Un adi¨®s en el Palace
En su dietario madrile?o de 1921 cuenta Josep Pl¨¤ que el hotel Palace era la sede de los negociantes y de los tribunos cata lanes en Madrid, su base de operaciones, la lonja donde se encontraban y se cruzaban y adonde acud¨ªan en circunstancias de crisis para buscar noticias. En el vest¨ªbulo y en la rotonda del Palace, donde un Pl¨¤ de 23 a?os asediaba con urgencias juveniles de reporterismo al pomposo don Francesc Camb¨®, todav¨ªan deambulaban pr¨®ceres catalanes de la pol¨ªtica y de los negocios, y es frecuente que se les note un aire de desconfianza o de inc¨®gnito, como si hubieran viajado desde Barcelona para una transacci¨®n muy confidencial y muy seria y prefirieran llevarla a cabo en ese territorio alfombrado y neutral, no en la cruda intemperie administrativa de Madrid. Dec¨ªa Pl¨¤ que el Palace era el hotel de quienes quer¨ªan llegar a algo grande en la vida y el Ritz el de quienes ya hab¨ªan llegado, y la verdad es que si uno se sienta un rato a leer el peri¨®dico o hacer como que espera a alguien en los vest¨ªbulos de esos dos hoteles comprueba enseguida que Pl¨¤ ten¨ªa raz¨®n.
En el hotel Palace vivi¨® los ¨²ltimos a?os de su vida Julio Camba., que fue, junto a Pl¨¤, uno de los grandes escritores de peri¨®dico de los a?os veinte y treinta, otro de esos cronistas que transmit¨ªan, desde Nueva York o Londres o Par¨ªs sus relatos maravillados e ir¨®nicos sobre los adelantos del mundo moderno. Esa casta de escritores pr¨¢cticamente se extingui¨® con la guerra civil, y Camba y Pl¨¤, que hab¨ªan viajado y admirado tanto, se refugiaron en un sedentarismo desenga?ado, aun perteneciendo como pertenec¨ªan los dos al bando de los vencedores: Pl¨¤ en su mas¨ªa del Ampurd¨¢n, Camba en su habitaci¨®n del hotel Palace, ya inmovilizado en un escenario de viajes internacionales, fosilizado en su anacronismo de periodista de los tiempos del jazz, de la Sociedad de Naciones y del Orient Express.
Por el hotel Palace circula de vez en cuando la figura alta y rigurosamente vestida de negro de Pere Gimferrer, tan forrado de guantes, sombrero, abrigo y bufanda, como Rains en aquella pel¨ªcula de El hombre invisible. En el Palace, consulado y lonja de asuntos catalanes, tiene su sede con frecuencia un asunto tan principalmente catal¨¢n como la industria literaria espa?ola. Los editores se cruzan y se saludan con los diputados, atareados los unos y los otros en sus diversos concili¨¢bulos, en su prisa laboral y catalana por terminar cuanto antes y regresar a Barcelona en el puente a¨¦reo.
En la rotonda del Palace sol¨ªa citarme mi editor Rafael Borr¨¢s cuando viajaba a Madrid. Trabaja como director literario en la maquinaria editorial m¨¢s poderosa del idioma espa?ol, pero con el ocurr¨ªa lo que casi nunca ocurre con los literatos, que era posible hablar ¨²nicamente de literatura, de libros antiguos y tambi¨¦n de libros que no exist¨ªan a¨²n, porque Rafael Borr¨¢s era un editor que sab¨ªa adivinar los libros todav¨ªa no acabados, que los le¨ªa de antemano con una impaciencia de lector codicioso, que los aguardaba y preguntaba por ellos con la misma inusitada buena educaci¨®n con que le preguntaba a uno por su mujer o por sus hijos.
Si hablo en pasado es porque acabo de enterarme de que a Rafael Borr¨¢s le han cesado en la editorial Planeta, o se ha ido ¨¦l, al cabo de m¨¢s de 20 a?os de trabajo, de viajes a Madrid, de conversaciones en voz baja en la rotonda del Palace sobre libros viejos o libros todav¨ªa inexistentes que en parte llegaban a escribirse porque ¨¦l quer¨ªa leerlos y editarlos, con tenacidad y paciencia, con acento y empe?o catal¨¢n. Habr¨ªa que averiguar cu¨¢ntos de los libros m¨¢s celebrados de las dos ¨²ltimas d¨¦cadas tuvieron en su origen o en alg¨²n pasaje de su escritura alguna sugerencia, alguna invitaci¨®n de Rafael Borr¨¢s. Sin abrumar a nadie con elogios ni con expectativas mareantes de celebridad a de ventas, en sus palabras, escritas o habladas, ha habido siempre un tono serio de verdad.
La ¨²ltima carta que he recibido es una carta de adi¨®s, me he acordado al leerla de la atenci¨®n con que me o¨ªa contarle, el verano pasado, en la luz limpia y matinal de la rotonda del Palace, un libro que yo no hab¨ªa terminado de escribir, pero que ¨¦l ya parec¨ªa estar leyendo, y de otra conversaci¨®n posterior sobre memorias de la segunda, Rep¨²blica, sobre Indalecio Prieto, Miguel Maura y Juan Negr¨ªn. En la sociedad literaria espa?ola lo m¨¢s com¨²n es que las personas parezcan o finjan ser m¨¢s de lo que son, m¨¢s cultas, m¨¢s inteligentes, m¨¢s rebeldes, m¨¢s apasionadas, m¨¢s pol¨ªglotas. A Rafael Borr¨¢s le sucede justo lo contrario: que es m¨¢s y sabe m¨¢s de lo que parece. Cuando nos cit¨¢bamos en el vest¨ªbulo del hotel yo le notaba un aire de esp¨ªa o agente doble catal¨¢n en la mundanidad literaria y pol¨ªtica de Madrid, un esp¨ªa de barba encanecida y modales suaves que fuma cigarrillos light y bebe coca-cola a un ritmo sorprendente. Ahora se ha ido o lo han jubilado antes de tiempo como a los esp¨ªas maduros y desenga?ados de las novelas, pero yo no puedo creer que vaya a, quedarse mucho tiempo inactivo, que una industria editorial tan sobresaltada y escu¨¢lida como la espa?ola pueda permitirse el lujo de prescindir de Rafael Borr¨¢s.
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