La otra boda cordobesa.
En la odisea amistosa que nos iba llevando a oscuras desde la iglesia de San Nicol¨¢s, tan c¨¦ntrica, al pol¨ªgono industrial. Las Quemadas, donde Cristo di¨® las tres voces, algunos vimos la otra noche, larga de talle en bodas, c¨®mo la luna cordobesa, creciente y sola daba una media voltereta, un desliz armonioso, para convertirse en gitana: a lo hondo, sin por ello de jar de ser jud¨ªa, romana, cristiana y mora. (Bien s¨¦ que estas visiones arrebatadas suelen quedarse luego, al contarlas, como l¨¢nguidos churretones de segunda mano en la estela seudolorquista del siempre socorrido "qui¨¦n sabe duende". Y es que nos empe?amos, por incre¨ªble que parezca los viernes, en limitarnos a contar lo real.) Pues, como ni siquiera iba diciendo, la verdad es que llegu¨¦ a C¨®rdoba la otra tarde, tarde de s¨¢bado, de la cual ya ma?ana, con luna llena y todo,sabremos que ha pasado una semana,una semana m¨¢s, entre vacilaciones morri?osas y cielos pr¨¢cticamente despejados.Para llegar a C¨®rdoba -?lo que es el AVE!- hubo que contemplar la desproporci¨®n manifiesta entre los polic¨ªas y los perros polic¨ªas, en el and¨¦n al menos. Ya en el tren ?pero bueno! el Gobierno en pleno, que iba tambi¨¦n de boda, ?hala!, vigilada por los guardias civiles que aparec¨ªan, a trav¨¦s de las ventanillas, a cada entrada y a cada salida de t¨²nel. Y hubo que compartir asiento, en el cochazo con m¨¢s humo, con asesores de alto rango, que en ocasiones eran informados de lo que iba ocurriendo en la otra parte: "F¨ªjate, ahora resulta que el nuestro est¨¢ sentado donde cre¨ªa que iba a estar el otro. Pero el otro se ve que como ejemplo, pues eso ... Pero no te preocupes, oye, que ya lo he arreglado todo". ?Hablar¨¢n siempre as¨ª? Uno de ellos iba leyendo, al borde del pac¨ªfico descaro, el Emilio de Rousseau. A saber qu¨¦ buscaba en sus p¨¢ginas. Acaso el ronroneo del predominio del coraz¨®n sobre el esp¨ªritu. O tal vez el c¨¦lebre grito que dicho libro encierra: "?Odio los libros!" Cuando se va de boda, nunca se sabe.Iba yo nada menos que a dos, pues un matrimonio gitano (anticuario, ¨¦l; ella, experta en pintura espa?ola del siglo XVII), que vivieron lo suyo por tierras salmantinas, casaban esa noche, en una misma ceremonia, a su hija, Yolanda, y a su hijo, Juan Luis. Al paso de las novias, que hacia la iglesia caminaban, palmas, suspiros , flores en el aire y piropos cantables: "Qu¨¦ guapa va la novia /y ol¨¦ y ol¨¦... " Lo iban. Y, al salir, un diluvio de peladillas, meteoritos, rotundos lagrimones de luna, que despu¨¦s se quedaron barriendo las cuatro voluntarias beatas que, unos momentos antes, ped¨ªan para el Domund bajo destartaladas pancartas. No falt¨® el comentario gamberro de alguien que pasaba: "Estas son capaces de limpiarlas un poco y mand¨¢rselas a los negritos".Mandaba el rito la asistencia a una segunda ceremonia, a las afueras del la ciudad, en una nave industrial: "Est¨¢ bastante cerca de la Renault".Y a fe que a los comienzos , el gu¨ªa improvisado del autob¨²sen el que ¨ªbamos ( unos 60 gitanos, lo mejor de Zafra, cuatro payos apunto de dejar de serlo y tres hermosos colibr¨ªes pintados por Javier-Fern¨¢ndez de Molina), iba digo, aquel gu¨ªa atinando: "A la derecha, la ribera; a la izquierda, el museo de Romero de Torres". Mas, a partir de un punto (cuando la luna dio la media voltereta), ya no cupo decir que el sitio deseado estar¨ªa donde hubiese much¨ªsimos coches, porque aquello era pura promiscuidad de f¨¢bricas de autom¨®viles. Y, sin embargo, dimos con la nave. Lo ha dejado caer una mujer: "Lo que a m¨ª s¨ª me gusta de los payos es que, si son 350 los que dicen que ir¨¢n a una boda, pues van esos 350 y en paz. Con nosotros, no hay modo". Habr¨ªa 1.500 personas. Y hab¨ªa bebidas y viandas para col mar todas las sorpresas.?Qu¨¦ generoso traj¨ªn! Belleza, juerga y armon¨ªa. Con una facilidad pasmosa para hacer del lugar, de cualquier lugar, una casa propia y con las puertas abiertas. Presentaciones: "Se llama Angel, pero le llamamos Sans¨®n". Bailes. Y, cuando los novios vuelven de conocerse, de madrugada, estalla una antigua melopea que suena a yeli-yeli-yeli, punteada de humor del presente (itaurit¨®n, taurit¨®n, taurit¨®n!), mientras los hombres se rasgan las camisas y centenares de hombros desnudos se ofrecen para que, sobre ellos, trinquen los desposados durante horas. Con el equilibrio que s¨®lo es dable cuando hay un campo m¨ªtico como escenario. Nunca vi mejor boda.
Al clarear, una jovencita se lo dec¨ªa a una amiga: "Luisa, si ahora supiera Gema c¨®mo nos lo estamos pasando en esta boda, te prometo que se echaba a llorar".
Babelia
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