El hombre que nunca acert¨®
Felipe Montero, escrutador de quinielas durante 25 a?os, s¨®lo gan¨® un premio de 30 pesetas
La suerte est¨¢ re?ida con el conocimiento. ?sa es la conclusi¨®n que ha sacado Felipe Montero despu¨¦s de estar m¨¢s de un cuarto de siglo escrutando boletos de quinielas a la caza de la combinaci¨®n perfecta de 1-X-2. Hoy, 16 a?os despu¨¦s de jubilarse, ha dejado de confiar en el milagro del f¨²tbol, porque cree que en el reto dominical entre l¨®gica y fortuna la primera siempre sale perdiendo. "Como entiendo de f¨²tbol no doy una. Cuanto m¨¢s s¨¦, menos acierto", asegura, al tiempo que recuerda las m¨²ltiples jornadas en las que un equipo modesto le roba por goleada los tres puntos a uno de los santones de la Liga y da al traste con estad¨ªsticas y previsiones. S¨®lo una vez, all¨¢ por 1947 o 1948, le cay¨® un modesto premio por acertar lo que hoy ser¨ªa una de once. Fueron treinta y tantas pesetas, que invirti¨® en comprarle una radio a su mujer.A finales de los cuarenta, Felipe Montero, segoviano de nacimiento, ve¨ªa todas los d¨ªas, camino de su trabajo en el Ministerio de Hacienda, el local del reci¨¦n creado Patronato de Apuestas Mutuas Deportivo-Ben¨¦ficas en la calle de Arlab¨¢n. "Pens¨¦ que aquello era para m¨ª". Dice que primero fue por su "purita afici¨®n al balompi¨¦" y, sobre todo, por su pasi¨®n madridista, pero, como confiesa m¨¢s tarde, en realidad s¨®lo pensaba en incrementar el modesto salario de funcionario y sacar adelante a su mujer y a sus cuatro hijos.
Con sus elegantes maneras y una gran persistencia no par¨® hasta que el encargado del escrutinio le hiciera una prueba. Dos horas tard¨® en revisar la pila de boletos caducados que le pusieron delante para examinar su pericia. Para su sorpresa, semanas despu¨¦s se sum¨® a la fila de escrutadores que las tardes-noches de los domingos, lunes y martes, no levantaban la vistade la mesa mientras las sacas de quinielas se amontonaban a sus pies. "?ramos s¨®lo 70 u 80", recuerda Felipe, "pero la afici¨®n iba en aumento . Se acababa de introducir el 1-X-2, y tuvo mucha m¨¢s aceptaci¨®n que el. complicado sistema anterior, en el que ten¨ªas que adivinar el, tanteo en goles de ,cada uno de los siete partidos que se jugaban". Pero lo que realmente aument¨® la fe de los espa?oles en la quimera futbol¨ªstica fue el primer millonario. Sucedi¨® en la quinta temporada -se crearon en 1946-, cuando un santanderino se embols¨® 1.243.000 pesetas. "Tras esta primera jornada millonaria, para muchos de nosotros fue como si los jugadores extendieran con sus botas un manto de oro con el que so?ar. S¨®lo un elegido se lo llevaba, mientras el resto volv¨ªamos a rellenar un boleto y a esperar pegados a la radio".
El escrutinio ten¨ªa poco que ver con lo deportivo. Era una rutina mec¨¢nica donde imperaba la ley del destajo. Eso creaba cierta tensi¨®n entre los compa?eros. "Como nos pagaban por losboletos examinados hab¨ªa quien se conformaba con un tope y quien luchaba por escrutar m¨¢s y m¨¢s. Al final, eso se solucionaba cuando te met¨ªan en un grupo, seg¨²n tu capacidad, y te daban un cupo determinado. Yo, en 1974, estaba en el de los mejores, los que examin¨¢bamos entre 12.000 y 14.000 por jornada de Liga". Su salario alcanzaba entonces un promedio de 2.500 pesetas mensuales, mientras que en principio su habilidad s¨®lo dabapara cobrar unas 40 pesetas por d¨ªa.
