La segunda oportunidad
La visita. En su memorable Tiempo de guerras perdidas, Jos¨¦ Caballero Bonald narra la vitalidad con la que Fernando Qui?ones se enfrent¨® a una existencia que el mismo Caballero defini¨® as¨ª el martes, cuando muri¨® su amigo: "Fue una criatura afortunada y llena de vida, pero en versi¨®n pobre". Llegaba a los sitios y los llenaba de una simpat¨ªa natural e ingeniosa, que no era s¨®lo -ni la t¨®pica- gracia andaluza, sino que era una cultivada, pero tambi¨¦n espont¨¢nea, saludable energ¨ªa del hombre generoso que quiere que la vida de los otros no sea en su presencia un aburrimiento solemne. Era dadivoso, abierto; de vez en cuando hablaba de s¨ª mismo, muchas veces para narrar batallas en las que ¨¦l sal¨ªa perdiendo; no le importaba la alta estima, y en ese sentido era un artista francamente at¨ªpico; en su ¨²ltima comparecencia p¨²blica en Madrid, donde ya ven¨ªa tocado por el c¨¢ncer que min¨® su vida, quiso citar a Borges, que escribi¨® sobre ¨¦l grandes elogios, pero no era muy com¨²n ver a Qui?ones expresando en p¨²blico las lisonjas que sobre ¨¦l fabricaron manos ajenas.Esa ¨²ltima aparici¨®n de Qui?ones en Madrid se ha vuelto legendaria ahora que el poeta ya no tiene la segunda oportunidad sobre la tierra: todos los que le vieron ese d¨ªa muy reciente de noviembre hacen cr¨®nica ahora de aquel momento como un instante simb¨®lico de la actitud de Qui?ones ante la vida, pero acaso nadie juzg¨® entonces que en efecto estaba asistiendo a su despedida de Madrid, donde vivi¨® tantos a?os, y de la vida, a la que quiso con toda el alma. Qui?ones era un hombre veloz; entraba en los sitios como si fuera de lado, para irse pronto; sus llamadas telef¨®nicas eran llamaradas concretas, noticias, avisos de que algo iba a ocurrir; se deten¨ªa s¨®lo lo imprescindible, ped¨ªa ¨²nicamente lo necesario, lo daba todo; ah¨ª, en la presentaci¨®n period¨ªstica de La visita, su ¨²ltima novela, apareci¨® algo p¨¢lido, avisando que segu¨ªa un r¨¦gimen y que entonces comer¨ªa como un pajarito; pero despu¨¦s, envalentonado por su historia -Proust se encuentra con Clar¨ªn en Oviedo-, pidi¨® fabada, vino y whisky, y Qui?ones fue enseguida el personaje al que nunca renunci¨®; unos d¨ªas despu¨¦s le llam¨® un periodista asturiano a C¨¢diz: descr¨ªbeme ese Oviedo al que vino Proust para conocer a Clar¨ªn, vuelve al sitio. No pod¨ªa volver, "estoy muy grave". Eso -"estoy muy grave"-, dicho por Qui?ones pod¨ªa parecer una noticia leve, apenas un aplazamiento; pero el poeta ya sab¨ªa que en efecto no ten¨ªa una segunda oportunidad sobre la tierra.
Qui?ones se enfrent¨® en los ¨²ltimos momentos de su vida con esa falta de solemnidad, como si dejara leves recados pendientes que ya cumplir¨ªa al regreso.
Lo hac¨ªa todo posible, narrando en voz alta: un d¨ªa cont¨® esa historia -Proust visita a Clar¨ªn en Oviedo- en un bar oscuro de la ciudad asturiana, y el mismo periodista que le llam¨® la v¨ªspera de su muerte le pregunt¨®: "?Eso es verdad?". Le dijo Qui?ones: "?T¨² crees que si fuera verdad ser¨ªa tan sabroso?". Despu¨¦s hizo la novela, la ¨²ltima de su vida.
La ca¨ªda. El actor Jos¨¦ Mart¨ªn le ha puesto voz -potente, aunque dubitativa, existencialista- a La ca¨ªda de Camus, una reflexi¨®n sobre la culpa, el remordimiento, un texto teatral dif¨ªcil de llevar a un escenario porque se refiere a lo que late en el instante mismo en que el sue?o de eternidad del hombre se convierte en una onerosa pesadilla, en la sombra de un sue?o, en la pared ante la que se estrella la ambici¨®n de la segunda oportunidad sobre la tierra. Sobrio, emocionante y plet¨®rico, Mart¨ªn demostr¨® en el C¨ªrculo de Bellas Artes que esa abstracci¨®n rabiosa de Camus mantiene hoy su poder de met¨¢fora sobre el poder y sus huecos, sobre el individuo que se confiesa para arrojar sobre s¨ª mismo la culpa que le permita alguna vez abordar esa atosigante, invisible segunda oportunidad imposible. En un final de siglo en el que se diluye el poder antiguo de las confesiones, esa confidencia culpable que se alza como un mon¨®logo escalofriante parece tambi¨¦n el relato que uno se hace a s¨ª mismo antes de dormir, en el momento en que comienza el eterno insomnio.
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