V¨ªctima de la fortuna
El ¨¢rbol de la Navidad y la suerte sobrevive, a pesar de los expolios, en un rincon de la sierra norte
Emblema de la Navidad y de la dicha hogare?a, el acebo ha sufrido por eso mismo tal perscuci¨®n que r¨ªanse de los pogromos. Su madera, blanca, flexible, muy dura y compacta, ha sido codiciada por ebanistas y torneros. Y para m¨¢s inri, nuestra pen¨ªnsula, que por el clima lleva camino de convertirse en ar¨¢biga, hace siglos qu¨¦ dej¨® de ser terreno abonado para este arbolito, relicto de las fr¨ªas ¨¦pocas, en que a¨²n llov¨ªa y todas esas cosas.Preocupad¨ªsimos por la suerte (en este caso, mala) del Ilex aquifolium, los consejeros comunitarios del ramo se apresuraron en su d¨ªa a tomar dos medidas, a cual m¨¢s dr¨¢stica, para infundir el p¨¢nico en los expoliadores. Una (1983): declararlo por decreto especie protegida -Ia primera de la regi¨®n-. Y dos (1987): enviar a sus t¨¦cnicos, de excursi¨®n en busca de un esp¨¦cimen de buen porte, a fin de incluirlo en un cat¨¢logo de ¨¢rboles ejemplares.
Es de suponer, que los t¨¦cnicos registraron el Guadarrama de arriba abajo: la dehesa de Somosierra y la Pedriza de Manzanares, el valle de la Fuenfr¨ªa y el arroyo de Canencia, enclaves todos donde es fama que perduran unos cuantos acebos, desperdigados tanto en bosques de pino silvestre como en melojares y casi siempre a alturas inferiores a 1.500 metros. Pero hete aqu¨ª (y esto es lo mejor) que fueron a dar con un individuo soberbio, de m¨¢s de doce metros, en el t¨¦rmino de La Acebeda, lugar en el que, al margen del nombre y del ¨¢rbol ejemplar, apenas queda rastro de ellos.
O por lo menos no hay tantos como en el vecino Robregordo. Aunque eI top¨®nimo invite a pensar en robles gordos, que los hay y asaz corpulentos, esta otra localidad registra el mayor asentamiento de acebos de Madrid. Los nativos no entienden por qu¨¦ los domingueros -que, de venir, ser¨ªan dinero para el pueblo- buscan el gato en el garbanzal, la-aguja en el pajar, el acebo en La Acebeda. No entienden que esa ignorancia es, acaso, la ¨²nica ley que ha librado del expolio a los acebos de Robregordo.
Dando por supuesto el minucioso respeto que siente el excursionista por los acebos -y al que corte una rama, que le parta un rayo-, ¨¦ste habr¨¢ de acercarse para conocerlos mejor hasta el campo de futbol de Robregordo y, tomando como referencia el fondo norte, trepar por la ladera m¨¢s pr¨®xima junto a un murete de piedra hasta desembocar en una pista forestal. Tal camino le conducir¨¢, en ligera subida, hasta la puerta de la finca que atesora as reliquias bot¨¢nicas. Y ser¨¢ otra verja, dos kil¨®metros m¨¢s adelante, la que ponga fin a la propiedad y a la cuesta arriba.
Tanto a la ida como a la vuelta (en total cinco kil¨®metros y medio, nada fatigosos), el paseante podr¨¢ solazarse con las vistas de las monta?as: al norte, el pico l¨ªmite de las Tres Provincias; a levante, la mole de la Cebollera Nueva; y al sur, los lejanos canchales de la Cabrera. Pero estas alturas no deber¨¢n distraerle de los placeres terrenales que hasta aqu¨ª le han tra¨ªdo. As¨ª, saludar¨¢ con afecto al dinero helecho y al rosal, al chico melojo y al roble gordo, a la adusta retama y -cu¨¢nto honor- al se?or acebo.
Agrupados en rodales a la Vera del camino, los acebos forman copas de hasta seis metros de altura. Sus hojas, de color verde oscuro en el haz, lustrosas, crespas y con espinas en el margen, tapizan todo el a?o estas c¨²pulas vegetales que junto con sus drupas rojizas, proporcionan sustento y cobijo a especies aladas y herb¨ªvoras.
Y cobijo tambi¨¦n al caminante, que sabedor del c¨¢lido microclima que rige bajo estas b¨®vedas -hasta 10 grados m¨¢s que en el exterior-, buscar¨¢ su amparo cuando el fr¨ªo arrecie. La luz, muy tamizada, crea cabe la fronda un ambiente de paraje submarino. Sobre su lecho, alfombrado de hojas de roble, las vacas evolucionan como peces enormes, frezando al calorcito unas, recelando del intruso las dem¨¢s, mientras fuera ruge la ventisca.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.