Devoradores de hombres
El filme sobre los leones del Tsavo pone de actualidad los grandes relatos cl¨¢sicos de aventuras centrados en fieras antrop¨®fagas
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?Agggg:... me lleva!". Los espectadores quedan sobrecogidos con la escena de la pel¨ªcula Los demonios de la noche en que un le¨®n agarra al corpulento capataz Mahina en la tienda en que duerme y lo arrastra para com¨¦rselo, con siniestro crujir de huesos, en la oscuridad de la noche africana. Para mucha gente el filme es su primer contacto con el mundo de las fieras devoradoras de hombres, un mundo muy real que ha generado cuantiosa literatura -pr¨¢cticamente un g¨¦nero-, y algunas de cuyas p¨¢ginas figuran entre lo mejor de los relatos de aventuras de, todos los tiempos. Jim Corbett, Kenneth Anderson y el coronel J. H. Patterson, los dos primeros enfrentados a tigres y panteras diab¨®licos en la India, y el segundo a leones africanos matadores de hombres, son los grandes cl¨¢sicos de esta clase de historias que proliferaron a finales del siglo pasado hasta la primera mitad de ¨¦ste.Los libros de Anderson, de los que Fernando Savater es un incondicional (v¨¦ase La infancia recuperada), los edita en Espa?a Juventud desde los a?os cincuenta. La obra cl¨¢sica de Patterson, Los devoradores de hombres de Tsavo -en la que se basa Los demonios de la noche y a la que alude Javier Reverte en su espl¨¦ndido El sue?o de ?frica (Anaya & Mario Muchnik)-, la pone en la calle ahora mismo Edhasa, y otra editorial proyecta publicar pr¨®ximamente, a Corbett, del que s¨®lo se conoce en castellano una vieja traducci¨®n de El leopardo de Rudraprayag, hoy inencontrable. Por cierto, existe una pel¨ªcula basada en otro libro de Corbett, Man-eater of Kumaon (1948), de Byron Haskin, con Sabu en el reparto. Corbett, descontento del resultado, dec¨ªa que el mejor actor era el tigre.
Sabroso asunto
Es curioso que un asunto tan sabroso como los felinos devoradores de hombres no haya sido m¨¢s; tratado por el cine, que en cambio, se ha interesado por bestias como los tiburones o las pira?as. Tampoco existe ninguna novela popular de ¨¦xito. Hab¨ªa una, Shaitan, que public¨® Grijalbo hace unos 20 a?os, sobre un enorme leopardo antrop¨®fago con el que un cazador estaba tan obsesionado que quedaba impotente hasta lograr matarlo (como se ve, un tema digno de Tolst¨®i).A las puertas del siglo XXI, con todas las especies de grandes felinos amenazadas de extinci¨®n (quedan s¨®lo entre 5.000 y 7.000 tigres en toda Asia: hace 100 a?os; hab¨ªa m¨¢s de 100.000), puede resultar poco oportuno y hasta inconveniente hablar de devoradores de hombres y de su caza a tiros. Pero una interpretaci¨®n estricta de lo pol¨ªticamente correcto no deber¨ªa condenar al olvide, obras como las de los autores citados -y otros- que, pese a estar lastradas en algunos aspectos por la ideolog¨ªa de su ¨¦poca -como lo est¨¢n sin duda Las cuatro plumas y Beau geste-, constituyen en l¨ªneas generales espl¨¦ndidos relatos de aventuras y, en los casos; de Corbett y Anderson, verdaderos cantos a la naturaleza y hasta, una anticipaci¨®n de la conciencia, ecol¨®gica de nuestros d¨ªas. Anderson ha dejado en sus libros -v¨¦ase, por ejemplo, Esto es la jungla- algunas de las m¨¢s bellas descripciones de los parajes del sur de la India, sus animales y sus gentes. Y no hay que olvidar que uno de los, grandes parques nacionales del norte del pa¨ªs, en el que precisamente se lleva a cabo el Proyecto Tigre de conservaci¨®n, lleva el nombre de Jim Corbett -fallecido en 1955 - en reconocimiento a su amor a la vida salvaje.
