Acciones simultaneas
Ahora s¨¦ que el lunes a mediod¨ªa, mientras yo me paseaba entre los cuadros de Juan Genov¨¦s, alguien se dispon¨ªa a matar a un hombre inocente y desarmado de un tiro en la cabeza. Miraba los cuadros de lejos en el gran espacio di¨¢fano de la galer¨ªa Marlborough, me acercaba mucho para percibir los detalles de la pincelada y de la tela, las rugosidades y las costuras de esas lonas de cami¨®n o velero que dan de antemano a la pintura una materialidad ruda de trabajo, disfrutaba de ese placer sereno de encontrarme a solas con cuadros que me gustan mucho, en un lugar silencioso y vac¨ªo, con una luz cenital de ma?ana nublada, qued¨¢ndome un rato frente a un lienzo, d¨¢ndole la espalda para aproximarme a los otros, regresando a ¨¦l para descubrir semejanzas y diferencias, huellas de la sabidur¨ªa o del esfuerzo material del pintor: algunas veces, un trazo de Genov¨¦s tiene una ligereza de caligraf¨ªa oriental, y una mancha de tinta es una figura humana en una plaza o un grupo de personas a las que el atardecer les alarga las sombras; otras veces, un cuadro es una presencia tremenda, tan imponente como un muro, y la pintura que lo cubre le da una consistencia de muro trabajado y encalado, y uno se imagina al pintor en su estudio como a un impetuoso alba?il, pose¨ªdo al mismo tiempo por la inspiraci¨®n y por una en¨¦rgica felicidad laboral. Las obras de arte, como las personas, irradian siempre un cierto estado de ¨¢nimo, que sin duda tiene que ver, involuntariamente, con el estado de ¨¢nimo en el que fueron concebidas y ejecutadas. Los cuadros de Genov¨¦s, al cabo de un rato de mirarlos, me induc¨ªan a una disposici¨®n entusiasta, a un amor incondicional por los saberes y los materiales de la pintura, por su ilusionismo y su presencia tangible. Miraba las fechas en que fueron pintados, todos a lo largo de 1994, y pensaba en todos los desastres, en todas las mentiras y cr¨ªmenes, en todas las im¨¢genes apocal¨ªpticas que nos depar¨® ese a?o, y la idea de ese hombre, Juan Genov¨¦s, trabajando sin parar en su estudio, con un mono de alba?il manchado de pintura y hecho de una tela tan ¨¢spera y fuerte como la de sus lienzos, era un poderoso reconstituyente moral. Quien trabaja de ese modo, con pasi¨®n y destreza, con ensimismamiento y generosidad, sin duda es uno de los justos. Que cada cual, pues, haga su oficio, seg¨²n la exigencia de Albert Camus.Y cada cual lo hace: en otra ciudad, en San Sebasti¨¢n, justo en esos momentos, mientras yo miraba en los cuadros de Genov¨¦s manchas que resultaban ser figuras humanas, un individuo seguramente limpiaba una pistola y comprobaba sus mecanismos y miraba con frecuencia el reloj, preocupado, aunque no nervioso, supongo, con una perfecta tranquilidad de conciencia, esperando el momento de acudir a cierto bar de la Parte Vieja en el que ten¨ªa una cita, si bien la persona con la que estaba citado no lo sab¨ªa. Sali¨® luego a pie, y camino por San Sebasti¨¢n como yo caminaba por Madrid, y alguien que lo viera desde la ventana de un piso alto ver¨ªa una figura igual a todas las dem¨¢s, una de esas figuras que se confunden con las otras o se quedan un poco apartadas, iguales y an¨®nimas, medio borradas por la mancha de su propia sombra.
Mientras recorr¨ªa los cuadros de Genov¨¦s yo pensaba en su cualidad urgente de retratos de este tiempo, en su lujo de pintura y su austeridad severa de cr¨®nica. En los a?os sesenta Genov¨¦s pintaba multitudes en fuga miradas desde arriba y desde lejos, como desde el punto de vista del piloto de un helic¨®ptero o desde la mira telesc¨®pica del fusil de un francotirador, de uno de esos Francotiradores norteamericanos que se apostan en la terraza de un edificio y empiezan a disparar contra las figuras diminutas que atraviesan despavoridas el gran espacio horizontal de un aparcamiento. En la mitad de los setenta, en, aquel cartel de la Amnist¨ªa que fue como un Guernica civil clavado con chinchetas o pegado con fixo en las paredes de los pisos de la izquierda pobre, las figuras humanas ya estaban miradas a ras de suelo, desde una cercan¨ªa de fraternidad, y era como si las amplitudes desoladoras de los cuadros antiguos se hubieran reducido hasta adquirir un tama?o habitable de plazas p¨²blicas.
Ahora, en estos cuadros pintados a lo largo de 1994, Genov¨¦s vuelve a mirar el mundo desde arriba y desde lejos, aunque no tanto como antes, desde una distancia oblicua, como la de un testigo que se asoma a la calle desde el balc¨®n de un edificio muy alto y ve a la gente agruparse en tomo a algo que ¨¦l no acaba de distinguir, una gran zanja reci¨¦n abierta o el desastre met¨¢lico de un accidente de autom¨®vil, una oquedad negra que va creciendo y trag¨¢ndoselo todo en torno suyo con una lentitud inexorable de gangrena. Las ciudades miradas desde arriba en los ¨²ltimos cuadros de Genov¨¦s presentan una topograf¨ªa de ruinas, una devastaci¨®n lunar de ciudades abandonadas o arrasadas: sus gradaciones de grises son el blanco y negro de los documentales, el gris de las cenizas, el blanco sobre gris de la nieve Sobre las ruinas y las cenizas que vemos en las fotograf¨ªlas de Sarajevo o de Grozni.
Texturas y colores de lona, tensa, de plancha met¨¢lica, de ¨®xido, de tabla lisa, de muro enjalbegado, grises suaves que se vuelven violetas y rosas: mientras todo esto suced¨ªa delante de mis ojos y luego en mi recuerdo, un individuo caminaba por una calle de la Parte Vieja de San Sebasti¨¢n, como quien acude a una cita, y a las tres y media mataba a un hombre en un bar, y luego se alejaba tranquilamente a pie, confundi¨¦ndose entre la indiferencia de la gente, aliviado, supongo, orgulloso de la sangre. Varias horas m¨¢s tarde, cuando vi la noticia en la televisi¨®n, me pareci¨® que el hombre muerto en el suelo y las figuras que lo rodeaban como observando una mancha inexplicable y oscura me hab¨ªan sido anunciados en los cuadros de Juan Genov¨¦s.
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