La noche en peligro
Hasta poco antes de medianoche la terraza El hipop¨®tamo se ha mantenido m¨¢s o menos a flote en la marejada uniforme que bajaba la Castellana en busca de cines y platos combinados. En el comienzo de la noche s¨®lo ha tenido que lidiar con una especie de chumba chumba el¨¦ctrico tan inevitable como la pornograf¨ªa rosa en las peluquer¨ªas, inventos ambos del Poder para recordamos que el para¨ªso no es posible.Las cuatro marquesitas que deben atender, las mesas -cuerpecitos delgados, tersos, prietos, intercambiables y forrados en vestidos de tres palmos de altura- han tenido tiempo de sobra para calcular sus estrategias con quienes esperan las vengan a ver (para eso han sido contratadas) y comienzan a aburrirse. Sobre las once y media la primera moto cojonera atruena la Castellana. Si no es una se?al, lo parece.
Sobre la una hace ya media hora que Marquesita Merche ha localizado ya a Boda pero no logra acercarse: se lo impide un apretado muro de sedientos con bermudas y mocasines n¨¢uticos que no le permiten avanzar sin exigirle un gin-t¨®nic de Beefeater en vaso alto con dos hielos. Por qu¨¦ no pasa de ellos? Porque entre los sedientos hay siempre un amigo de los due?os, un productor de televisi¨®n, alguna oscura autoridad del ayuntamiento, un paparazzi. En las terrazas paparazzi quiere decir Pigmali¨®n.
Cilistro Chamb¨®n, cronista mayor, director y accionista de Caricia, la revista de la maruja con carrera, parece un simple yuppie enriquecido -mocasines n¨¢uticos de marca, bermudas con dobladillo, jeep Revenge en doble fila sobre el parterre- pero en realidad trabaja: est¨¢ pendiente de la llegada a la terraza de Cuqui Quintanar de la Orden, un valor ascendente en la inmutable n¨®mina del pomo rosa, y de su llegada, adem¨¢s, para encontrarse con Boda L¨®pez P¨¦rez, (s¨ª de los mismos L¨®pez P¨¦rez de las inmobiliarias: ¨¦ste, de segunda generaci¨®n, ya no considera que un Rolex marque el r¨¦cord de altura).
?Boda? ?Estamos hablando acaso del mismo Boda al que se quiere arrimar Marquesita Merche pero no la deja la clientela? Pues s¨ª, el mismo, n¨¢uticos de marca, bermudas de dobladillo, Porsche mal aparcado, m¨¢ster por Yale en Urbanismo Rentable y uno de los solteros de oro (jerga porno-rosa-joyera) de este reino agobiado por el calor de julio.
A estas alturas la situaci¨®n es todo menos f¨¢cil: una marquesita mon¨ªsima de familia venida a menos y un paparazzi implacable esp¨ªan agazapados a Boda L¨®pez P¨¦rez en la terraza de El Hipop¨®tamo. La l¨ªnea de flotaci¨®n de la terraza se ha hundido ya tres cent¨ªmetros en el asfalto de la Castellana cuando por fin aparece Cuqui Quintanar de la Orden: cuerpecillo delicioso, vestido guante de tres palmos de altura, cabello que s¨®lo puede mantener fuera de la cara inclinando la cabeza y ech¨¢ndolo hacia atr¨¢s desde la izquierda con la mano derecha entreabierta, en un gesto m¨¢s revelador que la propia declaraci¨®n de impuestos de sus padres. Antes que ella han aparecido ya treinta ni?as-pincel al menos tan melocot¨®n como ella por no hablar de las cuatro camareras intercambiables con las de otras terrazas de la regi¨®n. Sin embargo es ella la que consigue m¨¢s miradas. Cilistro est¨¢ orgulloso. Se siente: artista.
El problema es que la llegada de Cuqui co¨ªncide (a prop¨®sito, claro) con el de la horda que viene de los cines y los platos combinados, y entre ellos ciento veintinueve machos con n¨¢uticos, bermudas con dobladillo y coche mal aparcado, y un n¨²mero parecido de muchachitas incorp¨®reas que, si bien no pesar¨ªan m¨¢s que ¨¢ngeles corriendo por la playa con el cabello flotando a c¨¢mara lenta, sumadas a los hombres provocan que la terraza se hunda hasta cinco cent¨ªmetros en el asfalto recalentado: llega el momento en que las motos cojoneras, que ahora zumban arriba y abajo, pasan ya a la altura de la cintura de los bebedores de gin-t¨®nic.
Pero lo m¨¢s grave no es eso. Lo m¨¢s grave es que con tanta gente Cilistro Chamb¨®n ya no puede controlar a Borja, que Cuqui le ha visto pero tampoco puede llegar hasta ¨¦l pues diez docenas de parejas de ojos l¨ªquidos la babosean y le impiden avanzar, y que Mairquesita Merche sigue teniendo que atender a los personajes de Caricia que abarrotan El hipop¨®tamo. Adem¨¢s sigue llegando gente: n¨¢uticos, bermudas, coches mal aparcados... la cuesti¨®n ahora es si esta noche acabar¨¢ a tiempo de impedir que se hunda la terraza. De momento zumban motos y suenan m¨®viles sin mensaje alguno, s¨®lo para contribuir al encanto de la noche y hacerse notar.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.