Viaje submarino
Para confirmar el origen mexicano del f¨²tbol, el dios de la lluvia se empe?¨® en jugar la final. Luego se le sumaron Thor y otros colegas menores, se organizaron en zona, tiraron de furia y pizarra, y convirtieron la noche en una feria c¨®smica. En realidad no sucedi¨® nada extraordinario; como en casi todas las convenciones de la mitolog¨ªa, los barandas del Olimpo comenzaron a discutir, llegaron a las manos, y la fiesta termin¨® en cataclismo. El desenlace tambi¨¦n estaba escrito: con un acompa?amiento de rayos y centellas, como en algunos de los grandes encuentros cl¨¢sicos, la batalla hubo de ser suspendida bajo un alud de pedrisco. En realidad, el aplazamiento fue una severa medida de precauci¨®n, porque aquellos veintidos tipos empapados en sudor y ung¨¹ento habr¨ªan sido capaces de jugar debajo del agua.Todo hab¨ªa empezado en tres premonitorias rachas de viento: el viento seco y ¨¢spero de junio, el penetrante viento gallego del Depor, y el viento azulado, fresco como un aura marina, del Valencia de Rielo. En aquel aparato el¨¦ctrico, ambos equipos movilizaron a sus propias estrellas. En el Valencia, Fernando compareci¨® con su empeine autom¨¢tico, Mazinho con su zurda magn¨¦tica, y Penev con su zurda mortal. Al otro lado, el Depor comenz¨® a jugar de memoria, a moverse con ese virtuosismo suave, tan suyo y tan de Arsenio, que los proletarios del f¨²tbol llaman oficio. Sin embargo, sus mejores hombres no se conformaban con cumplir un horario: Donato, el animoso cartero chueco, se multiplicaba en tareas de reparto y daba por el mismo precio un pase y una Biblia; Manjar¨ªn, el peque?o guerrillero de goma, le tend¨ªa una emboscada a Zubi, y Fran se pon¨ªa a recitar a Pel¨¦.Los banquillos eran escenario de dramas opuestos. Jos¨¦ Manuel Rielo, reci¨¦n llegado al estado mayor del f¨²tbol, pesaba los minutos como si fueran lingotes de oro y ped¨ªa a Mijatovic: un plus de peligrosidad. Al otro lado de la boca del t¨²nel, Arsenio, con un pie en el estribo, olvidaba por un momento su plan de jubilaci¨®n y repasaba su manual de instrucciones. Rielo y ¨¦l no s¨®lo estaban separados por la distancia entre dos estilos; eran tambi¨¦n un hombre de ida frente a un hombre de vuelta.
En eso llegaron los dioses de la tormenta. A Arsenio s¨®lo le parecieron meigas escapadas del asilo; a Rielo, una nueva maquinaci¨®n de la gota fr¨ªa.
As¨ª, tras el tel¨®n de cubitos de hielo, recib¨ªamos una mala noticia y una, buena: la mala era la suspensi¨®n del partido. La buena, que la fiesta del f¨²tbol contin¨²a. Provindencialmente.
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