A contrapi¨¦
Por unos u otros motivos, si ¨¦ste fuera el momento, ninguna de las tres econom¨ªas m¨¢s fuertes del mundo, EE UU, Jap¨®n y Alemania, satisfar¨ªan los criterios de convergencia fijados en Maastricht. En cambio, s¨ª lo har¨ªa Argentina, que no es precisamente el modelo en el que se fijan los economistas europeos.Lo m¨¢s preocupante para los espa?oles es lo sucedido en Alemania: en 1995 ha disminuido su crecimiento (1,9%), crecido su paro (cerca de cuatro millones de personas) y el d¨¦ficit p¨²blico supera el ya m¨ªtico 3% del PIR (3,6%). Las causas de este ¨²ltimo desequilibrio son, al parecer, un descenso de la recaudaci¨®n impositiva (sinton?a de desaceleraci¨®n) y una toma de cr¨¦ditos inesperadamente alta por parte de los l?nder y los municipios.
El profesor de la clase suspende, al menos en un parcial, el examen que ha puesto a sus alumnos, y se alzan, de nuevo, todos los interrogantes pendientes: si los imperativos, dif¨ªcilmente conciliables, de la lucha contra el desempleo y la dualizaci¨®n y del respeto a Maastricht se ponen en cuesti¨®n en la locomotora europea, ?en qu¨¦ medida los criterios y los plazos son realistas?
La contradicci¨®n es la siguiente: la idea de aplazar -o flexibilizar- la UEM despierta los fantasmas de la Gran Alemania y del supermarco y alegra a los competidores de Europa, pero un respeto riguroso de Maastricht niega el espacio m¨ªnimo a las m¨¢s t¨ªmidas pol¨ªticas de apoyo a la coyuntura. A este c¨®ctel hay que a?adirle lo que pasa en Francia (miedo a nuevas jacquer¨ªes) o en el Reino Unido (avance de las posiciones thatcherianas de recuperaci¨®n de la soberan¨ªa nacional). Al mismo tiempo, el ¨ªndice de con fianza econ¨®mica en la UE volvi¨® a caer con fuerza en
diciembre; los industriales anticipan un notable descenso en la cartera de pedidos y las familias - no se atreven a consumir porque siguen temiendo la p¨¦rdida de empleo. Los principales responsables de la UE sostienen que todo esto no es el preludio de una recesi¨®n, sino un valle dentro de la recuperaci¨®n econ¨®mica, y que hay que perseverar con coherencia, en los criterios de convergencia. Lo contrario es el temor a que el pesimismo se contagie a- la inversi¨®n y se genere un c¨ªrculo vicioso que acabe con el crecimiento.
En este momento de dudas, de cr¨ªticas a la rigidez macroecon¨®mica del proceso de unificaci¨®n y de una ralentizaci¨®n que ha pillado a contrapi¨¦ a los europe¨ªstas, es en Espa?a, la altertiva de poder, el PP, alza alta la bandera de Maastricht. Lo cual es muy importante para la continuidad - de la pol¨ªtica econ¨®mica actual, alabada esta misma semana por el FMI y por el secretario del Tesoro norteamericano, Robert Rubin. Pero la exageraci¨®n conduce a la fantas¨ªa: uno de los economistas m¨¢s importantes del PP, Crist¨®bal Montoro, cont¨® el cuento de Caperucita Roja el lunes en el Club Siglo XXI: "Algunos pol¨ªticos, intelectuales de izquierda, cient¨ªficos sociales, ven con recelo la incorporaci¨®n de la econom¨ªa al cuadro de mandos de la pol¨ªtica moderna. Hablan del economicismo como equivalente la p¨¦rdida de legitimidad de la pol¨ªtica... Realmente, no han entendido la naturaleza de los cambios y pronostic¨®: "Los objetivos [del PP] para los pr¨®ximos a?os son claros y precisos: alcanzar un crecimiento sostenido del 4%, lo que permitir¨¢ que 15-16 millones de espa?oles est¨¦n ocupados laboralmente [la poblaci¨®n activa actual es de 12 millones]. Lograr una inflaci¨®n del 3% para comienzos de 1997. Reducir el d¨¦ficit p¨²blico hasta el 1% para 1999, y hacer que entremos en el siglo XXI con un d¨¦ficit que sea pr¨¢cticamente cero".
?Ni Newt Gingrich!
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