El reportero que 'pinch¨®' por una exclusiva
Carlos Arriazu, ante el Gran Jurado en Nueva York por espiar a una amiga del Pr¨ªncipe
Quiero mucho a mi hijo y estoy a su lado. Espero que la profesi¨®n tambi¨¦n lo est¨¦". Preocupado y tenso, Santi Arriazu, director de la agencia Paramedia, cog¨ªa a su hijo Carlos por el hombro en los pasillos del Tribunal Criminal de Manhattan, a la salida de la Sala 400, en la que los dos acababan de escuchar la decisi¨®n del Gran Jurado: hay indicios suficientes como para formalizar la acusaci¨®n de un delito grave contra el periodista por pinchar el tel¨¦fono de una joven amiga del pr¨ªncipe Felipe.
Carlos Arriazu no respond¨ªa a las preguntas y s¨®lo musitaba: "No, no, no tengo nada que decir, no puedo decir nada". El 17 de julio tendr¨¢ que declararse culpable o inocente de grabar ilegalmente conversaciones telef¨®nicas, un delito castigado con hasta cuatro a?os de c¨¢rcel.
El juez John Walsh ten¨ªa ayer una ma?ana atareada. La Sala 400 es como el resto del edificio: pesada arquitectura de los a?os cincuenta, paneles de madera en las paredes y bancos para acusados y p¨²blico. En un ambiente informal, m¨¢s propio de la telecomedia Juzgado de guardia que de la serie La ley de Los ?ngeles, la leyenda, "In God we trust [Confiamos en Dios]" preside, junto a la bandera, el r¨¢pido desfile de casos.
Carlos Arriazu se sienta en uno de los bancos de madera de la sala. Viste chaqueta azul, corbata del mismo color y pantal¨®n beis y est¨¢ p¨¢lido y aparentemente sobrecogido. Juega con las manos y evita mirar hacia atr¨¢s, a los periodistas que le preguntan sin ¨¦xito y reciben de vez en cuando indicaciones del juez para que se callen. Tampoco mira al juez. S¨®lo a la derecha del banco, donde est¨¢ su padre, y a la izquierda, donde est¨¢n la traductora y la abogada, Chris Watson.
Llega su turno. Carlos Arriazu y Chris Watson suben al estrado. El fiscal auxiliar John Ortiz dice: "El Gran Jurado ha decidido que hay pruebas suficientes como para proceder a la acusaci¨®n". El juez Walsh comunica que se ha fijado la fecha del 17 de julio para que Arriazu comparezca ante el Tribunal Supremo de Nueva York (a pesar de su denominaci¨®n, es el primer nivel judicial que se ocupa de delitos mayores) para escuchar las acusaciones y declararse culpable o inocente.
El juez le comunica que no puede abandonar EE UU, algo que ya sabe porque ya le hab¨ªa sido confiscado el pasaporte, y le advierte que tiene estrictamente prohibido contactar con la querellante, la joven a la qu¨¦ fotografi¨®, intent¨® entrevistar y grab¨® ilegalmente.
Se acab¨®. Todo ha durado siete minutos escasos. La abogada ahuyenta a los periodistas: "?D¨¦jenle en paz, d¨¦jenle en paz, no comment!"., El grupo, desaparece en el edificio. Los abogados, se?ala en conversaci¨®n telef¨®nica el c¨®nsul, Ram¨®n, Gil Casares, insisten en que no haya declaraciones que compliquen m¨¢s la situaci¨®n.
Todos los indicios apuntan a que los Arriazu se disponen a esperar la comparecencia del 17 de julio en Miami, el lugar en el que Carlos reside y donde contrat¨® a los dos detectives, Jim¨¦nez y Fern¨¢ndez -queayer segu¨ªan detenidos sin haber pagado la fianza-, para que le ayudaran en la grabaci¨®n de las conversaciones telef¨®nicas.
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