Para el hombre occidental, los grandes felinos son algo muy lejano. Pero basta ponerlo una noche en una fr¨¢gil tienda de lona en el Serengeti para que recupere, con toda su intensidad, el terror ancestral a las grandes bestias depredadoras. Un p¨¢nico incluido en nuestro c¨®digo gen¨¦tico desde que el primer hom¨ªnido se cruz¨® con un dientes de sable.. Los grandes gatos, y esto no lo cambian Greenpeace ni el WWF, han sido hist¨®ricamente los causantes de la muerte, muerte espantosa, de millares de seres humanos. Extensos parajes de la India y de ?frica -como el distrito de Sanga, junto al lago Victoria- estaban infestados de felinos devoradores de hombres (un le¨®n casi se zampa a Livingstone, sin ir m¨¢s lejos). A¨²n hoy, aunque son pocos, comen gente: cada a?o se reportan tigres antrop¨®fagos en las Sunderbands de Bengala y leones asi¨¢ticos -cuyo n¨²mero se ha incrementado con un programa de conservaci¨®n- han devorado a 38 personas desde 1988 en Gujarat, al noroeste de la India.
Los dos leones del Tsavo que caz¨® Patterson se comieron en 1898 a 28 trabajadores del ferrocarril de Uganda. El leopardo conocido como el demonio moteado de Gummalapur, y temido en un ¨¢rea de 500 kil¨®metros cuadrados, fue responsable de 42 muertes. El tigre de Yemmaydoddi devor¨® a 29 personas en las monta?as de Hogar Khan, tambi¨¦n en la India meridional. A ambos los elimin¨® Anderson, que plasm¨® su caza en relatos llenos de emoci¨®n. Estas cifras palidecen ante las de las fieras a las que tuvo que enfrentarse Jim Corbett en la zona de Kumaon. El tigre de Chowgarh mat¨® a 64 personas entre 1925 y 1930. A la tigresa de Champawat se le atribu¨ªan... ?400 muertes! Y el leopardo de Rudraprayag, seguramente -con los leones del Tsavo- la bestia devoradora m¨¢s c¨¦lebre, mat¨® a 125 personas -registradas por el Gobierno- entre 1918 y 1926. El relato de la larga caza de este animal, conocido como el "demonio del Garhwal" y que incluso dio pie a un debate en el Parlamento brit¨¢nico, constituye el argumento del libro de Corbett The man-eating leopard of Rudraprayag (1948), el gran cl¨¢sico de las historias de devoradores de hombres y una obra que se lee como una apasionante novela.
La atm¨®sfera de miedo que creaban los devoradores de hombres en sus zonas de actuaci¨®n hace que los relatos sobre ellos adquieran a menudo el car¨¢cter de verdaderas historias de terror. Las v¨ªctimas son arrebatadas de sus lechos -Corbett y Anderson explican casos de felinos que abren puertas y derriban paredes- y destrozadas salvajemente ante los ojos de sus familiares, incapaces de hacer nada. La falta de armas en las zonas rurales permite que las bestias, que adem¨¢s han perdido el miedo natual al hombre a base de cazarlo y comerlo, puedan actuar con total impunidad. Las supersticiones locales recubren de un manto sobrenatural la presencia de la fiera. El cazador, que es llamado para resolver la situaci¨®n, a menudo se impregna de ese ambiente. Corbett y Anderson llegan casi a creer que un sadhu es capaz de transformarse en tigre, y Corbett -brit¨¢nico crecido en Naini Tal- desarrolla la creencia irracional, de que s¨®lo matar¨¢ a un devorador de hombres si antes ha disparado a una serpiente -en su magn¨ªfica biograf¨ªa sobre Corbett, Carpet Sahib (1991), Martin Booth apunta que el cazador lleg¨® a ser devoto de divinidades hind¨²es-. Los rastreos y las vigilias junto a los cad¨¢veres horriblemente mutilados, acechando el regreso del tigre, leopardo o le¨®n, o escuchando en la oscuridad los macabros ruidos del bicho al masticar carne y huesos humanos, son a menudo pasajes de incre¨ªble suspense y emoci¨®n.
Frecuentemente, el cazador, en su fr¨¢gil machan -plataforma provisional sobre un ¨¢rbol-, pasa largas noches de p¨¢nico, fr¨ªo y sue?o sin saber si ser¨¢ ¨¦l la pr¨®xima v¨ªctima del devorador de hombres, el siguiente candidato a la muerte que ronda en la selva.
Es de esperar que a trav¨¦s de la senda abierta por Los leones del Tkavo puedan ahora llegar m¨¢s de esas inolvidables historias.
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