Gal¨¢pagos
Dios m¨ªo, un fuego, en las Gal¨¢pagos, nos pisa los pre¨¢mbulos. Humos de sus llamas sin orden ni con cierto porque no hay puertas dE emergencia ni luces que nos se?ale la salida. Pegados al suelo, para que el humo no nos asfixie, nos aventuramos por las ranuras del cromosoma, por los respiraderos de las construcciones gen¨¦ticas, por las oquedades inmateriales de los quarks so?ando con la posibilidad de se fotocopiados de forma convulsiva cl¨®nica.Ese fuego que abrasa la Isabel est¨¢ dentro de cada uno de nosotros Como todo archipi¨¦lago volc¨¢nico el de las Gal¨¢pagos posee una geograf¨ªa negra, repleta de escorias en cuyas galer¨ªas anidan los reptiles. Si alguien quiere saber c¨®mo es el paisaje de la conciencia, no tiene m¨¢s que visitar una isla volc¨¢nica. Algunas, como Lanzarote, est¨¢n a mano Muchos de los que van a verla no regresan porque encuentran ventaja en el hecho de vivir dentro de s¨ª mismos. Yo creo que Saramago se qued¨® precisamente en Lanzarote por eso, porque para un novelista es muy ¨²til asomarse a la ventana y contemplar fuera, en el jard¨ªn, las misma formaciones rocosas que llevamos dentro.
En las Gal¨¢pagos viven esas tortugas gigantes que constituyen la carga m¨¢s pesada de nuestra conciencia. All¨ª aprendi¨® Darwin, con la ayuda de las teor¨ªa econ¨®micas de Malthus, que la vida es dura, o sea, que si quieres sobrevivir has de tener alguna ventaja respecto a tus competidores: no s¨¦, quiz¨¢ una calva socialdem¨®crata como la de Rold¨¢n o una firma tan firme como la de Rubio. Nunca las previsiones de Malthus y de Darwin tuvieron la vigencia de hoy: jam¨¢s la conciencia volc¨¢nica de la realidad, que convierte en escoria la lava ardiente del deseo, estuvo tan cerca de acabar con lo que fuimos. Ese incendio lejano nos est¨¢ devorando.
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