La cabeza cortada de Kobe
Aunque esperada, la felicitaci¨®n del nuevo a?o que me manda Michiko Okubo desde Zushi (Jap¨®n) me vuelve a producir intenso asombro. Y vuelvo a echar en falta no tener un amigo en cada pa¨ªs, alguien que, porque s¨ª, al igual que esta amable japonesa, me dijera todos los a?os, por estas mismas fechas, no el porvenir, que se termina sabiendo, sino aquello que de verdad ha pasado ¨²ltimamente por esos mundos. Michiko Okubo nunca falla. En dos apretados folios mecanografiados, me pone al tanto esta vez del big-ban nipon del 97: quiebra encadenada de bancos, sociedades de valores y compa?¨ªas de seguros. Pero el meollo de su comunicado -escrito en espa?ol, por cierto- lo constituye el espantoso suceso que, en su opini¨®n harto cre¨ªble, m¨¢s ha conmocionado durante todo el pasado a?o a la sociedad japonesa: "Esta noticia se ha clavado como un pu?al en nuestros corazones". Sucedi¨® en Kobe, "la ciudad que hace pocos a?os sufri¨® un terrible terremoto". Y Michiko Okubo me lo cuenta as¨ª: "Un ni?o de 14 a?os, de t¨ªpica familia japonesa de clase media, asesin¨® a otro ni?o de 11 a?os". Hasta ah¨ª, por desgracia acumulativa de casos aislados en muy diversas geograf¨ªas, mal podr¨ªamos fingir nosotros una sorpresa absoluta. Michiko se da cuenta de ello, por lo que a?ade: "Para m¨¢s inri, la v¨ªctima era compa?ero del asesino en la escuela primaria y, adem¨¢s, no pod¨ªa defenderse por ser retrasado mental. Una vez ejecutado el crimen, hizo pedazos el cad¨¢ver., Luego cogi¨® la cabeza cortada y la deposit¨® a la puerta de la escuela, de la escuela de ambos. La cabeza cortada iba acompa?ada de una carta an¨®nima, donde se protestaba por los colegios, los profesores, el sistema educativo y la sociedad en general. Y terminaba se?alando que, de no cambiar la situaci¨®n, habr¨ªa nuevas v¨ªctimas".Debo confesar, y sin decir loque-son-las-cosas, que, momentos antes de recibir la carta de Michiko Okubo, acababa yo de leer un inquietante relato de Julio Cort¨¢zar, Cuaderno de Zihuatanejo, por el que circula, obsesiva y exenta, la cabeza de aquel actor llamado Ram¨®n Novarro. Me hab¨ªa acordado entonces, sin que viniera a cuento tampoco, de la brutalidadde nuestros fornidos romances con su desfile bronco de infantes vengadores galardonados: "Ape¨¢rase el infante, la cabeza le cort¨®, / y tom¨¢rala en su lan?a - y al buen rey la present¨®./ De que aquesto vido el rey, - con su hija le cas¨®". Y luego me acord¨¦ de Argelia. Y de un hermoso t¨ªtulo del poeta italiano Alfonso Gatto: Il capo sulla neve. Y de aquel cuento de Augusto Monterroso, hasta el fin ejemplar, con cabezas jibarizadas; inclusive apreci¨¦ la diferencia, que ya son ganas, de nuestro santo espanto ante y entre la cabezota, ebria de Holofernes, tan chorreante y tan pintada, en manos de la brava Judit, y esas delicadas miniaturas sint¨¦ticas, perversas, s¨ª, pero no desprovistas de sabia artesan¨ªa. Como la del sufriente Nietzsche: "Mi cerebro se convierte en roca". Y as¨ª, de salto en salto mortal, me hab¨ªa quedado, en Lope de Vega. Tal vez por no viajar a Ruanda o por no entretenerme, frente a los Reyes Magos, con el silbido de la guillotina. Acabados banquete, seducci¨®n y tajo certero, entra Lope en la tienda lujosa del gran jefe del ej¨¦rcito sirio. Y, gracias a Judit, predecesora del grupo Fluxus, el poeta esto ve: "Cuelga sangriento de la cama al suelo / el hombro diestro del feroz tirano". Y ve tambi¨¦n, pues tambi¨¦n rima lo inhumano con ver, el "tronco horrible, convertido en hielo". Lejos ya de all¨ª, la apoteosis del ¨²ltimo tercero: "Y sobre la muralla, coronada / del pueblo de Israel, la casta hebrea / con la cabeza resplandece armada".
Pero una cosa son los cuentos, las historias tribales o la historia sagrada y otra muy distinta la cabeza cortada de un ni?o a la puerta de una escuela de Kobe. Michiko Okubo deposita esa cabeza sobre la bandeja cibern¨¦tica de un pa¨ªs al que le reconoce haber acabado con los privilegios de las viejas castas. Ahora bien, acusa al mismo tiempo, sin tapujos, a una nueva clase social: la que ha substituido la sangre azul por el "curr¨ªculum acad¨¦mico".. Y se explica. Los ni?os japoneses ya no son educados para que descubran la vida, sino para que sepan que perder¨¢n todas las posibilidades de un buen trabajo en caso de que no superen las pruebas de ingreso a ''alguna universidad privada y de renombre". Lo importante, subraya, es entrar como sea. Una vez dentro, poco se estudia, pero el centro docente ya se encarga de conseguir buenas colocaciones para sus alumnos, pues de ese modo, con t¨¦cnicas mafiosas de mangoneo en red, crece su fama, demuestra su eficacia. Y ¨¦sa es su acusaci¨®n, desechando de paso todas las teor¨ªas sobre err¨®neos enfoques pedag¨®gicos o sobre la influencia nefasta de la programaci¨®n infantil en las televisiones. Y habla Michiko como madre de un chaval de 12 a?os que est¨¢ hasta las narices de su colegio.
La carta trae esta p¨®stdata: "Si mi puto est¨®mago y el bolsillo me lo permiten, podr¨¦ volver este verano a mi Espa?a para brindar con los amigos. Me gustar¨ªa saludarle". Yo ya la espero. Pero, mientras tanto, ah¨ª est¨¢ esa cabeza cortada de ni?o. Y me la imagino sobre la nieve,, so?ando con aquel poema (?qui¨¦n dir¨ªa que breve?) de Taigui: "Vuelan luci¨¦rnagas, / y al decir yo: '?Mira!',/ percibo que estoy solo".
Babelia
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