Lady Di o la subversi¨®n subversivamente correcta
Carlos pensaba: "?Qu¨¦ ha hecho ella para tama?a respuesta popular?
?Qu¨¦ diferencia hay entre un rey y un pr¨ªncipe? Nos hemos acostumbrado a una lectura jer¨¢rquica de la diferencia y as¨ª vemos al rey como al verdadero primum inter pares y al pr¨ªncipe como su heredero. Tambi¨¦n se percibe al pr¨ªncipe como a Cristo en relaci¨®n con Dios Padre, el dios humano encarnado y el Dios del poder y la muerte. M¨¢s paladinamente, el pr¨ªncipe responde al imaginario del rey padre rejuvenecido, lo que Cirlot estableci¨® como una relaci¨®n entre el sol naciente y el sol poniente. Por su juventud, el pr¨ªncipe m¨ªtico estaba llamado a ser h¨¦roe y demiurgo, art¨ªfice de Dios en el orden del universo, fuera en los campos de batalla o en las alcobas, no hay que olvidar el comprometido papel del pr¨ªncipe en La Bella Durmiente. Pr¨ªncipe y rey alternan sus significados hasta la definitiva jerarquizaci¨®n de las dinast¨ªas y en las primeras simbolog¨ªas solventes vemos que el papel intermediario entre la causalidad divina y los hombres tanto puede ejercerlo un pr¨ªncipe como un rey, porque uno y otro son el hombre cuya naturaleza procede del cielo, su naturaleza es mandar, pero como depositario e un mandato celeste. Luego lleg¨® la monarqu¨ªa constitucional y complic¨® bastante las cosas a la simbolog¨ªa que el cristianismo hab¨ªa convertido en una m¨¢s razonable cuesti¨®n de relaci¨®n y reparto entre poder temporal y espiritual, invent¨¢ndose un intermediario entre Dios y el pr¨ªncipe, el Papa.
Si un rey o un pr¨ªncipe constitucional es hoy d¨ªa un mandatario celestial dependiente del Parlamento ventr¨ªlocuo, ?qu¨¦ es una princesa morgan¨¢tica casada con un pr¨ªncipe aspirante a mandatario celestial condicionado por el Parlamento ventr¨ªlocuo? Nada o casi nada hasta que lleg¨® Diana Spencer a la alcoba de Carlos de Inglaterra y sus problemas de alcoba acabaron influyendo fundamentalmente en la modificaci¨®n del imaginario del pr¨ªncipe y la princesa a finales del segundo milenio. Por el cerebro de Carlos de Inglaterra ha circulado frecuentemente en los ¨²ltimos a?os el aforismo mis¨®gino: no conocer¨¢s a una mujer hasta que la tengas en contra. El pr¨ªncipe Carlos no ha podido ocultar durante toda esta ¨²ltima semana el estupor que le causaba la concentraci¨®n floral provocada por la muerte de Lady Di. Cada vez que cog¨ªa un ramo para contemplarlo obsesivamente o para ense?¨¢rselo a sus hijos, aparentemente cumpl¨ªa con la consigna de un experto de imagen: coja un ramo cualquiera y cada ciudadano del Reino Unido creer¨¢ que ha cogido el suyo. Pero consignas publicitarias aparte, Carlos ramo por ramo iba pregunt¨¢ndose: ?por qu¨¦?, ?qu¨¦ ha hecho esta chica para tama?a respuesta popular? El hecho de que el pr¨ªncipe todav¨ªa heredero apareciera olisqueando ramos en Balmoral disfrazado de escoc¨¦s, ya permiti¨® de buenas a primeras deducir que sus piernas no pod¨ªan competir con las de Lady Di, sin duda las mejores de la realeza universal de todos los tiempos. A poco que recuperemos nuestra memoria medi¨¢tica y comparemos las actuaciones de Carlos y Diana ante la televisi¨®n explicando sus problemas de alcoba, hay que decir que Carlos se atuvo a una excesivamente correcta interpretaci¨®n estilo Tudor, mientras Diana dio un curso completo de Actor's Studio contenido, desde luego, como debe exig¨ªrsele a una princesa aunque sea morgan¨¢tica. Ha recordado el alma jam¨¢s dormida de las masas, aquellos ojos grandes, a veces desbordados por su propia abundancia de per¨ªmetro, divagantes, buscando asideros visuales que s¨®lo Lady Di ve¨ªa o la suave b¨²squeda de un lugar en el mundo moviendo su delicada columna vertebral y sus manos como si el papel de princesa enga?ada pero ad¨²ltera lo estuviera interpretando Meryl Streep aleccionada por el profesor Higgins. El estilo Actor's Studio light de Lady Di la ha convertido en una correct¨ªsima int¨¦rprete del papel de la princesa casi in¨²til una vez cumplido su papel de parir cr¨ªas que continuar¨¢n la monarqu¨ªa, pero que sin dejar de parecer una princesa encarnaba tambi¨¦n el de una mujer despechada y dispuesta a mostrarse capaz de pasar de pr¨ªncipe en pr¨ªncipe, es decir, del pr¨ªncipe de Inglaterra al pr¨ªncipe de la h¨ªpica o al del rugby o al de los playboys. Porque Lady Di jam¨¢s se equivoc¨® al elegir pareja, jam¨¢s busc¨® un segund¨®n, consciente de que sus siervos no se lo habr¨ªan perdonado, como demiurga dispuesta a introducir un cierto desorden en este final de milenio, demiurga posmoderna pues, pero siempre dentro de un orden.
Yerran los que acusan a la monarqu¨ªa brit¨¢nica de haberse equivocado aceptando princesas que no son de sangre real. La Ferguson le ha aportado vigor p¨ªcnico y Diana Spencer ast¨¦nico. Lady Di ha regalado a la casa de Hannover una larga vida de monarqu¨ªa publicada, como valor ¨¦tico y psicol¨®gico de la subversi¨®n subversivamente correcta, y s¨®lo la lamentable circunstancia de no ser cat¨®lica le impedir¨¢ ser beatificada, incluso santificada como la primera princesa ad¨²ltera virgen y m¨¢rtir, princesa de las masas, esas masas cuya rebeli¨®n sigue dando sorpresas, sorpresas, sorpresas.
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