A las barricadas
Corr¨ªa esa ma?ana como desde hac¨ªa muchas ma?anas. El pelo, blanco, alborotado. Iba con el cuerpo echado para adelante, apenas rozaba con los pies el suelo. La mirada extraviada; extraviada, seg¨²n: un ojo, en continuo parpadeo, el otro fijo, fosilizado por algo que vio alguna vez (¨¦l sabr¨ªa qu¨¦, cu¨¢ndo). Y cay¨®, aquella ma?ana, en una zanja a la altura de El An¨®n Cubano, acreditada fruter¨ªa de Don Ram¨®n de la Cruz. Cay¨® en una de las zanjas abiertas por los de Gas Natural y, cuando se incorpor¨® y asom¨® la cabeza, el ojo fijo empez¨® a ver, y vio desde su trinchera que la l¨ªnea de fuego estaba a la altura del n¨²mero 82, delante de la Cacharrer¨ªa, por donde sol¨ªa pasar cada d¨ªa.
Apenas asom¨® la cabeza y le estall¨® en los o¨ªdos el traqueteo de las m¨¢quinas, que abr¨ªan zanjas, unas, o que cerraban, otras. El ojo reanimado giraba como un tiovivo loco. El ruido era ensordecedor. Los coches pasaban, los que pod¨ªan, laminando las planchas de acero, que pon¨ªan techo a las zanjas abiertas por los zapadores de Gas Natural, batall¨®n "Perdonen las Molestias". Los coches disparaban bombazos secos.
Desde los primeros pisos de ambas aceras, mujeres asustadas, parapetadas tras los visillos, se hac¨ªan cruces y buscaban en el dial la FM, leal o facciosa, que les conviniera. Los hombres, mientras, pon¨ªan serenidad en los convulsos pasillos buscando cinta aislante para proteger los cristales. A unos metros, cerca de la esquina con Alc¨¢ntara, un cantautor por unas monedas rasgaba una guitarra con amplificador a la vez que gritaba: "Si me quieres escribir, ya sabes mi paradero: en el frente de Alc¨¢ntara, primera l¨ªnea de fuego". A un paso de La Ola del Cant¨¢brico, reconocida pescader¨ªa de Don Ram¨®n de la Cruz, un ob¨²s hab¨ªa hecho un agujero hasta las entra?as del adoquinado de Madrid, por donde sub¨ªan y bajaban los milicianos, fieros como mineros, de la Telef¨®nica.
Los ni?os, sueltos, las mochilas bien amarradas a la espalda, hac¨ªan pellas o novillos, seg¨²n, y renunciaban a ir a los Calsancios, que volv¨ªa a ser cheka, si se entraba por General D¨ªez Porlier, o checa, si se entraba por Hermanos Miralles. Los ni?os, aquella ma?ana en que aquel anciano polif¨¦mico cay¨® en una zanja de Gas Natural y se le despert¨® el ojo en una trinchera silbando: "De las bombas se r¨ªen, mamita m¨ªa, los madrile?os", se desparramaron por entre los escombros de la manzana entre Alc¨¢ntara y Conde de Pe?alver. Los ni?os, en d¨ªas de asueto, en las calles de guerra, jugaban, los unos de quintacolumnistas, los otros de milicianos de CNT, entre el zipizape de los de Gas Natural, que abr¨ªan zanjas como trincheras. De los camiones bajaban cuadrillas de operarios, con tuber¨ªas amarillas, con martillos neum¨¢ticos. Otros disparaban hacia Alc¨¢ntara, la mirada fija, profesional, las dos manos firmes en la artiller¨ªa.
S¨®lo el anciano ca¨ªdo en zanja, agazapado en la trinchera, los vio avanzar por la acera menos castigada. Eran dos ciegos, una pareja, que se estaban besando, como se besa la gente en tiempos de incertidumbres. S¨®lo el anciano aquel los vio avanzar y comprendi¨® lo que iba a suceder; intent¨® advertirles, pero apenas pudo gritar. Y tarde, adem¨¢s, que aquellos dos ciegos, que iban bes¨¢ndose por la calle levantada en armas, cayeron en una zanja de Gas Natural.
Y de repente la calle enmudeci¨®; call¨® la maquinaria, ces¨® el griter¨ªo de los ni?os, las mujeres dejaron de mover el dial. Y call¨®, sobre todo, donde el frente de Alc¨¢ntara, el cantor de pocas luces y muchos decibelios, pues no sab¨ªa ir m¨¢s all¨¢ de "... primera l¨ªnea de fuego". Y quintacolumnistas y milicianos, todos, corrieron a auxiliar a los ciegos ca¨ªdos; "pobrecillos", dijo una se?ora con una bolsita de fresas de El An¨®n Cubano, "como son ciegos, qu¨¦ l¨¢stima". Y el ciego localiz¨® a aquella samaritana y le dijo con una sonrisa: "No, se?ora, es que nos est¨¢bamos besando".
Y la calle, entonces, recobr¨® la normalidad: aquellas trincheras se convirtieron en zanjas, por causa, tranquil¨ªcese la ciudadan¨ªa, de la Compa?¨ªa de Gas Natural. Y el anciano, aqu¨¦l, volvi¨® a tener un ojo inm¨®vil. Sali¨® de la zanja y se perdi¨® por Alc¨¢ntara.
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