Jud¨ªos, moros y cristianos
Siglos llevan Cobe?a y Torrelaguna disput¨¢ndose el nacimiento de santa Mar¨ªa de la Cabeza, consorte de san Isidro, qu¨¦ vio sus primeras luces en una casa solariega de Los Vallejuelos, quiz¨¢ a mitad d¨¦ camino entre ambas villas. Isidro, esto s¨ª lo certifican las cr¨®nicas, sol¨ªa visitar la ermita de Belvis, a una legua de Cobe?a, durante el tiempo que vivi¨® refugiado en Torrelaguna para escapar del asedio que Al¨ª, hijo de Yusuf, hab¨ªa puesto a la futura capital del Imperio. La villa no necesita de tales pol¨¦micas para ocupar un puesto relevante en la oscura y ajetreada historia de los municipios madrile?os. Fundada bajo la dominaci¨®n musulmana en el siglo IX, en una zona ya se?alada en, los itinerarios romanos, Cobe?a vivi¨® su mayor periodo de prosperidad en la Edad Media, prosperidad auspiciada por las 70 familias jud¨ªas que conformaban su aljama (juder¨ªa), industriosas familias de mercaderes y artesanos cereros y plateros que medraron en uno de los raros intervalos de tolerancia que como islas aparecen en la enconada historia de lo que luego se iba a llamar Espa?a. El eje formado por las aljamas de Torrelaguna, Cobe?a y Alcal¨¢ dot¨® de relevancia econ¨®mica a unas tierras pobres dedicadas tradicionalmente a los cultivos de secano y a la ganader¨ªa. Los varones jud¨ªos de Torrelaguna ten¨ªan por costumbre matrimoniar con doncellas de Cobe?a y en los anales figura el recuerdo de los espl¨¦ndidos banquetes ceremoniales que acompa?aban los casorios. Hoy, a la entrada de la villa, una se?al informa sobre la importancia gastron¨®mica del enclave, que se concreta en sus siete restaurantes especializados en asados y en conejos al ajillo, platos que hablan de la tradici¨®n ganadera y de la riqueza venatoria de las tierras colindantes, desarboladas, a excepci¨®n de algunas encinas solitarias y orgullosas sobre los oteros, testimonio deantiguos bosques devastados. En ejemplar contraste con sus alrededores las cialles de Cobe?a se van poblando de ¨¢rboles J¨®venes pl¨¢tanos de sombra crecen en la reinozada cierta plaza mayor, junto a la mole de la tradici¨®n iglesia, se escalo nan los olivos en art¨ªstica sus empinadas calles y se abren peque?os parques con prometedo ras sombras. El jard¨ªn terraza del restaurante Las Parrillas, el m¨¢s veterano de Cobe?a, es un vergel gracias a los cuidados de sus propietarios, que vinieron de Andaluc¨ªa hace 12 a?os. A los pinos que ya estaban en el lugar se su man una frondosa parra de la que cuelgan innumerables racimos, olivos j¨®venes, ex¨®tico bamb¨², geranios, jazmines, arbolillos y plantas trepadoras, flores de estaci¨®n y plantas arom¨¢ticas. El jard¨ªn comedor de Las Parrillas se transforma por la noche en la terraza Tropical Heat con unos cambios de luces y la irrupci¨®n de la m¨²sica. Tras la barra del bar, estrecho y longil¨ªneo, Rosario Ram¨ªrez, cordobesa y propietaria del establecimiento, recuerda que en este somero espacio se rodaron escenas de dos pel¨ªculas: Mambr¨² sefue a la guerra y una de Conchita Velasco y Manolo Escobar, de cuyo nombre no consigue acordarse. El bar es lo ¨²nico que a¨²n no ha sufrido transformaciones y no deja adivinar el esplendor del jard¨ªn y del nuevo comedor. Podr¨ªa ser el cl¨¢sico bar. de carretera, acogedor y abigarrado de fotograf¨ªas, carteles informativos, calendarios y recuerdos. Rosario, que se reconoce como parte de la oposici¨®n municipal, tiene sin embargo