Un claro var¨®n de Castilla
A la hora de redactar, en 1965, sus recuerdos un coet¨¢neo de Dionisio Ridruejo, el prol¨ªfico cr¨ªtico literario catal¨¢n Guillermo D¨ªaz-Plaja, llam¨® a la suya y a la del escritor de Burgo de Osma "generaci¨®n destruida". No hab¨ªa hip¨¦rbole en tal calificaci¨®n: fisicamente as¨ª ser¨ªa para much¨ªsimos de los mozos en su veintena que, en uno y otro bando, hubieron de acudir en aquel aciago 1936 a la cita con las armas. Los supervivientes y, m¨¢s en concreto, los escritores, sufrieron, si no destrucci¨®n, sucesivos y alternados silencios a la hora de la normal y fluida recepci¨®n y enjuiciamiento de sus obras. Casi tan obliterados y borrosos se nos aparecen hoy los intelectuales falangistas, en su juventud aliados al bando vencedor, como lo estuvieron en Espa?a durante d¨¦cadas innominiosas los partidarios de la Rep¨²blica, ¨¦stos con la pesada e inicua argolla adicional del exilio y la prohibici¨®n de sus libros.A partir del relativo deshielo de los sesenta, acaso s¨®lo Luis Rosales, de entre los ex-falangistas, mantuvo o suscit¨® inter¨¦s entre sucesivas tandas de lectores. Recient¨ªsima est¨¢, y ojal¨¢ tenga eco, la recuperaci¨®n antol¨®gica de la mejor poes¨ªa de Leopoldo Panero ?hasta cu¨¢ndo durar¨¢ el purgatorio en que yace Ridruejo, el primus inter pares reconocido de todos ellos?
Ha coincidido el trazado de estas l¨ªneas con una por completo casual relectura del pr¨®logo que Dionisio puso al frente de su imprescindible Gu¨ªa de Castilla la Vieja. Ah¨ª he podido reconfirmar mi gusto invariable por ciertas, privilegiadas zonas de su prosa: esa joya, todas cuantas componen Diario de una tregua, gran parte de Sombras y bultos y cuanto alcanz¨® a perge?ar de su frustado volumen de memorias. Ridruejo, rememorado siempre como poeta, fue un prosista de excepci¨®n: ajustado, con un o¨ªdo infalible y una respiraci¨®n por la que penetra y circula aire limp¨ªsimo de tierras altas cargado de fragancias pinariegas. Un estilo, en fin, de elegancia, finura y sabor ¨²nicos y sin apenas parang¨®n, salvando al mejor Azor¨ªn, en toda la prosa espa?ola del siglo. Todo lo antedicho, aupado en la m¨¢s potente inteligencia y en una cultura tan s¨®lida como selectiva.
Quiz¨¢ su poes¨ªa, con ser de alta calidad, pudiera resentirse, nunca de esa frialdad que se le adjudic¨® para m¨ª, Ridruejo, en todos los g¨¦neros era un escritor c¨¢lido, claro que c¨¢lido a la castellana, es decir, pudoroso, asc¨¦tico y muy sobrio sino de cierta tonalidad apagada, de una suerte de opacidad, que en poetas refinados y muy buenos constructores de su dise?o, si no aparecen compensadas por esa condici¨®n tensa hasta lo vibr¨¢til, de otro poeta castellano, el Jorge. Guill¨¦n de C¨¢ntico, puede tornar borroso el poema, por muy armados y sutiles que resulten su sentido y estructura. En todo caso, echamos en falta una nueva antolog¨ªa m¨¢s abarcadora que la muy meritoria confeccionada por Vivanco y prologada por Manent al fallecimiento del poeta. La que, con in¨¦ditos, hace poco viera la luz, apenas circul¨® y parec¨ªa destinada poco menos que a bibli¨®filos.
La faceta pol¨ªtica resulta tan central para el pleno entendimiento del hombre y del escritor como, en mi opini¨®n, si no exactamente nociva, al menos limitadora, en lo que toca al segundo. M¨¢s de uno de entre sus admiradores hubi¨¦ramos preferido un Ridruejo menos urgido -iba a escribir infectado- por el virus de la cosa p¨²blica, en beneficio de una mayor extensi¨®n, que no enjundia, de su literatura ensay¨ªstica y de creaci¨®n.
De la faz pol¨ªtica de Dionisio Ridruejo, aparte de su responsabilidad, ejemplo, coraje y sacrificio, nos queda Escrito en Espa?a (Buenos Aries, 1962) libro tan central en la formaci¨®n e informaci¨®n de los j¨®venes inconformistas de mi quinta como las cl¨¢sicas obras, tambi¨¦n de aquel tiempo, de Hugh Thomas, Carlos M. Rama o Gerald Brenan.
Al hombre Ridruejo le trat¨¦ poco y muy de refil¨®n. La ¨²ltima imagen que de ¨¦l conservo lo sit¨²a fuera ya de este mundo y tiene por escenario su capilla ardiente. Durante unos minutos, a solas junto al cad¨¢ver, tendido en el ata¨²d que reposaba en el santo suelo y amortajado el poeta con la estame?a y capuz de fraile francisco, un rosa no anudado en sus manos casi transparentes aquel m¨ªnimo bulto parec¨ªa encamar el viejo lema, con cierto sabor pessoano de sus fervores juveniles "el hombre mitad monje mitad soldado". Para su gloria y honor, tal condici¨®n mili tar se reconvirti¨® y redujo en Ridruejo a luchar, civilmente, contra la barbarie, por muchos afeites elitistas que ¨¦sta se coloque encima, en la l¨ªnea de los espa?oles razonadores, tolerantes y progresistas. Poco podr¨ªa a?adir. S¨®lo la pluma de unos redivivos P¨¦rez de Guzman o Fernando del Pulgar, podr¨ªan dar cuenta cumplida de lo que supuso, de lo que representa ahora mismo, un castellano viejo tan cabal.
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