Un Springsteen plet¨®rico estrena su gira mundial en Barcelona ante un p¨²blico internacional
20.800 personas disfrutaron anoche con el Boss en el escenario del Palau Sant Jordi
Se apagaron las luces del Palau Sant Jordi. El p¨²blico rugi¨®: "?Bruce, Bruce, Bruce!". Despert¨® un latir sonoro. Y el Boss bram¨® con voz rota una poderosa eleg¨ªa el¨¦ctrica: My love will no let you down. La emoci¨®n sacudi¨® el abarrotado pabell¨®n como un tornado. Y 20.800 personas -cifra oficial- desbocaron su coraz¨®n. En el escenario estaba todo un Boss por estrenar. Un Springsteen nuevecito, plet¨®rico, en el inicio de su gira mundial.
Springsten fue anoche el poeta de los d¨ªas de independencia, los coches usados y los h¨¦roes rotos. Y fue la locomotora del rock. Calent¨® hasta la efervescencia los m¨²sculos del p¨²blico y les ray¨® el alma. En la oscuridad, un jovencito aferr¨® llorando una bandera de barras y estrellas. Una mujer que podr¨ªa ser su madre se tap¨® la cara presa de la emoci¨®n. Springsteen fren¨®. "Estoy contento de estar en esta bonita ciudad de Barcelona", dijo en catal¨¢n. Y volvi¨® a arrancar. Vinieron Prove it all nights, Two hearts y Darkness on the edge of town, y entonces, con la balada, el recinto se tachon¨® de mecheros encendidos como luminosas condecoraciones de la noche. Un The river cargado de sentimiento fue una de las primeras guindas del maravilloso men¨² de sentimientos que sirvi¨® el Boss. Un Boss que estuvo intimista y sopl¨® la arm¨®nica como si tratara de insuflarle vida. Que pareci¨® arrancarse canciones de las entra?as doblado sobre s¨ª mismo. Y que tambi¨¦n supo arrastrar al p¨²blico a un entusiasmo desenfrenado esgrimiendo la guitarra como si fuera un m¨¢user, con bayoneta. Cuando acab¨® Light of day con el rock brot¨¢ndole literalmente de las manos, la gente qued¨® como anonadada y poco a poco surgi¨® de la multitud un zumbido que creci¨® hasta parecer un universal enjambre: "Bruce, Bruce, Bruce". Alineada junto al Boss en el escenario, la E Street Band, con el corpulento Clarence Clemons, el sinuoso pirata Steve van Zandt, la espigada Patti Scialfa, compon¨ªa con ¨¦l una imagen fabulosa: la banda pura, sin aditivos -apenas unas peque?as pantallas de v¨ªdeo-. Springsteen, vestido con radical sobriedad, sud¨® la camisa y pareci¨® ser feliz.El concierto empez¨® con un cuarto de hora de retraso. Springsteen vest¨ªa una camisa gris y una americana. Fue una aut¨¦ntica Babel, tantos eran los extranjeros presentes. En cualquier punto se o¨ªa hablar ingl¨¦s, franc¨¦s, alem¨¢n o italiano. Uno de los p¨²blicos m¨¢s internacionales que seguramente han presenciado un concierto en Barcelona sigui¨® con pasi¨®n desbordada el recital del Boss. Fue as¨ª posible el intercambio de culturas: Una italiana se ondulaba imponente.Un producto nacional bruto achaparrado se le arramb¨® zalamero, contone¨¢ndose y con aire de decir: "My name is Joe Robert I work for the State, qu¨¦ passa". Ella lo mir¨® y lanz¨® al suelo un esputo de carabinero con enfisema. No era s¨®lo el p¨²blico el que parec¨ªa una variopinta academia Berlitz rockera. Un centenar largo de periodistas extranjeros cubrieron el evento y as¨ª muchos locales se encontraron con la sorpresa de que los entrevistara un periodista de Nueva Jersey. Sonre¨ªa la gente arrobada ante las televisiones for¨¢neas sinti¨¦ndose en el centro del meollo musical del universo: "Jo, t¨ªo, me van a ver en Filadelfia, l¨¢stima que no me conozca nadie". Especialmente numerosos eran los estadounidenses. En algunos puntos ocupaban el pabell¨®n con alegre bullicio digno de la Sexta Flota. Seg¨²n pudo saber este diario, se vendieron m¨¢s hamburguesas que en una barbacoa de Topeka. Hab¨ªa tambi¨¦n muchos italianos, y franceses, y alemanes. Por supuesto, tambi¨¦n hab¨ªa rockeros, muchos rockeros. Con americana de cuero, perilla y patillas, como el Boss manda. El paisaje humano, en resumen, era heterog¨¦neo.
Delirio
Fueron dos horas y media de concierto, 25 canciones, tormenta de guitarras, sudor empapando las camisas de los m¨²sicos, bote acompasado de miles de personas, alguna l¨¢grima emocionada y pasi¨®n, mucha pasi¨®n por el rock. Bruce Springsteen reencontr¨¢ndose con sus viejas canciones, tocadas de nuevo en un Sant Jordi que se rindi¨® en el primer test de la gira mundial de un m¨²sico que siempre tiene munici¨®n en la santab¨¢rbara. Es el jefe, un jefe que se cit¨® con toda su tropa sobre un escenario tras diez a?os de permiso. Y fue el delirio.Y as¨ª, entre bofetadas rockeras (Backstreets, She's the one), momentos para el arrumaco (Lucky town) y canciones con las que un plet¨®rico Springsteen pon¨ªa a prueba su garganta (Light of day) se enfil¨® el final del concierto.
Los bises se abrieron con la apelaci¨®n a la conciencia solidaria, acto iluminado por centenares de encendedores que calentaron Streets of Philedelphia, y la locura lleg¨® con Born to Run, una canci¨®n que emociona aunque no guste. Entonces todas las luces del Sant Jordi iluminaron uno de esos momentos que s¨®lo se viven en aquellos conciertos en los que suena la historia.
Y ¨¦sa fue la historia del concierto, una historia que por tal ya se conoc¨ªa de antemano. Reencontrarse con ella hizo ayer felices a 20.000 personas. Y ma?ana m¨¢s.
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