D¨ªa de verbena
La junta a medio gas de los peque?os accionistas
"El 22 de agosto", sentencia Guillermo, se?alando el millar de asientos vac¨ªos en la sala, "es d¨ªa de verbena, no de junta". Guillermo. -"nada de apellidos, que a m¨ª me conoce mucha gente"- entr¨® a trabajar en el Banco Espa?ol de Cr¨¦dito el a?o del desembarco de Normand¨ªa, y all¨ª segu¨ªa hace ocho a?os, cuando se dio cuenta de que ten¨ªa que jubilarse.Tiene unas mil acciones del banco desde los a?os cincuenta, y asiste a la junta general como quien se va a coger setas al monte: gorra de visera, bermudas verde sapo, el bast¨®n bien agarrado entre las dos manos y la risa f¨¢cil de quien no espera grandes cosas de sus compa?eros de especie, no digamos ya de una junta de accionistas. "Me lo dijo otro empleado del banco, que luego se fue de jesuita: los listos viven de los tontos", recuerda Guillermo.
Guillermo ha venido en uno de los autobuses que la entidad ha fletado para quienes quisieran asistir a la reuni¨®n. Lo mismo que Agust¨ªn Angulo, otro peque?o accionista, tambi¨¦n empleado de Banesto durante 48 a?os, que lleg¨® de Bilbao el s¨¢bado. "Estoy nervioso, porque yo vengo a hablar", aseguraba en el autob¨²s. "Alguna, m¨¢s de mil" acciones tiene Angulo, y a eso viene, a bregar por su peque?o patrimonio. "Hablar¨¦ sobre la participaci¨®n, sobre c¨®mo es que Emilio Bot¨ªn, que es accionista minoritario del Banco Santander, dispone del patrimonio de los accionistas y de los dep¨®sitos de los clientes para comprar Banesto; de eso habalar¨¦".
Y as¨ª lo hizo. "Ustedes", les espet¨® Angulo a los actuales administradores de Banesto, "van a hacer lo mismo que los anteriores: lo que les interesa". El accionista subi¨® a la palestra sin soltar su bolsa de viaje -"en Madrid hay que tener las cosas bien a la vista"-, que el domingo le atracaron al hombre en la plaza de Cascorro. "Y la junta", termina quej¨¢ndose en referencia a lo apartado del recinto, "la pod¨ªan haber hecho ustedes en Torrelodones".
Cr¨ªtica ¨¦sta de la distancia que comparti¨® Fernando Pastor, de Villacarrillo (Ja¨¦n). "Esto est¨¢ en el quinto pino", evalu¨® Pastor, molesto por haberse dejado 1.200 pesetas en un taxi y por la falta de explicaciones sobre el expediente de Mario Conde. "Hombre", concluy¨®, "que uno no puede venir de un pueblo para esto".
"Yo, se?or, me llamo Luis Rold¨¢n", empez¨® su intervenci¨®n otro de los accionistas, para aclarar inmediatamente que no se trataba del "c¨¦lebre huido", pese a contar con varias generaciones de guardias civiles en su familia y ser ¨¦l mismo un ex miembro del cuerpo.
Guillermo lo mira todo con la gravedad sentenciosa que emana de su bast¨®n. "Esto es como en la mili", reflexiona acerca del viejo equipo directivo: "Los que parecen m¨¢s duros son los m¨¢s sinverg¨¹enzas". La nueva direcci¨®n no sale mucho mejor parada: "Ahora engordar¨¢n otros". Guillermo se cala la gorra, suspira y se despide a su modo: "El hombre no tiene madera".
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