Vivir entre las flores
Masako Ishibashi fund¨® hace "25 a?os en Madrid la primera escuela de lkebana, un milenario arte floral japon¨¦s
"Madrid me pareci¨® un desierto desde el avi¨®n. No se ve¨ªan monta?as ni ¨¢rboles. En las calles hab¨ªa un fuerte olor a aceite de oliva y la gente gritaba mucho, como si todo el mundo estuviera enfadado". No fue precisamente grata la impresi¨®n que se llev¨® la japonesa Masako Ishibashi, cuando hace m¨¢s de 30 a?os lleg¨® a la capital para ampliar sus estudios de periodismo. A los pocos d¨ªas, un taxista le pregunt¨® a cu¨¢ntos kil¨®metros estaba Tokio de Jap¨®n, y otro crey¨® que era mexicana, a pesar de sus inconfundibles rasgos japoneses.El inicio de la aventura madrile?a para esta mujer nacida en Kioto, una ciudad japonesa ubicada en un valle h¨²medo, lleno de ¨¢rboles y flores, no fue por lo que cuenta muy afortunada. Sin embargo, no s¨®lo no se hizo el haraquiri, sino que decidi¨® quedarse para siempre en esta lejana tierra. El destino, en el que Masako cree ciegamente, le ech¨® una mano y en la primavera de 1972 la Embajada japonesa la contrat¨® como maestra de ikebana, un antiqu¨ªsimo arte japon¨¦s de decoraci¨®n floral hasta entonces desconocido en Espa?a, y que ahora tiene pocos pero fervorosos seguidores. A principios de mes celebr¨® una exposici¨®n de los trabajos de sus alumnos y una gran fiesta el 25? aniversario de la escuela Enshu de lkebana, que fund¨® en Madrid en 1973.
"Ikebana", aclara Masako, "no es s¨®lo un arte decorativo; es tambi¨¦n un m¨¦todo para conseguir la felicidad y fortalecer el equilibrio interior. Tampoco es un negocio Como puede ser el bons¨¢i. Se trabaja con flores naturales y por tanto el resultado se muere a los pocos d¨ªas, cuando las plantas se marchitan. No te enriquece materialmente, pero s¨ª espiritualmente".
Las primeras madrile?as que acudieron a su escuela la dejaron de piedra. "En Jap¨®n se respeta mucho a los maestros y se les llama de usted. Las alumnas me llamaban de t¨², y no paraban de fumar y de hablar. No exist¨ªa la disciplina en clase, pero poco a poco lo fueron entendiendo, y en la actualidad hay un ambiente estupendo".
La escasez en la variedad de flores fue una dificultad a?adida. Rosas, gladiolos y claveles era todo el surtido de las florister¨ªas, que jam¨¢s hab¨ªan o¨ªdo hablar de ikebana. Hoy todos los profesionales madrile?os conocen esta t¨¦cnica a trav¨¦s de los cursillos intensivos que imparte en su asociaci¨®n. Masako, que es corresponsal de una televisi¨®n japonesa y miembro de la Asociaci¨®n de Corresponsales Extranjeros, tiene otras dos escuelas, en Valencia y Tenerife.
Ana Francisca, una veintea?era madrile?a que lleva a?o y medio haciendo ikebana, comenta que lo que m¨¢s le choc¨® de esta t¨¦cnica es que no recurriera a flores de pl¨¢stico o papel. "Ahora lo entiendo. La belleza siempre es efimer¨¢. Las flores duran unos d¨ªas, disfrutas de ellas y luego se mueren. Acabo de perder a mi abuela e ikebana me ha ayudado a superarlo. La vida es maravillosa, pero tiene que terminar", dice Ana.
"Las flores naturales son caras", a?ade la joven, "pero la mayor¨ªa de los elementos que utilizamos son ramas secas que se consiguen f¨¢cilmente".
Seg¨²n Masako, ikebana desarrolla la creatividad y favorece la concentraci¨®n, relajaci¨®n y desahogo de los sentimientos a trav¨¦s del di¨¢logo con las flores". Entre sus alumnos hay varios actores como Cristina Marsillach, Enma Ozores y Juan Carlos Naya. Este ¨²ltimo ha sido rebautizado en la escuela con el nombre de Arce, como el ¨¢rbol cuya hoja figura en la bandera de Canad¨¢.
"La reina Sof¨ªa es tambi¨¦n una gran admiradora y conocedora de ikebana", asegura la profesora.
Masako est¨¢ soltera y vive sola. Cuando habla de los hombres sonr¨ªe t¨ªmidamente y dice en tono confidencial: "Esto no lo sabe nadie. Estuve enamorada una vez de un madrile?o, pero no quiso el destino unir nuestras vidas, aunque las parejas de japonesas con espa?oles funcionan muy bien. En cambio, japon¨¦s con espa?ola es un desastre, porque los dos quieren mandar".
Se le ha contagiado la forma de ser madrile?a. "Cuando voy a Jap¨®n me ri?en porque hablo demasiado, muy alto y gesticulo. ?Claro, soy tan espa?ola!", exclama con orgullo. "Adem¨¢s me hago un l¨ªo con las teclas del tel¨¦fono m¨®vil y no s¨¦ c¨®mo funciona el v¨ªdeo. No todos los japoneses dominamos la tecnolog¨ªa", bromea.
De vez en cuando hace una escapada a La Mancha, lugar que le fascina y que conoce muy bien. "Una de las im¨¢genes m¨¢s bellas que he visto fue una puesta de sol en un campo lleno de amapolas. Estaba rodando con un equipo japon¨¦s de televisi¨®n la ruta del Quijote, y todos permanecimos media hora contemplando en silencio c¨®mo el sol hac¨ªa variar las tonalidades del rojo. Un amigo que era pintor se inspir¨® para hacer un dise?o de quimono que titul¨® Amapola de Espa?a.
Desde que murieron sus padres s¨®lo viaja a Jap¨®n una vez al a?o, cuando florecen los cerezos. "Kioto se pone de color rosa y parece que la ciudad arde. La gente se sienta bajo los ¨¢rboles, bebe saque y baila. Pero en cinco d¨ªas las flores mueren y todo desaparece. Los kamikazes llevaban los botones de flor de cerezo, porque ellos tambi¨¦n mor¨ªan llenos de juventud y belleza".
En Madrid, le gusta pasear por el parque de la Fuente del Berro. "Esta ciudad ha mejorado much¨ªsimo en zonas verdes. Ahora hay, parques en todos los barrios, no s¨®lo en el centro, y se nota que hay mayor respeto por las plantas".
"Mi coraz¨®n se siente madrile?o. Nunca me marchar¨¦. Aqu¨ª est¨¢n mi casa y mis amigos y aqu¨ª quiero morirme", concluye.
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