Agujas en la rebotica
Jeringuillas, agua destilada y picaresca se reparten las horas de las noches de duermevela
-Una insufina y un agua destilada ?cu¨¢nto es?...La voz del travestido son¨® chirriante.
Mar¨ªa, la farmac¨¦utica, andaba ocupada en ocultar en una bolsita de papel otro par de jeringas de insulina, las que usan habitualmente, adem¨¢s de los diab¨¦ticos, los toxic¨®manos, que las solicitan simplemente como insufina. Eran para una pareja de yonquis que discut¨ªan ruidosamente por una nimiedad detr¨¢s de la verja de su farmacia. Uno quer¨ªa cambiar 5.000 pesetas y el otro se lo reprochaba. El reloj de la madrugada marcaba la 1.31, pese al guirigay de esta calle del distrito Centro.
- Una insufina y un agua destilada, ?cu¨¢nto ¨¦s? -insisti¨® la voz sonora de hombre, enmarcada en una melena oscura como la noche y apretadita en un vestido negro.
-Espera un momento, por favor -le dijo Mar¨ªa, algo agobiada, en su camino a la puerta.
Sus manos gordezuelas de mujer grandota tendieron el paquete. Uno de los dos bandon¨® la absurda discusi¨®n para rebuscar monedas en los bolsillos del ch¨¢ndal. Faltaba dinero. Entonces el vozarr¨®n volvi¨® a sonar:
- Ten, anda -le dijo a uno de los yonquis-, aunque luego a m¨ª nunca me dan nada.
Con los cinco duros, el travestido les resolvi¨® las jeringas a los otros clientes pero a ¨¦l s¨®lo le importaban su insulina y su agua destilada. Y por ¨¦so lo volvi¨® a decir; y despu¨¦s: "Huy, qu¨¦ fr¨ªo"...; y despu¨¦s: "El otro d¨ªa una farmacia que ten¨ªa que estar de guardia en la calle de Fuencarral cerr¨®".
- Huy, ?qu¨¦ raro!, respond¨ªa la farmac¨¦utica.
Y el travestido:
- Anda, que c¨®mo se nota que haces culturismo, ?eh?'
El destinatario del requiebro era un amigo pelirrojo de Mar¨ªa, de visita en la farmacia y que, por supuesto, no era culturista. Por fin lleg¨® la hipod¨¦rmica y el agua -para diluir la droga- de la mano de la farmace¨²tica rubia, grande, de ojos azules, 29 a?os, asturiana y novata. Cada vez que recorre el camino hasta la puerta con la jeringa -y lo hace muchas veces cada guardia- se consuela pensando que ella es una sanitaria y que hay que vender de todo, aunque sea sin receta, y, adem¨¢s, ya que est¨¢s de pie... Si por ella fuera, la hero¨ªna la tendr¨ªa en la farmacia, bien esterilizada y baratita. Y eso de no vender preservativos es igual que negarse a dar jeringuillas, no puede ser.
Los chaperos que pasaban por la calle le ped¨ªan dinero al travestido y ¨¦l no dejaba de contestar: "C¨®mo sois los chaperos, ?es que no gan¨¢is o qu¨¦?".
A su lado, Mar¨ªa vio un rostro familiar. Aquel joven hab¨ªa venido hac¨ªa dos horas... con dos recetas falsas. Este hombre hab¨ªa levantado las sospechas de Mar¨ªa. Al llegar dijo, sin que nadie le preguntara nada, que ven¨ªa desde muy lejos. A continuaci¨®n entreg¨® una receta de Valium 10 (un tranquilizante) como aguardando, a ver su reacci¨®n. La mujer se dio cuenta de que era una fotocopia. Luego, alarg¨® la receta de Rohipnol (otro hipn¨®tico muy cotizado).
"?De verdad lo siente?"
Mar¨ªa se olvid¨® de que ten¨ªa en su vieja botica miles de cajitas colocadas por orden alfab¨¦tico -hay 10.000 presentaciones distintas- y le contest¨®:
- Huy, no, esto est¨¢ en falta desde hace mucho tiempo. Prueba a ver en otra farmacia.
- Pero es que vengo de muy lejos...
-Ya, pero est¨¢ en falta. La farmacia m¨¢s pr¨®xima est¨¢ por Doctor Esquerdo.
El individuo aqu¨¦l no fue el ¨²nico. Otro, con barba y malencarado, murmuraba en la calle: "Vengo de Palorneras". Y entreg¨® a Mar¨ªa dos recetas del Insalud y ella, al darse la vuelta, ya se percat¨® de que esos papeles que reclamaban Tranxilium 50 y Rohipnol eran falsos: no ven¨ªa ni el nombre del paciente, ni las dosis, ni la fecha. Blanco y con asas, as¨ª que le respondi¨® con la misma cantinela y a?adi¨®:
- Lo siento mucho.
-?De verdad que lo siente usted? -murmur¨® el malencarado mir¨¢ndole a los ojos.
- S¨ª.
Timbrazo a timbrazo, Mar¨ªa vendi¨® en siete horas, hasta que la noche de guardia clare¨®, un antigripal, un anticonceptivo, un ba?o vaginal, un colirio, una caja de preservativos de 1.000 pesetas -los m¨¢s baratos, pidi¨® un hombre avergonzado cuando ella le ofreci¨®, sol¨ªcita, unos condones con espermicida, m¨¢s seguros- unas perlas de menta para un basurero joven. que salt¨® del cami¨®n un momento, y la soluci¨®n a un dolor de muelas en forma de pulverizador. Todo ello, sin receta. Los ¨²nicos que llegaron enviados por el m¨¦dico, y por tanto, acreedores oficialmente del servicio de urgencia, fueron los padres d¨¦ un chaval con faringitis empu?ando unas recetas firmadas por una doctora de un centro de salud cercano que hubo que descifrar. "Esta doctora es de las que no quedan", alababa la madre del muchacho enfermo, "est¨¢ un mont¨®n de rato con todos, f¨ªjese que mi hijo ten¨ªa hora para las seis y ha salido a las nueve...".
Mar¨ªa vendi¨®, adem¨¢s, nada menos que 38 jeringuillas a 65 pesetas cada una y muchas ampollas de agua bidestilada. Algunas veces hasta regal¨® las jerginguillas; y en otras ocasiones las vendi¨® con mensaje: un par de vagabundos a?osos que le pidieron a Mar¨ªa un tel¨¦fono para desintoxicarse, y a ella le hizo mucha ilusi¨®n y por eso les dio toda la informaci¨®n necesaria. Luego, se disculp¨® por la tardanza ante una se?ora de buen ver. "Naadaa, no pasa nada, yo trabajo con ellos", le respondi¨® la clienta, muy misteriosa.
Los dem¨¢s yonkis eran caras de la misma moneda: un chaval despeinado mascando un bocadillo a las seis de la madrugada, un hombre con las manos negras, un viejo barbudo, el m¨¢s mayor, con otro yonqui cojo que pretendi¨® venderle a una Mar¨ªa ya rota un lote del adelgazante Biodel, el retirado por peligroso, a las cinco de la ma?ana.
Y tambi¨¦n un chico con gafas que, por dos veces y con dos horas de diferencia, a las 5.30 y a las 7.10, salt¨® de un Seat Ibiza a pedir media docena de jeringuillas.
- Qu¨¦ educado era, ?no? -se qued¨® diciendo la extra?ada farmac¨¦utica.
Incluso dos polic¨ªas pidieron jeringas.
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