La virginidad, al rev¨¦s
No es cierto que se hable s¨®lo de eso que dicen que se est¨¢ hablando a todas horas y sin parar. La otra noche, sin ir m¨¢s lejos, el torero Luis Francisco Espl¨¢ me hablaba con emoci¨®n de las virtudes de las espadas Luna, tan sordas a la guerra digital, as¨ª como del signo de su propia suerte: haber logrado comprensi¨®n o respeto a la hora incierta de tener que entrar a matar. Y habl¨® Espl¨¢ con prudencia. y precisi¨®n de la fragilidad de su arte. Un deportista, apunt¨®, sabe de antemano que su plenitud tiene corta vida. Un m¨²sico o un pintor pueden paralizarse durante un tiempo, mas luego retomar, como si tal cosa, los hilos anudados de la creaci¨®n. Un torero, en cambio, deja de serlo, y para siempre, en cuanto una ma?ana, al despertar, siente que hasta ah¨ª lleg¨®. Mientras tanto, habla Espl¨¢ de lo que no se habla: "El decoro es como la virginidad, s¨®lo que al rev¨¦s: una vez conseguido, ya no lo puedes perder".Pasa por Madrid, camino de Israel, un amigo b¨²lgaro, Petar, que casi no acierta a hablarme del caos reinante en su pa¨ªs. Habla, no obstante, de miseria y de hambre; tambi¨¦n, de la facilidad con que muchos comunistas de anta?o se han adue?ado de todos los negocios sucios, formando el hampa m¨¢s compacta del Este, frente a una oposici¨®n tan variopinta que no termina de cuajar. Recordamos lejanas caminatas por las calles tristonas de Sof¨ªa, cuando los polic¨ªas te preguntaban por Amancio y las mozas por Jos¨¦ Sacrist¨¢n. Y volvemos a escuchar la vocecilla de una ni?a que, antes de irse a la cama, le dec¨ªa a una mu?eca negra enviada por su abuelo desde Cuba: "Pepita, como seas mala, te llevo a la Cooperativa". A todo esto, epiloga Javier Utray, "los regalos -cometas atortugados- viajan lentos". De ah¨ª que ahora se publique, al tiempo que presenta exposici¨®n en la galer¨ªa Moriarty, un libro suyo de poemas, Apokolok¨ªntosis (Coda/ Colecci¨®n Privada), escrito en 1994. Mas nunca ser¨¢ tarde para enjugar este sencillo Don de l¨¢grimas: "El gran tesoro/ Secreto y Divino/ del Mundo/ es lo que saben/ los que no saben/ decirlo".
Para que lo correcto y lo incorrecto sigan teniendo glosadores, una amiga italiana, Adele, estudiosa de Eduardo Marquina, me manda dos botellas pintorescas de vino. Una de ellas trae en la etiqueta el retrato de Mussolini; la otra, el del Che Guevara. Y me adjunta recortes de peri¨®dicos en los que se refleja la pol¨¦mica desencadenada en Italia por tan politizado brebaje. La cosa, al parecer, comenz¨® cuando un grupo de nost¨¢lgicos decidi¨® organizar una cena en Predappio, patria chica del Duce. Se pusieron en contacto con la familia Lunardelli, de Udine, que no tuvo inconveniente alguno en etiquetar su tintorro con la estampa del dictador. Y, como hay ebriedades contagiosas, otro grup¨²sculo austriaco encarg¨® a la misma bodega un "F¨¹hrerwein". Hubo denuncias. Pero los jueces dictaminaron que los negocios, l¨ªquidos o s¨®lidos, son los negocios. Sin embargo, el p¨ªcaro Andrea Lunardelli, patriarca de la bodega ideol¨®gica, no ha querido pasar por sectario y se ha puesto a pegar etiquetas de Lenin, Stalin y el Che. Se imagina la amiga Adele a una pandilla de carcas espa?oles encargando la etiqueta de Franco, cosecha del 75, para irse de merendola al Valle de los Ca¨ªdos y all¨ª entonar la Balada de los golfos, de Marquina, que en paz descanse: "?Yo mi esperanza pongo en vosotros,/ los dominados del coraz¨®n,/ y -triunfen unos o triunfen otros-/ yo tendr¨¦ siempre para vosotros/ una canci¨®n!".
Otra canci¨®n. Sin ser lector habitual del g¨¦nero, muy vendimiable por Gij¨®n, me asomo a una novela negra, Blocus solus, de Bertrand Delcour, reci¨¦n aparecida en Francia. Pese al t¨ªtulo, ni el menor parentesco con la escritura suculenta de Raymond Roussell. El h¨¦roe, Guy Bordeux, s¨ª intenta parecerse al fundador de la Internacional Situacionista y autor de La sociedad del espect¨¢culo, envuelto aqu¨ª en una intriga sanguinolenta a la que no es ajeno el Opus Dei. Novelilla trivial, que, a pesar de ello, ha cabreado a la viuda de Guy Debord hasta el punto de romper el contrato con la editorial Gallimard. Se heredan, pues, ciertos derechos, pero no siempre el humor, eso que, a lo mejor, tambi¨¦n es como la virginidad, s¨®lo que al rev¨¦s.
Babelia
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