Mango soriano
Se tiene la peregrina idea de que s¨®lo se logra sorpresa incitadora, modificaci¨®n en la inercia, cuando uno se desplaza a lo lejano en vivo. Pero, ya ves, llegas a Soria, que estuvo siempre al lado, y pocas son las cosas que no te desconciertan gratamente. El frescor, el silencio, la soledad sin patetismo, la amabilidad sin aspavientos, el vuelo blanquinegro y met¨¢lico de las urracas, el mobiliario elegant¨®n de las terrazas de verano, ni un taxi auxiliador en plena noche, las estrellas fugaces por el cielo, la antiplegaria pintarrajeada en la fachada de una iglesia ("El clero, muerto") o el susurro que llega, al desayuno, de la mesa de al lado: "?Ay, qu¨¦ leng¨¹ita de jam¨®n de York!" Par¨¦ntesis, es cierto, aunque luego se cierren, se sucedan los unos a los otros, se vuelvan ruinas: celtib¨¦ricas, musulmanas, romanas, protocristianas. R¨¢pidos oasis, trazados por instinto de libertad, en las orillas de la lentitud, Duero incluido, de la madre naturaleza. Con esa intensidad afectuosa, ahora mismo, de quien sabe que las palabras, so pretexto de mediaci¨®n, son tambi¨¦n eso que se interpone entre lo humano y lo natural, entre la mirada y el paisaje, entre el co¨¢gulo de la querencia y el fluir cachazudo de las estaciones.En buena compa?¨ªa, el vaiv¨¦n es remanso: San Baudelio, Berlanga, Gormaz, El Burgo de Osma, Calata?azor... Con sus confites talism¨¢nicos: lagartos milagreros, tortas de beato, mantequilla de rizos arcang¨¦licos y sagrados corazones desmoronados. F¨®siles y rom¨¢nico, viento fuerte y verdor sereno, con amapolas m¨¢s escasas que en otras partes. De vuelta a la ciudad, paseos machadianos en coche, evocaci¨®n de B¨¦cquer y sesi¨®n fotogr¨¢fica en el claustro de San Juan del Duero. Pero, entre ruinas y poes¨ªa, tan asociadas por su esencia escrita desde los tiempos preisl¨¢micos, se come mucho en Soria o, por lo menos, se le da de comer al viajero.
Pedir media raci¨®n de platos t¨ªpicos es concentrar el entusiasmo, al mismo tiempo, en cazuela colmada de migas con sus ajos sin pelar, otra igual de torreznos de alma, una tercera de prueba colorada de cerdo (por mi tierra la llaman "chichinas") y la cuarta de cuatro colosales rodajas de morcilla dulzona. Puro entrante, que en seguida vienen las trufas, las setas, el h¨ªgado de pato (Malvas¨ªa es su nombre laudable), la docena corrida de costillitas de lechal y el ubicuo tocinillo de cielo, entremezclado todo con los manjares de los amigos, vecinos de la misma mesa, que elegieron cecinas, carnes escabechadas de caza, cochinillo de aspecto hojaldrado, revueltos y ensaladas agridulces, donde cualquier lechuga se humilla para que sobresalgan los gajos de naranja y los pi?ones, as¨ª como los dados de queso reci¨¦n hechos con leche no cocida de oveja y los de dulce de membrillo, ensalsados de guinda o algo as¨ª.
Los mil y un hispanistas, que estaban al caer por el lugar, habr¨¢n reconectado con nuestro siglo XV, "non olvidando", en la lengua voraz del Arcipreste de Talavera, los "torreznos de tocino asados con vino e az¨²car sobrerrayado, longanizas confeccionadas con especias, jenjibre e clavos de girofre, mantecadas sobredoradas con az¨²car, perdices e vino pardillo, con el buen vino cocho a las ma?anas, y ¨¢ndame alegre, pl¨¦game e plegarte he, que la ropa es corta".
En otra onda, de calidad cribada y atinado refinamiento, hay por all¨ª dos restaurantes excepcionales: el Virrey Palafox, en El Burgo de Osma, y el Iru?a, en el centro de la ciudad de Soria. Y hay tambi¨¦n una tienda con productos de ley, Mu?oz se llama, en la calle de El Collado, atendida por un muchacho, hijo del due?o, que es perspicaz y persuasivo. Orientado primero por Mar¨ªa Pardo de Santayana y Jos¨¦ Mar¨ªa Garc¨ªa, de la Fundaci¨®n Duques de Soria, explico todo esto en este instante para que los de Salamanca no digan luego, seg¨²n apreciaci¨®n certera de Carmen Mart¨ª Gaite, lo que suelen decir en cualquier caso: "?To, pues no sab¨ªamos nada!".
Lo que yo no sab¨ªa, y sigo sin adivinar el porqu¨¦, es la afilaci¨®n de Soria por el mango, esa sabrosa fruta tropical que mezcla con pericia almibarada los colorines futboleros de Holanda y de Brasil. De tierras castellanas, uno aguarda las frutas consabidas: peras, melocotones, cerezas, sand¨ªas, melones, alb¨¦rchigos, manzanas, cerme?os, uvas, ciruela, nueces, almendras, brevas... Pero nada de mangos, claro, salvo el brujeril de la escoba, el de las herramientas de labranza o el ausente de aquella canci¨®n charra: "Una sart¨¦n sin mango / me dio mi suegra; / cada vez que re?imos, / la sart¨¦n suena". Pues bien, hay que reconocer que en Soria se ha impuesto el otro mango, perfumado, pelable y de ultramar. No lo vemos ni olemos en las fruter¨ªas. Tampoco lo encontramos en el mercado de abastos. Y nadie ha divisado mangal alguno entre los olmos y las sabinas. Pero hete aqu¨ª que llega el camarero augusto y te lo dice, aunque bajito, a la cara: "Helados, s¨®lo tenemos de mango". Y en un bar te sugieren, de madrugada, c¨®ctel de vodka y mango. Y en el Diario de Soria dan la receta detallada para elaborar copas de queso y mango. Y, para sobresalto de altura, en el Parador Antonio Machado te ofrecen, ?toma casta?a!, salmorejo de mango, que ya son ganas.
Un misterio glorioso, en verdad, ¨¦ste del mango soriano.
Babelia
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