Desde el 3
La plaza de San Amaro, terminal norte de la l¨ªnea 3 de la EMT, es un lugar agradable para hacer parada y hasta un poco de fonda. Arbolada, salvo por las mermas imputables al vecino arboricida y la concejala complaciente, m¨¢s bien silenciosa si no pasan en ese momento los empleados municipales de los tubos expeledores y estruendosos, es un paraje muy adecuado para que el se?or conductor descienda a descansar un rato, se eche un pito al cuerpo, haga pis, compre un piscolabis en la tienda de ultramarinos de enfrente -donde hay de todo, como en botica- o se tome un cafelito en la pasteler¨ªa. La gente es pac¨ªfica, exceptuando a los transgresores citados, y no le increpar¨¢ aunque tenga que aguardar un buen rato en la parada.La terminal sur, en la puerta de Toledo, induce menos al reposo del guerrero. Los usuarios llegan al autob¨²s m¨¢s acelerados, el barrio es m¨¢s populoso, y los domingos muchos van al Rastro o de ¨¦l proceden, acarreando entonces bolsas o paquetes sin haberse librado del todo de esa especial efervescencia que nuestro flea-market m¨¢s emblem¨¢tico produce. Van a lo suyo,y es posible que ni siquiera saluden al ejemplar empleado.
El itinerario entre ambas paradas cruza laber¨ªnticamente el centro de Madrid y proporciona a la poblaci¨®n aut¨®ctona y flotante estupendas oportunidades para contemplar la ciudad. Actualmente, las multiobras que padecemos convierten la ruta en err¨¢tica, pero, en contrapartida, resulta muy positiva para la cultura urbana de los pasajeros. No es que desprecie a los dem¨¢s autobuses de la EMT, ya que muchos de ellos comparten esta condici¨®n de atalayas rodantes sobre un panorama que deja chiquitos los hallazgos de la Pathfinder, pero el 3...
El autob¨²s acaba de arrancar. Las primeras emociones fuertes nos sobrecogen cuando, descendiendo por Bravo Murillo hacia el centro, avistamos las gigantescas tuber¨ªas y horrores varios que cubren y anulan completamente las aceras comprendidas entre las confluencias de Crist¨®bal Bordi¨² y R¨ªos Rosas. En la plaza de Juan Zorilla, que as¨ª se llama la uni¨®n de Islas Filipinas con R¨ªos Rosas, han alzado una especie de circo rojo y blanco que hay que circundar con cautela. Entre este punto y Santa Engracia, la citada R¨ªos Rosas no existe como tal, sino quiz¨¢ como plat¨®. para una, pel¨ªcula de Spielberg. No hay calzadas ni aceras, y s¨ª la tierra primigenia, sobre la que alzan sus pavorosos cuellos largu¨ªsimas gr¨²as con cara de dinosaurios. Claro que esto es s¨®lo un aperitivo si lo parangonamos con el espect¨¢culo apocal¨ªptico que ofrece la confluencia con Cea Berm¨²dez, poco virgen y muy m¨¢rtir, y Jos¨¦ Abascal. Afortunadamente, nadie se muere de susto a bordo, y el 3 sigue, erre que erre, por la segunda de las calles mencionadas, manteniendo su itinerario habitual. Torcemos por ?lvarez de Castro (?calle heroica que supo defender con u?as y dientes sus acacias y gan¨® la batalla!) pero no es posible continuar hasta Luchana por Trafalgar, ya que ¨¦sta se encuentra cerrada por las ya inevitables barreras amarillas, parte de nuestra vida sin vivir cotidiana y s¨ªmbolo perfecto de las libertades ciudadanas coartadas. No hay explicaci¨®n alguna para tan arbitrario corte, o yo no consigo atisbarla, y el autob¨²s desciende por Eloy Gonzalo y se mete por Fuencarral. ?Noticia! En el tramo comprendido entre Quevedo y la glorieta de Bilbao no hay obras. La gente sentada en, las terrazas de los bares tiene aire de sosiego, la felicidad resplandece en el rostro de quienes hacen cola ante los cines, todo es "como antes".
Sin embargo, el espect¨¢culo de obras y desolaci¨®n que contemplo ante el Caf¨¦ Comercial vuelve a conturbarse profundamente. ?Habr¨ªan sido posibles La Colmena, y hasta el premio Nobel, si Camilo Jos¨¦ Cela hubiese tenido que inspirarse ante tan deleznable panorama?
A mi lado viaja un ni?o con unos padres m¨¢s bien obesos y demasiado mayores para ¨¦l. Debe ser hijo ¨²nico, y yo s¨¦ muy bien todo lo que esto significa para un tierno ego infantil. Mientras enfilamos Luchana, el ni?o pregunta: "Papi, cuando yo sea mayor tendr¨¢ que haber otra vez obras, ?no?". Y yo le compadezco de coraz¨®n.
Menos mal que yo estar¨¦ criando malvas. Pero ?existir¨¢n las malvas, Se?or?
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