Coplas de la madrugada
No falt¨® de nada. Quesadillas, enchiladas y otros bocados de la cocina tex-mex para los paladares aventureros, y un men¨² de nueve platos para catadores de m¨²sicas. Este festival donostiarra arranc¨® con los mismos argumentos intocables de a?os anteriores: ambiente festivo, variedad de escenarios, esp¨ªritu estil¨ªstico abierto y amenaza de lluvia.La EASY Jazz Orchestra y 16 Jazz Eroak sal¨ªan con la consigna de barrer nubarrones a golpe de soplidos huracanados, mientras arriba, en el Sal¨®n de Plenos, el octogenario Red Richards conjuraba a su manera los augurios atmosf¨¦ricos con un exquisito recital en solitario. Nos con templaban nada menos que 84 a?os de pianista, due?o de 10 de dos como 10 brotes tiernos regidos por un coraz¨®n dulcemente apasionado. Stride pausado, gran arte sin prisas, s¨®lo comprometido con la expresi¨®n m¨¢s sincera. El repertorio de este superviviente en plena actividad no parec¨ªa conocer l¨ªmites y tocaba antiguas bellezas como Echoes of spring o Day dream, seg¨²n se le ocurr¨ªan. No sonaban a batallitas entrecortadas de abuelo desmemoriado, sino a relato exacto y palpitante de una historia que debe permanecer fresca a cualquier precio.
The Dirty Doizen
EASY Jazz Orchestra, 16 Jazz Eroak. Red Richards. Lau Behi. Matt Darriau's Paradox Trio. Kermit Ruffins & The Barbecue. Swingers. Original Pin Stripe Brass Band. Martirio & Chano Dom¨ªnguez. San Sebasti¨¢n. 24 de julio.
En comparaci¨®n, la oferta de The Dirty Dozen se antoj¨® trivial y tosca por culpa de una poco afortunada metamorfosis de marching band de bombo y platillo en grupo de ritmo machac¨®n con pretensiones comerciales. La actuaci¨®n de Matt Darriau's Paradox Tr¨ªo, un grupo estimable afiliado a la muy en boga corriente de klezmer music (nombre con el que se denomin¨® en Estados Unidos a la m¨²sica jud¨ªa centroeuropea), fue el pre¨¢mbulo a una pl¨²mbea muestra de lo m¨¢s artificial de la tradici¨®n de Nueva Orleans. Kermitt Ruffins arrastr¨® su voz como un ganso malherido y toc¨® la trompeta como si su modelo fuese el Louis Armstrong anterior a aprender a tocar la trompeta. Su actuaci¨®n result¨® particularmente larga y desasosegante, sobre todo porque ya se esperaba con impaciencia sobre el escenario lo ¨²ltimo en fusiones, el triple mortal con tirabuz¨®n en materia de alianzas interculturales: la copla-jazz.
El experimento funcion¨® bien y, lo que es mejor, se presinti¨® que puede ir a m¨¢s. El tr¨ªo encargado de la secci¨®n jazz¨ªstica rebosa talento y Martirio es, sin duda, el nombre ideal para darle r¨¦plica adecuada. La cantante ha asimilado la amargura ambigua de la m¨²sica teatral de Kurt Weill y conoce a las grandes cantantes de jazz. Bast¨® escuchar su versi¨®n entre ¨¢cida y burlona de Tatuaje, en las ant¨ªpodas de la casi ¨¦pica de do?a Concha Piquer, para ilusionarse con este ins¨®lito proyecto plagado de riesgos. Los esmerados arreglos de Chano Dom¨ªnguez (piano) y el acompa?amiento ideal de Javier Colina (contrabajo) y Guillermo McGill (bater¨ªa) dibujaron un fondo en constante movimiento sobre el que Martirio impuso su voz noble y d¨²ctil, ir¨®nica y luminosa, pero apta para el drama. Ojos verdes, No me quieras tanto y Torre de arena fueron otros ejemplos de esas coplas de la madrugada, ya plasmadas en un disco que se lanzar¨¢ en oto?o, que Maribel Qui?ones quiere cantar, seg¨²n dice, "a la orejita" de cada oyente.
Babelia
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