De Maastricht a Amsterdam
El desencuentro franco-alem¨¢n marca la diferencia entre dos cumbres
Los doce jefes de Estado y de Gobierno que negociaron en diciembre de 1991 en la peque?a ciudad de Maastricht un nuevo Tratado de la Uni¨®n Europea sab¨ªan que empezaban un largo recorrido. Pero probablemente por los cansados rostros que anunciaron casi a las dos de madrugada el ¨¦xito de sus debates no pasaba la idea de que iba a ser tan dif¨ªcil. Por el camino han quedado once de ellos: unos, como Fran?ois Mitterrand y su entonces primer ministro Pierre B¨¦r¨¦govoy, han muerto. Los otros han perdido las elecciones y han dejado paso a nuevos pol¨ªticos, en la mayor¨ªa de los casos m¨¢s j¨®venes. S¨®lo el canciller alem¨¢n Helmut Kohl vuelve a sentarse, cinco anos y medio m¨¢s tarde, a la mesa de Amsterdam.La euforia econ¨®mica del momento dej¨® paso a una recesi¨®n con su gran secuela de parados; la euforia pol¨ªtica por la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn, a la decepci¨®n de la guerra de Yugoslavia. La creencia de que si miraban por encima del hombro, ver¨ªan a sus ciudadanos sigui¨¦ndoles disciplinadamente, al susto por el resultado de los referendos de Francia y Dinamarca.
Pese a todo, el Tratado de Maastricht fue, como afirma la Comisi¨®n, "una respuesta audaz a una situaci¨®n nueva" y vale m¨¢s que la reputaci¨®n que se ha labrado. Desde hac¨ªa muchos a?os, la construcci¨®n europea avanzaba exclusivamente por carriles econ¨®micos. Maastricht fue el primer empuje serio para recuperar los aspectos pol¨ªticos de la construcci¨®n europea. Con dificultades e imperfecciones consigui¨® ampliar las ¨¢reas en las que las decisiones se tomar¨ªan conjuntamente e institucionalizar nuevas posibilidades de cooperaci¨®n en materias hasta entonces tab¨², como la pol¨ªtica exterior y de seguridad o los asuntos de interior y de justicia. Incluso lanz¨® la idea, propuesta por Felipe Gonz¨¢lez, de una ciudadan¨ªa europea, que no sustituir¨ªa las nacionales, pero que permitir¨ªa cruzar fronteras sin mostrar ning¨²n documento y abrir¨ªa la posibilidad de incluir, m¨¢s adelante, una relaci¨®n de derechos y deberes.
La favorable impresi¨®n que caus¨® inicialmente la idea de una Uni¨®n Europea, capaz de afrontar conjuntamente esa nueva y prometedora situaci¨®n, qued¨® oscurecida inmediatamente, de nuevo, por aspectos estrictamente econ¨®micos. El compromiso que se tom¨® en la cumbre de Maastricht de crear antes de 1999 una moneda ¨²nica, gobernada por un ¨²nico banco y defendida por una serie de medidas econ¨®micas restrictivas, anul¨® todo lo dem¨¢s.
Los doce l¨ªderes que firmaron Maastricht (desp¨²es se incorporaron tres nuevos pa¨ªses miembros: Suecia, Finlandia y Austria) sab¨ªan, y as¨ª lo dijeron aquellos d¨ªas, que hab¨ªan dejado muchos cabos sueltos. Por eso consideraron necesario convocar para 1996 una Conferencia Intergubernamental (cuyo final debe ser precisamente la reuni¨®n de Amsterdam) que revisara el Tratado y zurciera los descosidos. Posiblemente creyeron que ser¨ªan ellos mismos quienes, cuando llegara la fecha, volver¨ªan a integrar el Club de Maastricht II.
Personalidades brillantes
No ha sido as¨ª y sus herederos han llegado a Amsterdam en un clima muy distinto. En la capital holandesa no se percibe la extraordinaria fortaleza europea y comprensi¨®n mutua que transmit¨ªan Mitterrand, Kohl o Delors, apoyados activamente por Gonz¨¢lez o Giulio Andreotti, entonces primer ministro italiano. Cierto que a esta cumbre se han incorporado, por primera vez personalidades brillantes, como la del brit¨¢nico Tony Blair, o s¨®lidas, como la del franc¨¦s Lionel Jospin, que comparte la silla con el presidente Jacques Ghirac. O el primer ministro de Luxemburgo, Jean-Claude Juncker, un joven socialcristiano capaz de negociar en cuatro idiomas hasta el agotamiento y sin perder el buen humor.Ninguno muestra., sin embargo, la berroque?a voluntad europe¨ªsta de la que hicieron gala sus predecesores (aunque Tony Blair ha mejorado algo al ex primer ministro John Major). Resulta especialmente sorprendente en Amsterdam la falta de coordinaci¨®n franco-alemana, acostumbrados como han estado durante a?os los otros dirigentes europeos a encontrar el frente unido Kohl-Mitterrand. Una falta de comprensi¨®n que hace las delicias de los pa¨ªses n¨®rdicos y del Reino Unido.
"No se confundan -explicaba ayer, confiado, un alto funcionario de la Comisi¨®n-Todos ellos saben que Maastricht no tiene vuelta atr¨¢s y ser¨¢n ellos quienes terminen sacando a Europa de la actual crisis. Al Fin y al cabo, los anteriores dirigentes fueron precisamente quienes dejaron sin atar los aspectos sociales de la Uni¨®n Europea y ser¨¢n ¨¦stos quienes los incorporen, en mayor o menor grado, al Tratado".
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