La realidad y el deseo
Un coche, con motor y ruedas en perfecto estado de funcionamiento, pero sin carrocer¨ªa, puede ser definido como un autom¨®vil; sin embargo, s¨®lo una carrocer¨ªa, por deslumbrante que sea, no es m¨¢s que una carrocer¨ªa: puedes admirarla y hacer lo que quieras con ella y en ella, menos hacer que ella te lleve por s¨ª misma a otro lugar. De la misma forma, un museo, reducido a lo esencial, es una colecci¨®n, pero no el edificio que la puede albergar. En este sentido, el Museo Guggenheim de Bilbao, con apenas medio centenar de obras de su propiedad, seg¨²n la ¨²ltima lista proporcionada por sus responsables, ya iniciada la serie multiplicada de inauguraciones, s¨®lo merece el calificativo de museo de manera virtual, o, siguiendo con la met¨¢fora automovil¨ªstica, con el motor que posee en la actualidad, apenas podr¨ªa recorrer una distancia de un par de metros.Planteemos el asunto desde otra perspectiva: queremos comprar un coche, que es un prototipo a¨²n en fase de fabricaci¨®n, pero aceptamos pagarlo de antemano, porque, aunque debamos esperar un tiempo, confiamos en la marca y hemos estudiado en el folleto publicitario correspondiente las cualidades futuras del autom¨®vil. Pues bien, si la marca en cuesti¨®n, la del Guggenheim, es de prestigio, el folleto ilustrativo del prototipo de la colecci¨®n permanente de Bilbao, lo ya comprado y los criterios anunciados para comprar en el futuro, no resiste la m¨¢s relajada y acomodaticia revisi¨®n t¨¦cnica, se mire por donde se mire.
A partir de lo que hay, uno puede desear que el edificio de Gehry, inaugurado en Bilbao, llegue a tener una colecci¨®n propia, as¨ª como que sea representativa y digna, pero lo que la gente ve hoy en su espacio interior y que es presentado con el t¨ªtulo de Los museos Guggenheim y el arte de este siglo no pertenece a la sede bilba¨ªna, ni, desde luego, aceptando su condici¨®n de exposici¨®n temporal, merece ser calificado como conjunto de obras, a partir de cuya exhibici¨®n pueda sacarse una idea aproximada de lo que ha significado el arte del siglo XX, salvo que lo diga un atrevido. Por de pronto, un buen pu?ado de las mismas no son propiedad de los museos Guggenheim, sino de diferentes fundaciones ajenas, de particulares y, lo que es peor, y, desde mi punto de vista, intolerable, de galer¨ªas comerciales. Lo realmente aportado por los museos Guggenheim para esta exposici¨®n temporal no es, desde luego, insignificante -hay una representaci¨®n de la vanguardia hist¨®rica, la que madura antes de la II Guerra Mundial, con algunos nombres de primer rango-, pero, con todo, es una aportaci¨®n, dadas las circunstancias, poco generosa. M¨¢s grave me parece, sin embargo, la ausencia de un m¨ªnimo plan, racionalmente discernible, en la selecci¨®n del conjunto ahora exhibido, sea comprado para Bilbao o no; pertenezca a los otros museos Guggenheim o no. En este sentido, sea cual sea el efecto espectacular que pueda provocar su actual instalaci¨®n en el p¨²blico no especializado, la revisi¨®n cr¨ªtica de lo que se expone arroja un balance notoriamente insuficiente, bien por ser fruto de la m¨¢s alocada improvisaci¨®n, o, todav¨ªa peor, por una total falta de criterio. Naturalmente, la cuesti¨®n se agrava, seg¨²n nos vamos aproximando al arte m¨¢s reciente, que es, sin embargo, el punto fuerte de la colecci¨®n-exposici¨®n, pues, desde los a?os cuarenta en adelante, reina el caos o el mero oportunismo comercial.
En resumidas cuentas: si queremos seguir admitiendo que un museo vale por lo que es y significa su colecci¨®n permanente, el Guggenheim de Bilbao, en este momento, no existe como tal museo. Si la exposici¨®n temporal quiere indicar por d¨®nde ir¨¢ dicha colecci¨®n permanente en el futuro, lo que augura no puede tomarse intelectualmente en serio. Ahora bien, si el llamado Museo Guggenheim de Bilbao es un contenedor para que se exhiban obras, propias o prestadas, sin otro criterio que el decorativo, y a los que llevan pagados 23.000 millones de pesetas les basta con eso y con el buen efecto urban¨ªstico del edificio de Gehry para la ciudad y su promoci¨®n internacional publicitaria, creo que merecen ser calificados de "primos" o "perversos' .
Por mi parte, prefiero pensar que son gente sensata, arrollada circunstancialmente por los acontecimientos, y que, una vez que han pagado un coche de lujo, no se conformen s¨®lo con la carrocer¨ªa y se pongan en serio a buscar un motor. Claro, siempre que quieran un coche o un museo de verdad, que est¨¢ por ver.
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