La espina de la emoci¨®n
Diana ha puesto en cuesti¨®n las formas estereotipadas de los Windsor
ENVIADO ESPECIALAl fin la princesa de Gales descansa en paz y con ella numerosos ingleses que se han tomado este asunto muy a pecho. Ayer, en Kesington Road, a una pareja de Birmingham que hab¨ªa llegado a Londres hace tres d¨ªas con el prop¨®sito de no perderse de ning¨²n modo el cortejo, la procesi¨®n les cogi¨® dormidos en la acera dentro de sus sacos. Ni el barullo de gentes, que no fue poco, logr¨® sacarles de su postraci¨®n.Las previsiones sobre los que habr¨ªan de concurrir al sepelio se elevaban, hasta ayer, de la ma?ana a la noche y, el viernes, saltaron desde los tres a los seis o los siete millones. Finalmente, el n¨²mero real ha sido de dos millones. De una parte, los temores a quedar bloqueados han podido disuadir a muchos; de otra parte, el buen criterio de que las cosas se ven mejor por televisi¨®n y se viven, incluso m¨¢s, ha recortado la cifra hasta las estimaciones del lunes.
Con todo, Londres, en cualquiera de sus barrios soport¨® ayer, a medida que el desfile conclu¨ªa, un desag¨¹e de gentes que atest¨® las aceras y form¨® largas colas en los puntos donde esperaban los autobuses de regreso. En una de las esquinas de Hyde Park, junto a Marble Arch, donde se hab¨ªan instalado dos pantallas de televisi¨®n gigantes, se concentraron m¨¢s de 50.000 personas. Sentadas en la superficie de c¨¦sped presenciaron la retransmisi¨®n en uno de los actos de catarsis colectiva m¨¢s confortadores y n¨ªtidos. All¨ª, unos junto a otros, lloraban y se abrazaban en una unidad imprevista.
Los ingleses est¨¢n sorprendidos de ellos mismos. Se han asombrado, como todo el mundo, del explosivo efecto que ha causado la muerte de Lady Di sobre los medios de comunicaci¨®n, pero se han sorprendido todav¨ªa m¨¢s de la comunicaci¨®n que ha despertado entre ellos. Y no, adem¨¢s, cualquier clase de comunicaci¨®n sino aqu¨¦lla, sentimental y expl¨ªcita, de la que no han venido disfrutando mucho. Un columnista de The Times comentaba el jueves por la tarde en la BBC 1 que no le hubiera extra?ado contemplar, en un pa¨ªs latino, esta efusi¨®n de flores y se?ales p¨²blicas de dolor pero lo consideraba ins¨®lito en el Reino Unido. Mario Vargas Llosa declaraba estos d¨ªas en su casa de Londres que en los 36 a?os de relaci¨®n con Inglaterra jam¨¢s hab¨ªa visto reaccionar a la gente con un entusiasmo parecido.
Los ingleses han sido educados para controlar sus emociones en p¨²blico. Al contrario de lo que ocurre en nuestra cultura, donde derramar l¨¢grimas en un entierro dignifica a quien lo hace, en Inglaterra dentro de la clase educada este comportamiento se ha tenido por inconveniente. Hace s¨®lo 20 a?os, en los buenos colegios ingleses se reprend¨ªa al ni?o que amistosamente daba una palmada en la espalda de un compa?ero. En el arte de apagar las emociones, de guardar las formas y de servir al protocolo no hay nada m¨¢s parecido a un chino que un ingl¨¦s, y por lo que se ha visto, la gente ha empezado a hartarse de obedecer a estos patrones.
Entre unas 5.000 personas que se quedaron sentadas en la hierba de Hyde Park hab¨ªa un grupo de tres mujeres, una t¨ªa abuela, una madre y una hija que mordiendo unos sandwiches trataban de recuperarse del viaje nocturno que las hab¨ªa tra¨ªdo desde Cleveland. Las tres coincid¨ªan en el extraordinario cambio que estas manifestaciones populares han representado para Inglaterra y la madre, Eileen Eskelton, lo atribu¨ªa a la directa influencia de Diana. A su juicio, si los ingleses cre¨ªan en lo apropiado de contener las emociones era porque su m¨¢s alta y respetada instituci¨®n, la corona, se conduc¨ªa de este modo. Riendo, abrazando o llorando a la vista de todos, Diana habr¨ªa inaugurado un modelo de conducta a la que se adher¨ªan de muy buena gana los ciudadanos.
Alan Farrel, un comerciante de 60 a?os que hab¨ªa acudido desde Exeter, quiso dejar claro que en el extranjero no se conoce a la Diana que adoran los ingleses. "Para el mundo", dec¨ªa, "Diana ha sido una star que pod¨ªa parar la circulaci¨®n en Chicago. Para nosotros ha sido la persona que con su espontaneidad ha puesto en cuesti¨®n las formas estereotipadas de los Windsor. La monarqu¨ªa deber¨¢ cambiar o sufrir¨¢ cada vez m¨¢s la oposici¨®n del pueblo".
Cualquiera espera que este cambio se realice no mediante el pr¨ªncipe Carlos sino de sus hijos Guillermo y de Enrique, que cuentan con la simpat¨ªa de la poblaci¨®n. La monarqu¨ªa ha de cambiar porque ha visto que el pueblo ha cambiado y ese cambio ser¨ªa el primer milagro de Lady Di. Un milagro que en interpretaci¨®n de una se?ora, Mrs. Hougland, proviene de "la fuerza de su debilidad". Es decir, de la timidez, la inseguridad y hasta los pecados de Diana capaces de procurarle una consistencia humana con la que descalific¨® a las "momias reales".?Se prolongar¨¢ esta victoria en el futuro? Nadie ve otro porvenir que no sea una pronta actualizaci¨®n y modernizaci¨®n de la realeza. Ahora han pasado por el aro de la bandera a media asta, del nuevo lenguaje sentimental de Isabel II en su alocuci¨®n del viernes y hasta por el piano de Elton John. "Lo mejor de Diana", dec¨ªa un empleado del metro en Marble Arch, "es que adem¨¢s de guapa y muy simp¨¢tica era una persona normal. Alguien que se acercaba a todo el mundo, que estrechaba las manos, que tocaba a la gente". "Yo personalmente me siento hundido, destrozado", confesaba James, un jubilado de Londres. "Me siento igual que si hubiera muerto alguien de mi familia. Y esto es lo que creo que sienten la mayor¨ªa de las personas que se encuentran aqu¨ª".
Aqu¨ª, ese lugar era entonces a las dos de la tarde de ayer una extensi¨®n devastada cubierta por los residuos de la acampada, m¨¢s un granel de cuerpos exhaustos, algunos dormidos dentro de los sacos, otros inm¨®viles y otros m¨¢s recogiendo en una lenta retirada. Hoy ya no habr¨¢ nada por lo que pugnar y ma?ana regresar¨¢ una semana ordinaria, extra?amente vac¨ªa sin la vida ni la liturgia para Diana.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.