores son¨® un inesperado chasquido, s¨®lo correctamente interpretado por los presentes en el estudio. La afortunada elegida le acababa de atizar una espl¨¦ndida bofetada al locutor tras la intrascendente pregunta. Era una mujer ostentosamente embarazada, para quien la mera duda sobre su estado civil constitu¨ªa una ofensa, de la que tom¨® instant¨¢nea reparaci¨®n. Una se?ora, ?o es que no se notaba?
Dentro de poco, si esto sigue as¨ª, acabaremos por cedernos el paso y el pescadero reclamar¨¢ tras su puesto en el mercado: "?A ver, la dama que tiene el n¨²mero 46!". O "usted primero, ?no faltar¨ªa m¨¢s!". Menudean las se?oras y se?oritas que solicitan trabajo, cualquier trabajo, que nunca ser¨¢ indigno de su propia estimaci¨®n.
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