La muerte de un palomo
Viven en la Comunidad de Madrid miles y miles de seres que pululan por ah¨ª sin control oficial alguno, a tal punto que muchos de ellos carecen incluso de licencia fiscal. Cierto que me estoy refiriendo a gatos callejeros, hamsters, gorriones de tejado, etc¨¦tera; pero no creo que el dato atempere el riesgo que este tipo de irregularidades entra?a para la estabilidad de un entramado social que se tiene por moderno. Y como ejemplo, sirva la noticia que el martes 15 de noviembre public¨® El Pa¨ªs Madrid en su p¨¢gina 6, y cuyo verdadero alcance, sospecho, s¨®lo los muy avezados, y acaso la historia, sabr¨¢n evaluar en su justa medida. El hecho parte de un criador de palomos de Coslada, Juan A. E., de 44 a?os, que el s¨¢bado anterior hab¨ªa denunciado en comisar¨ªa a su vecina del sexto (una tal Mar¨ªa) acus¨¢ndola de fulminar a escobazos a uno de sus ejemplares de competici¨®n. Admito sin pudor mi ignorancia en lo referente a las costumbres de estas aves. Palomos de competici¨®n, nada menos, me dije intrigado: aquello sonaba bastante majestuoso. Y tanto, porque a medida que me introduc¨ªa en la noticia fui comprendiendo la naturaleza del problema. Se trataba de p¨¢jaros importantes. A 125.000 pesetas la unidad. Bien alimentados. De ¨¦sos que cuentan con bebederos de dise?o, humidificador propio, y qui¨¦n sabe si hasta con veterinario particular. Por otra parte, el palomo fallecido estaba anillado y censado en la Federaci¨®n Espa?ola de Colombicultura, lo que le confiere un rango, si cabe, a¨²n m¨¢s sustancial. En resumen: que la muerte violenta de un elemento con tales antecedentes no pod¨ªa pasar desapercibida entre la poblaci¨®n. Y si bien la responsabilidad final en este caso ha de recaer sobre varios frentes, vaya por delante mi m¨¢s firme protesta ante los modos, un tanto toscos, empleados por la se?ora Mar¨ªa a la hora de solventar sus problemas vecinales. Ella, al parecer, niega toda participaci¨®n en el asunto. "Es su palabra contra -la m¨ªa", dicen que ha dicho en relaci¨®n a su denunciante; sin embargo, lamento no poder aceptar esta declaraci¨®n y reitero mi repulsa anterior: muy mal, se?ora. Muy feo su estilo. Carente de tacto y delicadeza.En efecto, parece probado que los palomos del se?or A. E. sol¨ªan importunarla desde hac¨ªa alg¨²n tiempo con permanentes violaciones en su espacio a¨¦reo. Con soniquetes muy molestos. Con deposiciones m¨¢s bien grimosas y desagradables. Sin duda, unas circunstancias que hasta cierto punto pueden mitigar su grado de culpa; aunque en absoluto justificar una operaci¨®n de castigo tan contundente como la aplicada al joven palomo. Y es que aquellas cagaditas, seg¨²n un primer dictamen del servicio de sanidad municipal, no entra?aban un peligro grave o inminente para la salud de la afectada. Material corrosivo, quiz¨¢. Impropio, tal vez. Desaconsejable como decoraci¨®n auxiliar, a todas luces; pero desde luego, insisto en ello, no tanto como para dar por buena la eliminaci¨®n (?a escobazos, se?ora m¨ªa!) de un inocente palomo de competici¨®n. Y adem¨¢s, reconozca usted que ser¨ªa absurdo responsabilizar a la v¨ªctima por las molestias que originaba en sus aposentos. No olvide que los individuos con alas son seres de otro tipo. Menos ceremoniosos. Diferentes. Nunca han ido al colegio. "De all¨ª vi caer muerto al palomo", declar¨® a su vez el se?or A. E., en referencia al balc¨®n de su vecina; y se convendr¨¢ conmigo en que una frase tan pat¨¦tica ha de ser cierta. No obstante, tampoco conviene desestimar que la acusada, ante las molestias que ven¨ªa soportando, hab¨ªa denunciado a su vez al criador en el pasado mes de julio. Y este detalle s¨ª afecta de lleno a las autoridades pertinentes. ?Por qu¨¦ no se atendi¨® en su momento la reclamaci¨®n? ?Cu¨¢ntas deyecciones incontroladas ha de padecer una ciudadana antes de que la desesperaci¨®n le induzca, armada con una escoba, a cometer un acto tan irreflexivo y brutal? H¨¢gase, pues, justicia, y establ¨¦zcase con detalle la responsabilidad de todos los implicados en esta refriega. A saber: presunta agresora, alguaciles ap¨¢ticos y criador imprudente.
Y una confidencia: dado mi car¨¢cter subversivo y sesgado, singularmente hostil al aparato oficial, la noticia me beneficia. Porque corrompe el tejido social que la envuelve y menoscaba al mismo tiempo su atribuci¨®n. Algo que conviene a mis planes; pero que no me hace ignorar el triste final de esta historia, y que tampoco me impide albergar un deseo: que el palomo muriera al primer escobazo, en agon¨ªa fugaz, a ser posible sin comprender la jugada humana.
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