La mujer en su jaula

Ofelia, la de Shakespeare. O la de Hamlet, que determina su breve vida y su final tr¨¢gico. En la obra principal, es una aparici¨®n l¨ªrica y punzante: en este teatro est¨¢ mas sola que nunca, m¨¢s oprimida que nunca, y tiene una capacidad de par¨¢bola: es la mujer encerrada, coaccionada y sometida. El personaje es doble: son dos actrices que en realidad representan un solo cuerpo ani?ado: el de la ind¨ªgena de Am¨¦rica Latina, o el de las targui de Africa, o las orientales. O la que todav¨ªa permanece en Europa bajo ciertos dominios. En los trajes, en los breves pasos de danza -unas veces ani?ados, otras como de china de pies contra¨ªdos-, en la m¨²sica, hay reminiscencias de todo ese territorio donde la mujer est¨¢ enjaulada, y enjauladas aparecen esta chilena y esta brasile?a que son como siamesas de una mujer que parece ser todas las mujeres.La minimizaci¨®n del personaje cautivo, los pasos menuditos, la lentitud de otros mundos, son una expresi¨®n demasiado fina y delicada: demasiado, digo, porque reduce mucho la acci¨®n, y crea una inevitable y deseada monoton¨ªa: deseada por las creadores m¨¢s que por un p¨²blico que se encuentra sin acci¨®n y con poco texto. Y hasta sin ning¨²n enfrentamiento: la delicadeza de las varias ofelias no les permite ni la rebeli¨®n ni la expresi¨®n de sus deseos -cuandolo quieren hacer, se hacen mudas- y su hermetismo hace dif¨ªcil el contacto con los espectadores. Sin embargo, danza breve y voz y m¨ªmica est¨¢n admirablemente estudiadas, y tienen mucha calidad.