John Travolta se ha convertido en actor
Excesiva simplificaci¨®n de Shakespeare en el 'Ricardo III' de Loncraine
ENVIADO ESPECIAL El muchacho flaco y engominado de Fiebre del s¨¢bado noche ha venido a la Berlinale a ense?arnos C¨®mo conquistar Hollywood con pinta de aspirante a cincuent¨®n. La comedia es mala, pero ¨¦l la sostiene. El ex figur¨ªn ha dejado atr¨¢s al chulo de discoteca y mira ahora apaciblemente sin hacer posturas: se ha convertido en actor. Por otra parte, abri¨® la jornada de ayer un inempeorable bodrio australiano y la ambiciosa pero frustrada por su excesiva simplificaci¨®n de Shakespeare y por su desastroso final Ricardo III realizada por Richard Loncraine.
Travolta fue un fuego fatuo prefabricado, que se eclips¨® con tanta velocidad como sali¨® a relucir. Le pusieron ante una c¨¢mara sin saber actuar y sin advertirle que ese trasto se alimenta de carne humana. Le sacaron el poco jugo que ten¨ªa dentro y, cuando lo dejaron seco, lo exiliaron a la sombra. De estrella durante dos a?os pas¨® a segund¨®n de reparto durante dos d¨¦cadas. Y como tal actu¨®, con el desgaste metido en los huesos y la l¨®gica de la supervivencia enfri¨¢ndole las ganas que le quedaban de demostrar algo a alguien, hace tres a?os en Pulp-fiction. Los a?os han dejado atr¨¢s su cintura de avispa, sus pantalones brillantes ajustados y con la entrepierna el¨¢stica para marcar los matices del paquete, sus camisolas floreadas de gallito neoyorquino, y su sonrisa dentr¨ªfica.Cuentan que el inteligente productor y director de la serie televisiva La familia Adams Barry Sonnenfeld vio la pel¨ªcula de Quentin Tarantino e intuy¨® una mina: Travolta hab¨ªa sacado de los palos y del olvido, es decir: del lado cruel y oscuro de su oficio, la apacible y directa forma de mirar de los actores prematuramente cansados, que han pasado demasiado velozmente del exceso de mimo a la paliza diaria.
No debi¨® ser dif¨ªcil contratarle para ser de nuevo protagonista de una pel¨ªcula, y nada menos que mano a mano con el gran Gene Hackman, de C¨®mo triunfar en Hollywood. Lo malo del asunto es que Sonnenfeld se entusiasm¨® tanto con la idea que decidi¨® realizarla ¨¦l mismo, sin pararse a meditar en la enorme distancia que separa dirigir telefilmes y dirigir largometrajes cinematogr¨¢ficos en toda la regla.
Un telefilme
Se coloc¨® detr¨¢s de la c¨¢mara, comenz¨® a filmar la trepidante y divertida comedia que ten¨ªa en las manos y la convirti¨® en un torpe y cansino telefilme, que es digerible en la peque?a pantalla (quienes aqu¨ª la han visto en v¨ªdeo dicen que no est¨¢ mal), pero que en la pantalla grande se desmorona (quienes la vimos en sala coincidimos en que es insufrible).Por suerte est¨¢ en la pantalla la mirada zumbona de Travolta convertido en un aut¨¦ntico actor y dotado -porque sabe combinar sin ruptura cinismo con candor y violencia con iron¨ªa- para deducir del esquem¨¢tico personaje que borda en Pulp-fiction un hermano mayor y con matices. Empe?ado en no volver a estrellarse, este cuarent¨®n reci¨¦n nacido echa cemento en el castillo de naipes y lo sostiene, como el magn¨ªfico -a ratos incluso genial- lan McKellen da feroz consistencia al esquema de Ricardo III dirigido -con altibajos que conducen a un final en picado, completamente grotesco- por el brit¨¢nico Richard Loncraine, que propone una audaz, leg¨ªtima y ambiciosa reducci¨®n a su esqueleto de la vasta y sinuosa tragedia de Shakespeare. Pero una cosa es s¨ªntesis y otra simplificaci¨®n; y ¨¦sta es la que inutiliza el esfuerzo. Y por en¨¦sima vez en una pel¨ªcula es el actor quien saca al director las casta?as del fuego.
En lo que respecta a la pel¨ªcula australiana, dirigida por John Hughes, Lo que yo escrib¨ª, m¨¢s hubiera valido no nombrarla, pues no lo merece. Es un batiburillo de escenas rodadas de forma convencional con im¨¢genes fijas en forma de fumeto o telenovela. Es pretenciosa y completamente vulgar. No se entiende qu¨¦ hace una pel¨ªcula tan impotente ocupando un lugar de lujo en uno de los m¨¢s lujosos escaparates del cine mundial, quitando un impagable hueco a muchas de muchas partes que merecen que las d¨¦ el aire.
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