Fin de Paz
Dec¨ªa Mario Vargas Llosa, con las gafas ca¨ªdas sobre un libro profusamente anotado con su letra menuda y optimista: "No s¨¦ si habr¨¢ alguna vez otro como Paz". Fuera de su casa de Berl¨ªn, de techos altos, sobria, como la casa que tiene en Madrid Francisco Ayala, hac¨ªa un fr¨ªo intenso, el fr¨ªo de febrero, dos meses antes de que muriera en M¨¦xico Octavio Paz. Mario Vargas Llosa se preparaba en ese instante para ver, para escrutar con esas gafas de intelectual anglosaj¨®n con que mira las cosas, la espl¨¦ndida exposici¨®n sobre la vida y la obra de Bertolt Brecht que abrieron en el centenario del poeta, en un parque cercano a su casa. Antes Vargas Llosa revisaba una obra sobre el pintor Grosz y despu¨¦s habr¨ªa de ir al teatro, a ver una version un poco f¨¢cil e inevitablemente cursilona de West side story. En medio de todos esos espect¨¢culos, el novelista de Los cachorros llevar¨ªa al visitante al Berl¨ªn deslucido de la parte de all¨¢ del muro, donde estaban sepultados los sue?os desle¨ªdos de una revoluci¨®n err¨®nea. Aquellas ruinas son tambi¨¦n el espejo de la reflexi¨®n escueta que el mismo Paz hizo en las ¨²ltimas d¨¦cadas acerca del cataclismo brutal en que cay¨® lo que se supon¨ªa que era la revoluci¨®n: "All¨ª donde hubo revoluciones, en la periferia de Occidente, casi inmediatamente se petrificaron y se convirtieron en despotismos burocr¨¢ticos a un tiempo despiadados e ineficaces".
Ese Berl¨ªn, a¨²n dividido por la realidad y por la memoria, alcanzaba la estatura de ejemplo pol¨ªtico y po¨¦tico de los temores fundados de Octavio Paz, y frente a las ilusiones colectivas, teatrales o l¨ªricas de Brecht, pod¨ªa comprobar Mario Vargas Llosa o cualquiera la distancia que media entre la ilusi¨®n y lo que los hombres podemos hacer con ella.
Todav¨ªa tendr¨ªa tiempo Vargas Llosa, en esos d¨ªas mezclados con sus propios compromisos y con el est¨ªmulo de su mismo af¨¢n de saber, para aprender alem¨¢n leyendo a Thomas Mann o para hurgar en los peri¨®dicos alemanes; pero en este instante en que le vemos levantar del libro que anota su mirada aguile?a, no sabemos por qu¨¦ raz¨®n se detiene en Paz y dice: "No s¨¦ si habr¨¢ otro como Paz".
Luego supimos la ra¨ªz de su frase y cay¨® en dos nombres espa?oles -escritores en espa?ol- y en algunos extranjeros -Isaiah Berlin, Bertrand Russell- para referirse a la es tirpe a la que alud¨ªa cuando dijo "no s¨¦ si habr¨¢ otro como Paz". Ya el escritor mexicano estaba en la cresta Final de su vida y lo estaba lleno de desolaci¨®n y de melancol¨ªa, dolorido, finalmente con todo el dolor verdadero de su cuerpo: Fernando G. Delgado, el novelista de La mirada del otro, lo vio hace pocos a?os siendo abrazado por un amigo: la mueca de dolor de Paz, que ten¨ªa c¨¢ncer en los huesos, qued¨® en la memoria de los que lo vieron como la queja principal, la innombrable y la m¨¢s honda. Adem¨¢s de ese dolor, Paz fue despojado de sus libros por un incendio casual, y aquel hombre elegante -sus camisas fueron siempre el tesoro de su distinci¨®n, como sus ojos, y Fernando Sa vater ha sido capaz, esta misma semana y aqu¨ª, de convertir esa obsesi¨®n de Paz en una bell¨ªsima met¨¢fora de una relaci¨®n de amistad- se fue diluyendo con rabia. Un d¨ªa una emisora divulg¨® su falsa muerte; todos sab¨ªan que cuando Paz us¨® su iron¨ªa para desmentirlo, en realidad estaba expresando su rabia ante la certidumbre de que ese final err¨®neo era el anuncio definitivo de lo que ¨¦l mismo tem¨ªa. Paz muri¨¦ndose. A?os antes precipit¨® la huida del propio Vargas Llosa de M¨¦xico, cuando el escritor peruano calific¨® de "dictadura perfecta" la impuesta por el PRI.
Aunque alguna vez -en 1968- fue noblemente desde?oso, Paz fue Fiel al PRI, y en aquel instante su fidelidad le hizo gritar contra el disidente: Vargas Llosa se fue, pero se guar d¨® para siempre el improbable rencor, y ahora que le vemos levantando del libro su mirada, esta tarde melanc¨®lica, dice que ha habido en este siglo una estirpe de pensadores y poetas, incordios siempre, reflexivos y tambi¨¦n dubitativos, a veces arrogantes e insufribles, pero siempre intensos, que no se van a repetir en muchas d¨¦cadas. Desgran¨® Vargas Llosa los nombres: Ortega y Gasset, Alfonso Reyes, Isaiah Berl¨ªn, Bertrand Russell, Karl Popper, tambi¨¦n nombro a Karl Popper, pero antes de enumerarlos a todos fue cuando levant¨® la vista del libro y comenz¨® su reflexi¨®n diciendo esa frase que ahora regresa a nosotros con el fin de Paz: "No s¨¦ si habr¨¢ alguna vez otro como Paz".
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