El hermano de Diana pide que se eduque con libertad de esp¨ªritu a los pr¨ªncipes
Con una mezcla de ternura y firmeza, de indudable cari?o fraterno y amargura, el conde Charles Spencer, hermano de Diana de Gales, prometi¨® ayer en voz alta a los pr¨ªncipes Guillermo, de 15 a?os, y Enrique, de 12, hijos de la fallecida, que no les abandonar¨ªa a su suerte. En un emotivo elogio p¨®stumo, no s¨®lo record¨® a una mujer "insustituible, extraordinaria y hermosa". Dirigi¨¦ndose abiertamente al f¨¦retro que conten¨ªa sus restos mortales asegur¨® que su familia contribuir¨¢ a educarlos.
La advertencia ha podido sonar como una amenaza en c¨ªrculos tradicionalistas brit¨¢nicos. No en vano el primog¨¦nito est¨¢ llamado a ser rey de Inglaterra. Sin embargo, la propia soberana Isabel II admiti¨® en su hist¨®rica alocuci¨®n del viernes que era consciente de las lecciones que hab¨ªa que extraer "de la vida [de Diana] y la enorme reacci¨®n popular provocada por su muerte".Charles Spencer, que en su d¨ªa se gan¨® la vida como periodista de la cadena televisiva estadounidense NBC, subray¨® que sus sobrinos no eran propiedad de la casa real. Semejante aseveraci¨®n dio paso a un reto a¨²n m¨¢s grave, si cabe. "Diana demostr¨® que no necesitaba un t¨ªtulo real [perdido tras su divorcio de Carlos] para ser noble. Mis hermanas y yo haremos lo posible para que el alma de sus hijos no acabe envuelta s¨®lo en un manto de respetables deberes y tradiciones".
Y para que los j¨®venes y turbados pr¨ªncipes recibieran sin tardanza la primera lecci¨®n de sinceridad propia de un "esp¨ªritu libre", les dijo lo siguiente: "Diana era intuitiva y llena de dones, pero no una santa. La tentaci¨®n de canonizar su memoria es vana. Ignora la esencia misma de su humanidad". Lo dijo mirando sin pesta?ear a su familia pol¨ªtica, los Windsor, y a los presentes en la abad¨ªa de Westminster.
En su af¨¢n por mostrar por fin al mundo el verdadero rostro de la princesa de Gales, su hermano hilvan¨® con maestr¨ªa un canto f¨²nebre no exento de iron¨ªa. "Es terrible pensar que una ni?a llamada Diana, en recuerdo de la diosa mitol¨®gica de la caza, fuera perseguida hasta la muerte". Pero el acoso se acab¨® para siempre, afirmar¨ªa luego. "Nosotros, la familia de Guillermo y Enrique, no permitiremos que sufran la agon¨ªa que la ahogaba en l¨¢grimas".
Dulce y demoledor
Los denominados paparazzi, que la fotografiaron sin tregua, y la prensa sensacionalista no tendr¨¢n ocasi¨®n de molestar a los pr¨ªncipes si su t¨ªo se sale con la suya. Durante la larga semana de vigilia por la muerte de Diana, ni siquiera los c¨ªrculos reales m¨¢s herm¨¦ticos han descartado que Carlos de Inglaterra, su ex esposo, trate de ahorrarles a sus hijos el calvario del ojo p¨²blico.
El homenaje personal del cabeza de familia de los Spencer, unas veces dulce y otras demoledor para algunos de quienes rodeaban a la princesa, trat¨® de aclarar algunas de las facetas de su car¨¢cter. Record¨® "su travieso humor e inolvidables ojos". Alab¨® "su car¨¢cter compasivo y sentido del deber y estilo". Haciendo suyas las contradicciones de Diana, admiti¨® que era "insegura y fr¨¢gil y de ah¨ª sus accesos de bulimia", el trastorno alimentario que sufri¨® al principio de su malogrado matrimonio con el pr¨ªncipe de Gales.
Al desgranar la personalidad de su hermana, despoj¨® al encanto y atractivo percibido por el p¨²blico de toda banalidad. "Su deseo de hacer el bien a los dem¨¢s parec¨ªa a veces casi infantil. D¨¢ndose pod¨ªa liberarse de la sensaci¨®n de que no encajaba y todo lo hac¨ªa mal". Pero, a pesar de todo y de una turbulenta infancia en un hogar de padres divorciados, "ella logr¨® mantenerse fiel a sus principios, me protegi¨® y fue siempre sincera consigo misma".
Sus palabras, seguidas con tensa emoci¨®n dentro y fuera de la abad¨ªa, se cerraron con un acto de agradecimiento. "Le doy gracias al Se?or por la vida de una mujer que me enorgullece llamar hermana. Un ser ¨²nico, complejo, extraordinario e irrepetible. Diana, cuya belleza externa e interior jam¨¢s se extinguir¨¢ en nuestra memoria". Con la voz rota y l¨¢grimas en los ojos, Charles Spencer recogi¨® sus notas manuscritas y ocup¨® de nuevo su asiento frente al altar mayor. Un aplauso, cerrado y Iiberador, estall¨® entonces a las puertas de Westminster para atravesar a continuaci¨®n, imparable, el templo entero.
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