La marabunta comercial Hipercor abre su cuarto centro de la regi¨®n con un rotundo ¨¦xito de p¨²blico y atascos en los accesos de la M-40
Faltaban cinco minutos para las diez de la ma?ana, y dos se?oras de Hortaleza, con gesto de franca impaciencia, aplastaban la cabeza contra la puerta de la entrada, hac¨ªan pantalla arqueando las palmas en torno a las orejas y escudri?aban las estanter¨ªas y los adornos navide?os que ya titilaban en el interior. Atenazadas por la desaz¨®n propia de la compra inminente, pero a¨²n inalcanzable, las amigas de Hortaleza tomaron aire y proclamaron a coro: "?Que abran ya, que abran ya!". Fueron dos de las primeras visitantes del Hipercor Campo de las Naciones -el cuarto centro de estas caracter¨ªsticas que El Corte Ingl¨¦s abre en la regi¨®n-, y obtuvieron la recompensa de las rosas rojas que una secretaria de elegante uniforme azul entregaba a todo bicho viviente del g¨¦nero femenino que franqueaba la entrada.El estreno del coloso comercial (110.000 metros cuadrados, 1.051 empleados, aparcamiento de 1.300 plazas y m¨¢s de 12.000 millones de inversi¨®n) fue el acontecimiento incontestable del d¨ªa para los vecinos de Hortaleza, Barajas y San Blas, aunque tambi¨¦n se convirti¨® en penitencia circulatoria para los miles de conductores a los que el fervor consumista prenavide?o atrap¨® en la M-40. Durante todo el d¨ªa hubo m¨¢s de un kil¨®metro de retenciones en ese tramo del cuarto cintur¨®n, seg¨²n la Direcci¨®n General de Tr¨¢fico, y los accesos a la avenida de los Andes, donde se levanta el hipermercado, estaban sencillamente imposibles. Los conductores de autobuses de la l¨ªnea 122, la ¨²nica que presta servicio en la zona, nunca hab¨ªan vivido semejante avalancha de viajeros pertrechados de bolsas hasta los dientes.
En el interior de Hipercor, el trasiego de husmeadores de ofertas fue discreto durante la primera media hora, pero el ajetreo febril se apoder¨® de las cajeras, para no abandonarlas, antes de que el reloj marcara las once. Un eficaz equipo de Mam¨¢s Noel repart¨ªa caramelos a discreci¨®n ("Vienen muy bien para la tos, se?ora") mientras que una legi¨®n de ejecutivos vigilaba, celular en mano, que las prisas del estreno no hubieran jugado ninguna mala pasada.
Todo estaba razonablemente en orden, en efecto, aunque los cerebros grises de la casa no renunciaban a la autocr¨ªtica. "Ah¨ª hemos puesto una se?al de prohibido en la que figura una se?ora circulando con un carrito. ?Quiere ello decir que a los caballeros s¨ª se lo permitimos?", se pregunt¨® uno. Su interlocutor, perplejo, enmudeci¨®.
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