Dudas de un joven peat¨®n
No s¨¦ si alg¨²n d¨ªa me agenciar¨¦ por fin el carn¨¦ de conducir. Mientras tanto seguir¨¦ siendo un vulgar peat¨®n. Ya fe que no lo tengo f¨¢cil en este Madrid invadido, asolado por veh¨ªculos con horror a los espacios vac¨ªos..Al cruzar una calle apurado por la cercan¨ªa de un coche amenazante, me acuerdo siempre de toda la genealog¨ªa del veh¨ªculo, incluida la del sirviente que maneja los mandos, y se me enciende la sangre ante la prepotencia del bruto. La imagen de un martillo pil¨®n redentor sobrevuela por mi imaginaci¨®n calenturienta, y gano el paso a la acera m¨¢s pr¨®xima.
El esclavo m¨¢s ejemplar y paradigm¨¢tico del siglo XX quiz¨¢ sea el conductor de un coche. Es capaz de cualquier dislate en defensa, utilizaci¨®n y disfrute de su amo, aunque, como es menester, no faltar¨¢n excepciones que confirmen la regla. H¨¦roes que no se dejen colonizar la mente y se sirvan del coche como lo que es, un simple instrumento mec¨¢nico.
Un hombre con un coche en sus manos desarrolla sus buenas cualidades, s¨ª, y se puede sentir libre, pero tambi¨¦n manifiesta a las claras sus miedos y mejores perjuicios, sus broncas fantas¨ªas, el desag¨¹e de los malos rollos. Si se echa un vistazo a las trifulcas, pareados y pataletas que se gastan los conductores, en los momentos de roces, mosqueos e infracciones, te encuentras con los ejemplos m¨¢s pertinentes.
Quienes se ganan la vida con el volante en las manos suelen reaccionar con m¨¢s prontitud y vehemencia durante la lidia librada en el asfalto. Los profesionales del autob¨²s son los que en proporci¨®n y calidad se amostazan con m¨¢s facilidad. Ir¨¢ en relaci¨®n con el tama?o del veh¨ªculo.
Los coches, esos cacharros imprescindibles a estas alturas, cu¨¢nta atenci¨®n y sudores consumen, cu¨¢nto despilfarro y publicidad provocan. Un estudio de los anuncios imaginarios y producidos para incitar al consumo de m¨¢quinas con cuatro ruedas puede ser aleccionador, divertido, instructivo, descacharrante, o culpable de n¨¢useas. Quiero decir un vistazo sutil del ciudadano despreocupado, que los estudios del mercado y otras sociolog¨ªas por ah¨ª andar¨¢n.Y en este juego productivo y millonario tienen lugar de honor los realizados de cara al mercado juvenil y adolescente. Son los m¨¢s enga?osos, y a la segunda ojeada, deleznables. Que si profesores de f¨ªsica cu¨¢ntica, que si rockeros de boutique informal, pol¨ªglotas, licenciados, que acuden a diario a garitos nocturnos y leen a S¨¦neca da, ja, ja:. unas doscientas veces). Todas esas zarandajas de juventud pasada de conocimientos y preparaci¨®n, llamando a las puertas del cielo de esta sociedad de consumo que nos hemos mercado.
Coches por doquier, furgonetas, autocares de uso particular y todoterrenos compitiendo por ver qui¨¦n ocupa m¨¢s. metros de asfalto y acera. El peat¨®n, un ser marginado y acosado. Y quien no tenga carnet de conducir, ciudadano de tercera, persona non grata en el universo automovil¨ªstico.
Por eso creo que al final sucumbir¨¦ y tendr¨¦ que acudir a una autoescuela. Porque resulta que la ciudad me gusta, y en ella vivo. Y porque en el fondo tengo mi corazoncito de conductor. Como utilizo m¨¢s de lo conveniente el servicio del taxi, he podido comprobar que mi humor var¨ªa, y mi estado sentimental se transforma en ciertas ocasiones en las que observo al peat¨®n que cruza despacio el paso de cebra o la se?ora que demora la despedida ante el coche que va por delante. Y estoy pendiente de la ruta, de la velocidad y del taxi, de que los sem¨¢foros tardones y en cascada de tal calle no se cierren y sumen dos minutos al retraso, que va aumentando.
Pero si me decido y me voy directo a la autoescuela, juro que no me fiar¨¦ nunca de los profesores de f¨ªsica cu¨¢ntica. Menos a¨²n que de los anuncios de perfumes navide?os.
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