Irene Papas cruza las calles del agua
La honda, inmensa, tr¨¢gica Irene Papas, la mujer corajuda de Los ca?ones de Navarone, la mujer total de Zorba el griego, aparece -Sevilla; hotel Las Casas del Rey de Baeza; entre columnas, grabados del XVIII y viejo suelo de barro empapado en lluvia- vestida de luto integral, estilizada en el negro, ca¨ªda con pliegues la falda de raso, el cabello cetrino o negro profundo y tr¨¢gico, la piel, todav¨ªa a los 63 a?os, l¨ªmpida y trasl¨²cida. Alguien -es irremediable- le susurra lo que le irrita: "Bella". Ella contesta, con su resquemor c¨®mico y amable: "Las mujeres somos bellas. Los hombres, inteligentes. ?Pues qu¨¦ bien!". Llega a Sevilla Irene Lelekov (Corinto, 1926), para el mundo, la Papas, a rodar su Vieja Pagana, de Yerma, el drama est¨¦ril de Lorca que ahora filma, para el cine, Pilar T¨¢vora. Las dos se saludan. Acaban de conocerse: ante la prensa. Amistad medi¨¢tica. Irene, de Pilar: "Parece gitana buena". Un forofo a Irene: "T¨² tambi¨¦n pareces gitana". Y podr¨ªa ser: gitaner¨ªa griega de alcurnia y nobleza. ?Qu¨¦ va a decir de Lorca Irene Papas? "Lo amo. En Grecia lo hemos hecho mil veces. El peor enemigo de los griegos son los griegos. Me alegra ver que en Espa?a celebran a sus poetas". A la Vieja Pagana de Yerma suelen presentarla, a menudo, como una suerte de bruja, de embaucadora o p¨¦rfida. No ser¨¢ as¨ª en el filme de Pilar T¨¢vora. "Al rev¨¦s. La Vieja Pagana es una mujer pegada a la tierra, sabia. Es el contrapunto de Yerma, la que la saca de la realidad y la eleva hasta otros mundos m¨¢gicos". La escucha, a su lado -enter¨¢ndose, sobre la marcha, de su rol en el filme- Irene Papas. Simbiosis: la definici¨®n de T¨¢vora parece el retrato oral de Irene Papas. Aqu¨ª est¨¢ la megadiva latina, una mujer de leyenda ci-n¨¦fila y, en el teatro, de culto. ?C¨®mo ha aceptado venir aqu¨ª, a Sevilla, a rodar con desconocidos la primera pel¨ªcula de una realizadora? Porque Irene Papas no conoce, absolutamente, a nadie en el casting de Yerma: ni a Aitana S¨¢nchez-Gij¨®n, ni a Juan Diego. Nadie. Pero ocurre que esto, ella, ni lo piensa. "Yo soy as¨ª. Decido muy deprisa tanto mis amistades como mis amores. A Pilar no me importa no conocerla. Pilar est¨¢ en el gui¨®n que me envi¨®. Yo lo le¨ª y lo encontr¨¦ muy noble", dice Irene Papas como si tuviera el don gitano de la intuici¨®n y la clarividencia a distancia. Como si ella hubiera sido siempre esa misteriosa mujer m¨¢gica y capaz de adentrarse en las enso?aciones de Yerma que ahora viene a ser en Sevilla, desde las riberas de Grecia. "Las calles del agua, que al final se encuentran", susurra, mojada en lluvia, Irene Papas, como si el Mediterr¨¢neo s¨®lo fuera eso para ella: una forma de vecindad sobre el agua.
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