palabras de elogio sobre la gesti¨®n del alcalde socialista Ram¨®n Puertas, reelegido en los ¨²ltimos comicios. Le define como un hombre muy preocupado por su pueblo, que va todos los d¨ªas a Madrid, a la Comunidad, para conseguir cosas para su municipio. Las tranquilas calles de Cobe?a estan minuciosamente Iimpias; una floreciente actividad constructora, sin vulnerar la horizontalidad de. las viviendas tradicionales, ofrece un abigarrado muestrario de estilos, formas y colores. Para recordar el pasado hay que pasear por las calles traseras de las modernas y funcionales dependencias municipales. Caserones manchegos encalados con sus portones claveteados y sus s¨®lidas rejas, casas r¨²sticas que cambiaron de oficio y se transformaron o fueron abandonadas y emparedadas por viviendas m¨¢s adecuadas a una nueva forma de vida. Cobe?a sigue siendo, sin embargo, una localidad agr¨ªcola y ganadera, en la que el silencio de la sierra s¨®lo es roto por los cantos de los p¨¢jaros, los chirridos de las cigarras y el bronco rugir de alg¨²n tractor. Quiz¨¢ de los a?os de esplendor de sus plateros y artesanos jud¨ªos le qued¨® a Cobe?a cierta tradici¨®n art¨ªstica que se concreta en un certamen anual de artes pl¨¢sticas para 1 os artistas locales. Existe abrumadora supremac¨ªa femenina entre los participantes de esta sexta edici¨®n que exhiben sus variadas obras en la Casa de Cultura. El cat¨¢logo y la exposici¨®n est¨¢n presididos por un retrato al ¨®leo del rey Juan Carlos I en uniforme de gala, hier¨¢tico y de abigarrado colorido. El retrato real cuelga entre retratos de familia, bodegones, paisajes, escenas campesinas, veleidades abstractas y figuras de barro cocido. Hay artistas ingenuos y disc¨ªpulos aplicados, autodidactas que empezaron a pintar a los 60 a?os y j¨®venes promesas. En los talleres municipales se ense?a dibujo, pintura, cer¨¢mica y manualidades, sin despreciar el taekwondo para encauzar los excesos juveniles de fuerza. En Cobe?a tambi¨¦n se dan clases de m¨²sica y canto y funciona una prestigiosa coral formada por vecinos de la villa. Tambi¨¦n hay dos asociaciones juveniles -el Guacamayo y un grupo parroquial- y dos hermandades -una masculina y otra femenina- que organizan, respectivamente, en mayo y en octubre, las fiestas del Sant¨ªsimo Cristo del Amparo y de la Virgen del Rosario. La imponente fachada del templo parroquial la preside discretamente en su hornacina san Cipriano, m¨¢rtir y obispo de Cartago, misterioso patr¨®n de una villa que le ha relevado de sus obligaciones. La iglesia centra y preside el caser¨ªo de Cobe?a. Visible desde muchos kil¨®metros a la redonda, la iglesia parroquial de san Cipriano es heredera del colosalismo herreriano y, como otras hermanas suyas, fue construida por canteros que empalmaron las obras de El Escorial con otros trabajos pr¨®ximos. Una cig¨¹e?a coja que anida con su parentela sobre el tejado del templo despierta la preocupaci¨®n de los jubilados que se sientan en la plaza. En su oscuro y fresco interior, a un p¨¢rroco hura?o y esquivo s¨®lo le falta hacer un exorcismo cuando el cronista se le acerca en busca de m¨¢s informaci¨®n sobre el templo. No le gustan los periodistas y no est¨¢ dispuesto a cruzar ni una palabra con ellos, dice abruptamente antes de cerrar las puertas de la sacrist¨ªa en las narices del pr¨®jimo que suscribe, sin darle tiempo siquiera a poner la, otra mejilla.
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