El mejor premio con que so?aba un escrutador no era desde luego acertar los catorce, sino sacar de cualquiera de sus sacas un lote de quinielas de las pe?as deportivas. "Era estupendo encontrarte con 200 o 300 boletos iguales". La otra alternativa era confiar en que el azar no fuera muy caprichoso. Su familia enchufaba la radio todos los domingos para, a la vista de los resultados de los partidos, calcular el tiempo que tardar¨ªa Felipe en ventilarse su cupo. "Hab¨ªa quinielas m¨¢s dif¨ªciles que otras. Las mejores eran, por ejemplo, las que ten¨ªan dos o tres variantes, y si adem¨¢s iban seguidas, mejor que mejor, porque te fijabas s¨®lo en d¨®nde estaban situadas y las revisabas de corrido". El patronato les daba una plantilla. con los tanteos definitivos, pero la velocidad la proporcionaba la memoria. "Antes de salir memorizaba la quiniela de esa jornada. As¨ª me evitaba consultar la plantilla y perder tiempo".
Con ese ritmo, los errores eran inevitables. Muchas veces porque los boletos eran ilegibles, otras porque se pegaban unos a otros y era f¨¢cil saltarse alguno. "Al terminar el trabajo nunca estabas satisfecho, porque siempre exist¨ªa la posibilidad de error. Eso se pagaba con un descuento en tu sueldo en funci¨®n de la cuant¨ªa del premio". Si se trataba de una jornada millonaria, el castigo para el escrutador pod¨ªa alcanzar las quinientas pesetas, una ruina para su jornal. "Y luego encima hab¨ªa gente que pensaba que porque trabajara all¨ª pod¨ªa hacer trampas", se queja Felipe. La suerte no admite enchufes, y adem¨¢s el sistema de escrutinio ten¨ªa todas las garant¨ªas. Millones ha dado pocos, aunque s¨ª ha sacado a muchos acertantes de catorce. "A veces, incluso, he tenido varios en una jornada, y siempre te da una alegr¨ªa tremenda".
. Habilidad manual, seguridad y, sobre todo, una excelente vista son los requisitos imprescindibles de todo buen escrutador. Los dos primeros se ganan con el tiempo, el tercero se pierde irremediablemente. "Entr¨¦ con una vista realmente especial. Poco tiempo despu¨¦s tuve que ponerme gafas de por vida. Hoy me tengo que operar de cataratas".?Dejarse la vista ah¨ª por 40 pesetas!, y luego encima si fallaba le castigaban", remata su mujer, a quien las quinielas, lejos de proporcionarle dinero ca¨ªdo del cielo, le han dado m¨¢s de un disgusto. "En 30 a?os no hemos tenido fines de semana. Yo siempre estaba sola con los chicos. Por la noche, intranquila, me asomaba a la ventana para verle venir a las dos o las tres de la madrugada". La familia no tuvo coche hasta mediados de los setenta, y Felipe regresaba a casa a pie, porque si cog¨ªa un taxi, con los suplementos de nocturnidad, se esfumaban las ganancias del d¨ªa.Tras la mecanizaci¨®n del escrutinio, la mayor¨ªa del personal fue despedido. S¨®lo quedaron los. m¨¢s h¨¢biles. "Nos quedamos unos 30, y nos reconvirtieron. A partir, de entonces nuestro trabajo consist¨ªa en separar los distintos cuerpos de los boletos para dejarlos preparados para las m¨¢quinas. tambi¨¦n se equivocaban, pero no las pod¨ªan sancionar". Lo ¨²nico bueno fue que la jornada laboral se redujo al domingo hasta las dos de la madrugada. Hasta que se jubil¨® en 1980, la familia de Felipe no tuvo fines de semana.
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