Ra¨²l tambi¨¦n premia a AIrsenio
Dos goles del joven delantero dan la victoria a un Madrid poco atrevido sobre el Oviedo
![Jos¨¦ S¨¢mano](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/https%3A%2F%2Fs3.amazonaws.com%2Farc-authors%2Fprisa%2F65950e2d-87d8-4b87-87d2-e499999b380a.jpg?auth=00cf6232e7a3a64d1deda6c0f646ae477c05fa68bfa4e35ece63fdb41e1e9601&width=100&height=100&smart=true)
Arsenio tiene su sello: construye de atr¨¢s hacia adelante. Sus equipos se refugian y a partir de un orden defensivo van tejiendo el juego. Justo a la inversa de la era Valdano. Hoy el Madrid no achica hacia arriba. Y tampoco distrae el bal¨®n. Con Arsenio es un conjunto m¨¢s timorato en ataque, m¨¢s raso en su juego y m¨¢s directo cuando tiene la pelota. Con esta metamorf¨®sis, con un toque m¨¢s industrial en su orfebrer¨ªa, traz¨® en Oviedo un partido gris¨¢ceo resuelto por la sagacidad de Ra¨²l, por la enorme fe de un jugador que tambi¨¦n abander¨® al Madrid de Arsenio. S¨®lo Ra¨²l invirti¨® un choque que se precipitaba hacia el empate, el ¨²nico bot¨ªn so?ado por los blancos, que, escocidos por los pen¨²ltimos azotes de la instituci¨®n, se limitaron a sobrevivir, sobre todo desde la expulsi¨®n de Luis Enrique, que dej¨® a sus compa?eros de nuevo al borde del precipicio. Y ¨¦stos no est¨¢n para gestos heroicos. Es hora de resguardarse.Para ello, siguiendo el modelo aplicado en Bilbao por Del Bosque, perfil¨® un bloque m¨¢s espeso. Ha multiplicado el n¨²mero de defensas (una l¨ªnea de tres -Chendo, Sanchis, Alkorta-, dos laterales -Quique y Luis Enrique- y dos muros por delante -Hierro y Redondo-. El resultado es un grupo m¨¢s contemplativo, menos atrevido y virtuoso. M¨¢s cicatero en la ofensiva. Pero en el precipitado estreno, sin tiempo para el estudio, el equipo no tuvo m¨¢s remedio que aplicar el m¨¦todo de forma un tanto aut¨®gena. Y dej¨® algunas sensaciones preocupantes: sin Hierro, a la defensa le falta techo y el equipo se desangr¨® en cada pelotazo a las nubes.La transici¨®n ofensiva qued¨® a merced de los pelotazos de Hierro y alguna, muy escasa, aparici¨®n de Laudrup. Dos variantes con distinto resultado. De Hierro nacieron los dos goles. El primero por la v¨ªa directa. Un balonazo largo y preciso para la llegada de Quique (m¨¢s adelantado en su nueva posici¨®n). Una jugada sin demora, sin que el bal¨®n deambulara por estaciones intermedias, culminada por la electricidad de Ra¨²l. El segundo, cuando el Madrid, herido por la absurda expulsi¨®n de Luis Enrique, llevaba cobijado cincuenta minutos.La demostraci¨®n de Ra¨²l fue soberbia, repleta de talento y entusiasmo a partes iguales. A su enamoramiento con el gol agreg¨® un extraordinario don de la ubicuidad. Comenz¨® como delantero, hizo sus pinitos como lateral izquierdo tras la expulsi¨®n de Luis Enrique y durante toda la segunda mitad, con el Madrid decididamente cobijado junto a Buyo, labor¨® junto a Hierro y Redondo, en la zona del choque, donde abunda el acero. Y siempre sali¨® victorioso. Hasta el punto de que la afici¨®n ovetense despidi¨® a su verdugo con un afecto sincero y unas palmas estruendosas. Como tantas y tantas veces desde su explosiva irrupci¨®n en el f¨²tbol, Ra¨²l alumbr¨® a un equipo que llevaba buena parte de la tarde abrigado. A la sombra de Arsenio, una manta para tiempos de penuria.
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