Una playa para el invierno
Esta mujer est¨¢ a punto de declarar clausurado el invierno. Una de las especialidades de Curra M¨¢rquez es abrigar con arte a sus clientes. Trabaja en cuatro encargos de edredones. "No s¨®lo les van a quitar el fr¨ªo, sino que les dan qu¨¦ pensar". Cada uno viene con su historia: una pareja con una propuesta de palomas; otra quiere estrenar el invierno con cuatro vistas, dos sevillanas, una de Marruecos y otra de la sierra de Aracena; un tercer cliente le ha entregado a la pintora unas telas que compr¨® en un mercadillo marroqu¨ª y demanda un edred¨®n andalus¨ª. El cuarto es tema libre. "A m¨¢s libertad, m¨¢s compromiso", dice Curra M¨¢rquez, "ya sabes: haz lo que quieras, pero ya sabes c¨®mo es mi marido; que no sea rosa". Menos mal que es libre. Entrado este mes, Curra M¨¢rquez se convierte en la mejor cliente de Curra M¨¢rquez. Adi¨®s a los edredones, par¨¦ntesis al fr¨ªo. Se refugiar¨¢ unos d¨ªas en Zahora, una aldea situada junto al cabo de Trafalgar frecuentada por vaqueros, por nudistas, por ingleses que ignoran que all¨ª el almirante Nelson alcanz¨® la gloria y que Trafalgar Square debe su nombre a aqu¨¦lla victoria. Tambi¨¦n desembarcan pateras, muchas veces seguidas en el ritual por la patrulla de la Guardia Civil. "Es una especie de Jarama gaditano, la Espa?a de los a?os 50 y 60". En Zahora velar¨¢ armas antes de plantar batalla a los ingleses. A mediados de agosto viajar¨¢ a Inglaterra para participar en la feria del Mueble de Birmingham, donde ha asumido la decoraci¨®n del stand de unos expositores sevillanos. Se considera una pintora "multiusos". "Me gustar¨ªa ser Vel¨¢zquez en Las Meninas y hacer al mismo tiempo las cosas m¨¢s sencillas y ¨²tiles para mi casa. Lo del arte es muy relativo. En los a?os 60, esas casitas de la calle Cuna te hac¨ªan vomitar y ahora tienen todo el encanto del mundo. Todo merece una segunda digesti¨®n, una segunda mirada. No se pueden juzgar las cosas en el momento en el que las est¨¢s haciendo". Su dedicaci¨®n a los edredones fue fortuita. Un a?o, entrado el verano, quiso hacerse un homenaje. "Siempre soy la ¨²ltima en acostarme en mi casa. Eleg¨ª algo que me apeteciera mucho para el invierno y pens¨¦ en una playa; la decor¨¦ con palmeras, con todo ese aura m¨ªtica de la isla desierta. El edred¨®n termin¨® decorando el primer restaurante art dec¨® que hubo en Madrid; ese d¨ªa estaba all¨ª comiendo la galerista Fefa Siquier y me encarg¨® la primera exposici¨®n de edredones de mi vida". No cree que ni el Prado ni el museo Thyssen cuelguen alg¨²n d¨ªa un edred¨®n, objeto que s¨ª figura en el Museum Folk Art de Nueva York. Esposa de arquitecto, madre de escen¨®grafo, lee ahora un libro que le dedic¨® la acad¨¦mica Elena Soriano poco antes de morir y la obra de ?scar Tusquets Todo es comparable. "Dice que la mejor obra de arte son las aceitunas rellenas de anchoas". Se lleva a la playa una colecci¨®n de mesas y una galer¨ªa de hombres mayores elegidos al azar de revistas. "No me interesan los hombres guapos, los prefiero calvos y que emitan vida". Hombres an¨®nimos: el anciano que fuma en pipa y pasea con su nieto por el campo; el ejecutivo calvo que lee un informe burs¨¢til. Otros tienen nombre: Louis Malle, Erik el Belga. "Mi padre siempre dec¨ªa que lo malo de los sinverg¨¹enzas es que tienen cara de angelitos".
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