La pasi¨®n de crear
El director, estadounidense Tim Burton, tras Eduardo Manostijeras, salt¨® a la fama de los c¨ªrculos cin¨¦filos como prototipo de director fuera de norma, con pronunciada voz propia y un arsenal imaginario prometedor. Una apreciaci¨®n justa.Pero esta interesante pel¨ªcula fue sobrevalorada: hubo quienes la metieron, y la cosa cundi¨® hasta el exceso, en el limbo de lo genial, cuando hay evidencias en la pantalla de que Burton mezcla en ella, con ca¨ªdas en la falta de rigor, lo excelente con lo corriente, lo que introduce en el filme arritmias. Por otro lado, esta buena pel¨ªcula revela a r¨¢fagas la inclinaci¨®n de Burton a camuflar, bajo su ingenio, un bajo gusto por la ret¨®rica visual; inclinaci¨®n que se destap¨® en la hueca y est¨²pida Batman y, m¨¢s tarde, con algo mejor fortuna, pero sin salirse de la oquedad de fondo, en Batman II, que, por ser dirigidas por Burton -que parece contar con una bula de la misma especie que la de David Lynch y otros, listos capaces de hacer pasar por originalidad lo originalista- , pasaron a ser consideradas geniales, siendo vulgares fetiches de una religioncita de sal¨®n.
Ed Wood
Direcci¨®n: Tim Burton. Gui¨®n:Scott Alexander y Larry Karaszewski. Fotograf¨ªa: S. Czapsky. M¨²sica: H. Shore. EE UU, 1994. Int¨¦rpretes: Johnny Depp, Martin Landau, Patricia Arquette, Sarah Jessica Parker, Bill Murray, Jeffrey Jones, Vincent d'Onofr¨ªo. Madrid: cine Ideal.
A Burton, para destaparse, le hac¨ªa falta algo, tan simple como bajarse de la reverencia beata a lo fant¨¢stico y a la mitolog¨ªa del comic -cuyo signo est¨¢ bien donde est¨¢: sobre un papel y no sobre una pantalla, como apuntalan los ejemplos de Dick Tracy, Superman y otros negocios de cine mediocre montados sobre estupendos comics- y salir del halago al capillismo. Es decir: poner pie en tierra firme, que es donde parad¨®jicamente resulta dif¨ªcil mantener el equilibrio en una pantalla. Eso es lo que hace en Ed Wood.
El resultado es un espl¨¦ndido poema fundido en un espl¨¦ndido documento a su vez convertido en un espl¨¦ndido relato, al mismo tiempo divertido y grave, c¨®mico, y tr¨¢gico, empapado de la verdad que hay siempre debajo de toda ficci¨®n genuina. Es decir: una pel¨ªcula imaginativa, no fant¨¢stica; directa, no ret¨®rica; serena, no retorcida; original, no originalista; cl¨¢sica, no posmodernucha; ideada y elaborada a la altura de la mirada de la gente y no de los ojos de los que se proclaman, por encima de la gente, de exquisiteces de parroquia de iniciados.
La historia ver¨ªdica -con su verdad multiplicada por la sencillez y la pasi¨®n con que Burton pone con poderosas im¨¢genes en blanco y negro un relato admirablemente compuesto en un gui¨®n que equilibra y dosifica con tacto y amor la delicada enormidad que narra- de la relaci¨®n profesional y la amistad personal entre Ed Wood, un joven director del Hollywood marginal de los a?os cuarenta y cincuenta, entusiasmado con su oficio, pero inh¨¢bil ejerci¨¦ndolo; y Bela Lugosi, el formidable histri¨®n h¨²ngaro, creador dos d¨¦cadas antes de Dr¨¢cula y por entonces una leyenda viviente a la deriva, convertido en un despojo humano amargo, abandonado, m¨ªsero y sostenido por el orgullo y la morfina, es al mismo tiempo la oscura cr¨®nica de un mundo rastrero, prosaico y desquiciado; y la luminosa met¨¢fora de la pasi¨®n de crear.
Ingenio desatado
Ni el m¨¢s m¨ªnimo vuelo ret¨®rico: ingenio desatado sin la menor ca¨ªda en esa forma menor de imaginaci¨®n que llamamos fantas¨ªa. Cine integral, de infrecuente pureza en los tiempos que corren, en el que Burton se deshace de su hojarasca de fabricante de objetos de consumo audiovisual masivo y se queda consigo mismo, perplejo frente al gozoso y doloroso espejo de su tarea de director de pel¨ªculas. Y moviendo con pudor -para que mientras act¨²a sea y se sienta libre- los hilos de una tremenda y maravillosa marioneta viviente: el brochazo de gran gui?ol que Martin Landau -que ya dio un aviso de su talla en Delitos y faltas- compone ahora al reconstruir la agon¨ªa de Bela Lugosi con una fuerza y una capacidad de arrastre que asombran. Le dieron por hacer lo que hace aqu¨ª un oscar: es poco. Si todo en este filme se mueve en el territorio de la inteligencia y la generosidad, Landau alcanza el de la alquimia.
Y una llamada de atenci¨®n a una clave de esta hermosa humilde pel¨ªcula: el encuentro del bondadoso y torpe Wood con otro cineasta loco, apasionado por su oficio; y considerado, al rev¨¦s que ¨¦l, el mejor del mundo, pero como ¨¦l desterrado a los basureros de Hollywood: Orson Welles. Se resume casi todo, en esta leve, ir¨®nica y vigorosa escenita, que abre de par en par la conmovedora m¨¦dula moral de un filme que -junto a otro norteamericano, Balas sobre Broadway- convierte a 1994 en fecha natal de dos obras con toda la pinta de imperecederas.
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