El marat¨®n tuvo 4.175 vencedores
De casi 5.000 llegaron 4.175. El 84%. El porcentaje m¨¢s alto de los ¨²ltimos a?os. Los corredores que ayer participaron en la XVIII edici¨®n del marat¨®n de Madrid iban m¨¢s preparados. Es cierto. Como tambi¨¦n lo es que la prueba ha recuperado su car¨¢cter popular: menos figuras -hay menos dinero para el ganador-, menos marcas de f¨¢bula -no se registr¨® ning¨²n r¨¦cord-, pero m¨¢s gente que consigue lo que aquel guerrero griego hace la pila de a?os: correr sin parar algo m¨¢s de 42 kil¨®metros sin m¨¢s ayuda que la fuerza de las piernas, el aire de los pulmones y la sangre y las ganas que bombea el coraz¨®n.
Claro que aquel guerrero griego corri¨® solo. Y ayer, los participantes de la prueba sintieron durante todo el recorrido el aliento de un p¨²blico entregado.
Hubo quien atiz¨® una cacerola, quien aplaudi¨® hasta hacerse da?o, quien, desde la ventana de la calle de Goya, coloc¨® a todo trapo el Aleluya de Haendel (el an¨®nimo aliento de todos los a?os) al paso ya cansino de los corredores. La m¨²sica pas¨® directamente del o¨ªdo a las pantorrillas y facilit¨® el hecho de poner un pie delante de otro. Tambi¨¦n hubo espectadores que, sin haberse inscrito, se sumaban vestidos de corto a la carrera en determinados tramos para acompa?ar y animar a los deportistas. Los coches dejaron paso a los corredores y Madrid vivi¨® una ma?ana de atasco anunciado. Pero los 42 kil¨®metros, se poblaron, como siempre, de historias.
Por ejemplo, 900 paracaidistas participaron en la prueba, y algunos de ellos tuvieron arrestos suficientes como para cantar La Madel¨®n, una canci¨®n de cuartel, en el kil¨®metro 30. Entre el p¨²blico se encontraba la novia de uno, la mujer de otro, la madre o el amigo del de m¨¢s all¨¢. Y entre los corredores, atletas veteranos decidieron mandar al carajo las marcas y ayudar a los novatos a no perder el ritmo ni el fuelle.
P?GINA 7
La cifra de corredores que alcanz¨® la meta es la m¨¢s alta de la historia del marat¨®n madrile?o
VIENE DE LA P?GINA 1Hubo r¨¦cord. Ayer, m¨¢s deportistas que en ninguna edici¨®n anterior del marat¨®n cumplieron con ellos mismos y llegaron a la meta: 4.175. Por 213 corredores se super¨® el n¨²mero del a?o 1979.
Algunos de los participantes, en el esfuerzo por alcanzar los m¨¢s de 42 kil¨®metros, arriesgaron su vida: tres personas tuvieron que ser trasladadas al hospital poco despu¨¦s de traspasar la meta. Una de ellas, con pron¨®stico reservado. Adem¨¢s, los servicios sanitarios del SAMUR atendieron a 128 personas v¨ªctimas de agarrotamientos o deshidrataciones.
La parte m¨¢s dura de la prueba consisti¨® en atravesar los ¨²ltimos siete kil¨®metros. La ligera pendiente de la Castellana o del paseo de las Acacias complic¨® a¨²n m¨¢s la vida a los corredores. Pero ah¨ª es donde, seg¨²n contaban los mismos participantes, se aprietan los dientes y se tira para adelante sacando fuerzas casi de la misma imaginaci¨®n. Cada uno a su manera. Los paracaidistas marchaban en bloques, casi en formaci¨®n.
Solitarios
Los solitarios luchaban por agarrarse a cualquier peque?o pelot¨®n que les hiciera m¨¢s llevadera la parte terrible de la prueba.
Muchos de los participantes venidos de provincias comenzaron en grupo y en grupo terminaron la prueba, a un ritmo com¨²n y uniforme.
Una de las evidencias de que el p¨²blico anim¨® y apoy¨® lo indecible la aporta el esloveno Sakisida Bogdan, de 56 a?os: "He corrido el marat¨®n de Nueva York, el de Viena, el de Budapest, y nunca me han animado como aqu¨ª". Bogdan celebraba el final de la prueba con un vaso de cerveza. "?Y eso no es malo?" se le pregunta. "No, no; soy medico, y esto es bueno porque es diur¨¦tico", se?ala con una sonrisa.
El punto negro del marat¨®n estuvo en el inevitable atasco que iba formando a su paso. El horario previsto por la organizaci¨®n (Mapoma) se cumpli¨® hasta mitad de carrera. Despu¨¦s se retras¨® en media hora. De cualquier forma, algunos polic¨ªas no supieron decir a qu¨¦ hora pasaba el ¨²ltimo corredor por un punto determinado o cu¨¢l era el mejor itinerario para esquivar la prueba.Los autobuses cambiaban de recorrido sin que se explicara en sitio alguno por d¨®nde.
Por circunstancias como ¨¦stas, ayer hubo varios maratones. Uno de ellos lo protagoniz¨® un viejecillo que buscaba desesperado el autob¨²s. El polic¨ªa municipal no sab¨ªa a qu¨¦ hora volver¨ªa a haber servicio. En la parada no hab¨ªa cartel alguno que avisara de los desv¨ªos o las horas. "Es que hay un kil¨®metro hasta el metro" contaba, desconsolado. Otro conductor bramaba: "Pero, ?por d¨®nde puedo salir a la M-30?".
El agente del cruce apenas sab¨ªa nada del punto que le hab¨ªa tocado regular. "M¨¦tase por ah¨ª" le dijo. Un vecino, poco despu¨¦s, corrigi¨® al polic¨ªa: "Le ha mandado a una calle sin salida El 092 tampoco estaba para m¨¢s detalles. Telef¨®nicamente informaba. "No se sabe a qu¨¦ hora pasa el ¨²ltimo corredor por su calle, eso es aleatorio". Sin embargo, la organizaci¨®n dispon¨ªa de folletos donde especificaba la hora en que previsiblemente las calles se ir¨ªan abriendo al tr¨¢fico.
Para la peque?a historia de este marat¨®n quedaran los gestos de In¨¦s Soria, de 28 a?os, persiguiendo en metro la carrera mientras su marido, Carlos, terminaba en la superficie el primer marat¨®n de su vida. "?Vamos, campe¨®n!", le grit¨® en el kil¨®metro 35. Carlos neg¨® con la cabeza; sali¨® mal, seguro, en la foto que In¨¦s le sacaba, pero sigui¨® corriendo sin parar hasta que cruz¨® la meta.
Y para gesto, el de un corredor que en el kil¨®metro 36 se vio superado por un participante que devoraba el camino en una silla de ruedas movida con sus propias manos. El corredor sac¨® fuerzas de no se sabe d¨®nde para aplaudir y se?alar la silla de ruedas que se alejaba. Despu¨¦s grit¨® muy alto, con orgullo: "Ah¨ª lo llevas t¨ªo, ol¨¦ tus huevos".
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